ASTEKO ELKARRIZKETA ! Arantza Amezaga | ZOE BRAY
La observación que atravesó el lienzo
Desde niña su vida ha sido un continuo viajar y cambiar de residencia. ¿Le ha influido eso en su interés por las identidades?
Supongo que sí, porque vivir en diferentes sitios implica adaptarse a nuevos contextos, aprender a comunicarse con gente muy distinta, incluso en distintos idiomas, y eso te hace reflexionar sobre cómo eres, sobre cómo entender a la gente...
De niña se propuso aprender euskara, el idioma de sus abuelos maternos de Nafarroa Beherea... ¿Por qué?
Precisamente por esa razón de preguntarme sobre la identidad y cómo nos comunicamos. Cuando venía al País Vasco a pasar las vacaciones, notaba que los vecinos hablaban en euskara pero cuando llegábamos, por cortesía, cambiaban al francés. Era consciente de que estaban cambiando sus costumbres, su manera de ser, para nosotros. Yo no quería influirles, así que pensaba que estaría bien aprender su idioma para poder comunicarnos a su manera, adaptarme yo a ellos. Y también porque me parece un idioma precioso.
¿Cuál es su primer recuerdo de Euskal Herria?
Es muy dorado porque mis abuelos vivían en el campo y mis padres compraron una casa cerca. En mis vacaciones estaba siempre al aire libre, en el bosque, en el río, en bici... La primera imagen es de la naturaleza.
¿Por qué eligió Euskal Herria para hacer sus tesis de máster y de doctorado?
Por un lado, quería conocer mejor la situación política, cultural y social de Euskal Herria. Por otro, tras haber viajado mucho y haber observado distintas situaciones, me parecía interesante mirar al caso vasco porque aquí tenemos varias identidades colectivas juntas que, lógicamente, crean conflicto. Tenemos muchas separaciones políticas, geográficas, etc. Me parecía un sitio ideal para observar y analizar las intervenciones identitarias.
Efectivamente, usted llegó a una sociedad en conflicto. ¿Con qué se encontró?
Ha sido esclarecedor observar los mecanismos por los cuales se construye y se expresa la identidad. Se expresa utilizando herramientas -como en cualquier sitio-, pero aquí está muy concentrado. Uno de los modos principales de expresar la identidad es a través del idioma, pero no sólo del euskara, sino también del francés y del castellano. Ahora tenemos además una población grande de inmigrantes que hablan otros idiomas y que también se sienten de aquí. Quienes no pueden expresarse a través de cierto idioma adoptan otras herramientas para afirmar su identidad: por ejemplo, a través del modo de comportarse, de vestirse, de ponerse el pelo o de con quién se asocia. Todo eso forma parte de la construcción de la identidad, y siempre en relación al otro y en un contexto.
¿Qué papel tienen las identidades colectivas en el conflicto vasco? ¿Existe tensión entre ellas? ¿Hay alguna dominante o que intenta desplazar a otras?
Sí y no; hay distintas situaciones. Podemos hablar de los poderes institucionales, de los políticos, de los juegos de poder, pero no es sólo esto. Por ejemplo, los últimos años ha habido debates intensos sobre la soberanía y los partidos han fijado posiciones bien diferentes, pero hablando con la gente sobre el concepto de soberanía, éste es algo que cambia o que puede significar muchas cosas al mismo tiempo. Hay dominaciones y construcciones fijas en algunos momentos, pero no en todas las áreas es lo mismo; se dan yuxtaposiciones.
¿A qué nos referimos cuando hablamos de identidad vasca?
No es algo claro. Distintas personas utilizan este término con diferentes ideas. Algunos, por ejemplo, con una idea romántica del pasado; otros, con un discurso nacionalista; otros, con referencia a tradiciones; otros, de modo instrumental para distinguir quién pertenece a un grupo y quién no... He podido observar que hay distintos modos de entender esto: hay un ideal y luego está lo práctico. El ideal es asociar identidad vasca con la lengua, por ejemplo, pero he observado que muchos se sienten vascos sin hablar la lengua y muestran su identidad vasca de otros modos... también la conciencia de vivir en un territorio específico, aunque cómo se vive ese territorio es otra cuestión.
Usted ha estudiado también a los jóvenes militantes de Ipar Euskal Herria como «nueva experiencia de identidad etnonacional en el contexto europeo». ¿En qué consiste esa construcción identitaria?
El etnonacionalismo se erige por oposición, en una situación de represión o prohibición de un estado, por ejemplo. Con la inseguridad particular que tiene el euskara en Iparralde, por su falta de institucionalización y por su continua desvalorización, el idioma es el marco central de la identidad nacional vasca en este territorio. Esto y la falta de instituciones propias en esta parte de Euskal Herria hacen que sean los puntos de movilización principales de los jóvenes militantes. Son estas preocupaciones y reivindicaciones las que definen quiénes son. Esta definición activa y participativa de la identidad supone una ruptura con los antiguos y convencionales conceptos de quién es vasco -por el criterio fijo de la descendencia-, que siguen siendo comunes en Iparralde.
