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Berlusconi como síntoma de la deriva política italiana

Dabid LAZKANOITURBURU

Periodista

Pocos personajes públicos generan tal consenso como el que provoca, a diestra y siniestra, el denostado Berlusconi. Eso sí, fuera de Italia.

Cierto es que no es para menos. Quien se hace llamar Il Cavaliere ha sumado esta semana un nuevo proceso -y van trece- en su contra, esta vez por prostitución infantil.

El primer ministro italiano vuelve así al primer plano de una actualidad que lleva meses poniendo el acento en los elementos más chuscos del personaje, como las famosas orgías en su mansión de Villa Certosa (Sardinia).

Berlusconi debe todo ello a una inmensa fortuna, basada como todas en negocios sucios, y que le ha permitido fundar un monopolio televisivo-mediático que le va como anillo al dedo a su ego.

El histrionismo insultante del individuo parecería chocar con el hecho de que haya ganado tres veces unas elecciones -hay quien asegura que volvería a ganarlas-.

Sin olvidar que ese no es un fenómeno privativo de Italia (la Valencia de Camps no le va a la zaga), la terquedad del fenómeno Berlusconi no es sino un síntoma de la deriva, en los últimos decenios, de la política italiana.

La desde la postguerra eterna democracia cristiana de Giulio Andreotti y la socialdemocracia de Betino Craxi, con su ristra de escándalos de corrupción, son la antesala de la era berlusconiana, que algunos analistas presentan como la primera experiencia postotalitaria europea. Y a su advenimiento contribuyó, sin duda, la autodisolución del histórico Partido Comunista Italiano, cuyos restos penan entre coaliciones margarita o verde olivo. Un siglo de historia en la basura, la misma que anega desde hace tiempo a Italia.

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