Muchos de estos militantes son de la primera generación de niños que pasaron por la ikastola, jóvenes conscientes de que han crecido en un ambiente especial -como euskaldunes modernos en un contexto francés difícil- gracias al gran esfuerzo y sacrificio de sus padres. Así, sus identidades están fuertemente marcadas por el sentimiento de ser distintos de la mayoría francesa y por la necesidad de seguir militando por el derecho a esta diferencia.
¿Y a qué se refiere el término «etnonacional»?
Cómo se usa el euskara y cuánto se obstina una persona en una cierta reivindicación puede hacer también que esta construcción identitaria sea a su vez más o menos étnica. En mi estudio pude observar esta variedad entre distintos grupos de jóvenes militantes vascos en Iparralde. Un extremo se identificaba con un discurso de confrontación, reinvidicativo y pan-nacional, insistiendo sobre el uso del euskara únicamente y rechazando todo símbolo francés.
Otro grupo se concentraba más en la movilización y en el desarrollo local y ecologista, favoreciendo más la cohabitación igualitaria del francés y del euskara, y actuando más con acciones de ingenio o provocación no agresiva.
El primer grupo me pareció más hermético que el segundo, y así diría que el primero construía una identidad más etnonacional.
¿Y apreció alguna diferencia respecto a Hego Euskal Herria?
También observé que jóvenes militantes de Iparralde eran a menudo familiares de personas de Hegoalde y más dispuestos a ir allí. Al mismo tiempo se sentían distintos a los militantes de Hegoalde, eran conscientes de tener preocupaciones particulares de Iparralde, con una situación económica, cultural, urbana e institucional específica. Comprobé que los jóvenes de Iparralde estaban más dispuestos a comunicarse en castellano que los de Hegoalde en francés. Aunque muy identificados con Iparralde, me parecía que los jóvenes del norte cruzaban con más facilidad la muga entendida como frontera mental.
Hice este estudio hace cinco años y, lógicamente, estas construcciones identitarias estarán cambiando también.
¿Las fronteras mentales son las más difíciles de traspasar?
No necesariamente. Las físicas tienen un impacto muy fuerte, muy visual, muy físico; es difícil ir más allá de ellas. Muchas fronteras sicológicas tardan mucho en cambiar y eso lo he podido observar aquí. Los políticos, sobre todo, hablaban de que la frontera ha desaparecido y ya se ha acabado la separación, vamos a estar más juntos... pero no ha sido tanto así. Algunos cambios son graduales; creo que también es debido a fronteras físicas que existen de modo más indirecto, como la economía o la organización de diferentes actuaciones, que siguen manteniendo fronteras sicológicas. El hecho de que se enseñe más el inglés que el francés en las escuelas en Hegoalde construye también una frontera cultural y una sensibilidad que separa a la gente de uno y otro lado de la muga.
Es usted antropóloga y también pintora. ¿La antropología y el arte se encuentran en algún punto de su obra? Pinta personas en su espacio, en su realidad; podría parecer que es una prolongación de sus investigaciones antropológicas...
El tipo de arte que estoy haciendo es una extensión de mis investigaciones antropológicas y, al mismo tiempo, es una cosa más personal porque también estoy preocupada por el sentido de la belleza. Pero el primer paso está motivado por la intención de conocer a la gente en su contexto e intentar entenderlos desde su punto de vista. Ésa es la vertiente antropológica. Hay esa tensión objetiva y otra subjetiva. Otra persona ante la misma realidad igual lo interpretaría de modo distinto.
Con la pintura pasa lo mismo. Estoy intentando ver la persona, el efecto de la luz sobre la piel... Son cosas muy objetivas pero vistas por mis ojos y luego pintadas con mi mano. Hay también esa tensión objetiva y subjetiva, y eso es lo que me interesa. Asimismo, es una ocasión de mostrar la persona en su contexto personal, social, estético...
Siempre realiza los retratos cara a cara. ¿Por qué razón?
Precisamente porque estoy interesada en conocer a la persona. Si trabajo desde una fotografía, no la conozco. Es como la antropología; hago mis investigaciones sumergiéndome, estando con la gente, viviendo con ellos y como ellos. Es el único modo de poder conocer bien, hablar y no hacer generalizaciones. Con el retrato ocurre algo parecido. Si no tengo a la persona frente a mí, no tiene la misma fuerza.
Entre otros muchos trabajos -principalmente retratos y paisajes-, ha pintado a 22 bertsolaris de Iparralde, también escenas de «kale borroka»... ¿Qué indaga a través de la pintura?
Los bertsolaris eran para mí la ocasión de conocer a unos artistas particulares, unos maestros de la lengua, como individuos en la parte más emotiva, más íntima. En mi trabajo investigo lo general y luego entro en los individuos. Los bertsolaris son txapeldunes y todo eso, pero me interesa saber quién es el ser humano detrás de ese prestigio, de esa imagen de representante también de la sociedad vasca, de la tradición vasca.
Lo de la kale borroka eran unos bocetos de distintas escenas de conflicto. Con ello intentaba poner la atención sobre esas otras acciones que también son muy importantes. Por una parte, pido a personas que posen para mí en momentos de contemplación, de silencio, de tranquilidad... y, por otra, intenté retratar la rabia, la frustración, la violencia, la acción, los problemas personales y sociales. Esos jóvenes tirando cosas están actuando como individuos, pero también como parte de colectivos; hay algo que les motiva estas cosas.
Vive, pinta, investiga la identidad... ¿Cómo somos los vascos?
Tengo que generalizar... Sois alegres, sociables, vivaces... Se da mucha importancia a la palabra. Hay también un espíritu de lucha, de tenacidad, con el cual me identifico mucho.
Vaya, antes empleaba usted «somos» para hablar de los vascos...
[Risas] Sí, es difícil para mí; soy consciente de esa contradicción. Desde que hice el libro con mis investigaciones antropológicas han cambiado muchas cosas; me tomaba el trabajo muy en serio y no quería identificarme con esto porque, como antropóloga, observaba y tenía que mantener una separación. Fue difícil para mí hacer amistades porque sentía también que tenía que observar a mis amigos. Ahora estoy hablando de «somos». ¿Qué ha pasado? Supongo que en estos últimos dos años o más pintando también hay un momento en que el antropólogo cruza la frontera y se convierte en nativo, se «indigeniza».
De acuerdo; entonces desde el punto de vista de antropóloga «indigenizada»...
Es difícil contestar porque no está claro de quién estamos hablando, ya que la población de Euskal Herria es diversa, y la gente se siente y muestra su identidad vasca, francesa, española... en una variedad de modos que no siempre coinciden.
Pero si generalizamos, son fenomenales, aunque creo que existen algunas obsesiones, fijaciones y riesgos entre nosotros -o vosotros- de caer en las mismas trampas que hemos criticado de otros pueblos.
En general, una cosa muy importante aquí es pertenecer a un grupo. Tenemos los fenómenos de las cuadrillas, de qué barrio somos, de qué parte... Yo me muevo a ambos lados de la muga, en muchos círculos distintos, y no me hago esas preguntas, pero cuando voy a Hegoalde, por ejemplo, es interesante: la gente enseguida me dice que soy de Iparralde, que soy francesa...
En sus diferentes estancias en Euskal Herria desde 1995 ha podido observar también algo relacionado con las identidades colectivas: los nacionalismos. ¿En el caso del nacionalismo vasco ha apreciado evolución?
Sí, lo he visto evolucionar... Ahora estamos en un proceso democrático muy interesante. Se está repensando adónde se puede ir sin la violencia, etc... pero, sobre todo, veo muy interesante en los discursos nacionalistas cómo se define la identidad vasca. Ha cambiado en estos últimos cien años: de una definición étnica a una actitud mucho más abierta en la que cualquiera puede construir su identidad; es una definición más cívica. Todavía hay diferencias entre los lados francés y español, pero creo que, en general, el nacionalismo desarrolla una identidad vasca mucho más abierta e incluyente que hace años. Hay también menos polarización sobre esos conceptos de identidad.
Las identidades colectivas son un aspecto sobre el que se reflexiona en todo el mundo; tal vez es más acentuado en las sociedades que viven conflictos precisamente relacionados con la identidad... ¿Los vascos insistimos en esta cuestión más que otros pueblos?
En las situaciones de conflicto aparece esta necesidad de afirmar la identidad, pero cuando se espera que acabe el conflicto, la cuestión es: ¿cómo se sigue construyendo esa identidad? Porque se construye, sobre todo, en relación a un «otro».
Hay que analizar varias cosas; como consecuencia del fenómeno del nacionalismo, desde finales del siglo XIX todo el mundo está preocupado por este concepto de la identidad nacional, que se ha convertido en algo normal: somos de un país, de una nación, etcétera. Es una preocupación que vemos en todos los lados, no sólo en el País Vasco. No somos los únicos en preocuparse con ese tema de mirarse al ombligo particular.
Pero eso va a tener que cambiar en el sentido de que, con la mezcla de gente, no se puede hablar tanto de una identidad nacional, de una nación, de un país... Aquí también hemos tenido el fenómeno del nacionalismo en general, pero también un conflicto, un sentido colectivo que ha sido amenazado y que ha tenido que responder y afirmarse. Eso va a seguir, vamos a enfrentarnos a nuevos desafíos de cómo conservar ciertas costumbres, cómo hacer vivir una lengua... al mismo tiempo que abrazar nuevas influencias. Y la meta va a ser hacerlo de modo abierto.
Con ese conocimiento y esas experiencias y vivencias adquiridas sobre el terreno, ¿qué es lo que más le ha sorprendido de la personalidad cultural vasca?
En general, lo que más me gusta de la cultura vasca es el sentido del humor y una cierta elegancia, que resuena particularmente a través del euskara. Hay una capacidad de reírse de sí mismo y de modo muy fino... Es algo que observo sobre todo en las zonas rurales, es un modo de bromear muy refrescante, que me gusta mucho. Ése es el espíritu vasco para mí.