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Una nueva política pragmática e innovadora se abre paso

Decenas de miles de ciudadanas y ciudadanos abarrotaron ayer las calles de Bilbo en demanda del fin de la segregación que impide el derecho básico universal de poder elegir y ser elegido libremente. Mostraron así un anhelo de paz y un compromiso con un escenario de normalización y regeneración política que cada día suma nuevos pasos y activa nuevos resortes, como la irrupción en escena de Sortu y del Grupo Internacional de Contacto. Dos ejemplos de una nueva política pragmática e innovadora que está dotando a las capacidades de un reto colectivo, de país, de confianzas y energías sociales para poder desplegar todo su potencial transformador.

La sociedad vasca dio otra muestra de estar al nivel deseado. De ser una sociedad consciente de la trascendencia del momento y movilizada por sus derechos. De ser una sociedad exigente consigo misma, y que exige a la clase política estar al nivel, que demuestre capacidad de sacrificar intereses particulares en defensa de honorables causas para el país. Que, más allá de la lealtad ideológica o la adscripción partidista, tengan coraje para llegar a compromisos racionales que hagan que la cosas vayan bien y funcionen.

Política anclada en valores, no en dogmas

Tanto la presentación pública de Sortu como la puesta en marcha del GIC encarnan una forma de hacer política anclada en valores y no en dogmas, que antepone la búsqueda de soluciones prácticas, la necesidad de ser certero y pragmático, frente a esencialismos y la inflación de principios que resultan paralizantes. Representan dos instrumentos para encarar una situación política y legislativa de excepción que demuestran la existencia de una apuesta que está jugando con gran inteligencia táctica. Con capacidad de reacción ante las amenazas, que no deja escapar las oportunidades y sabe dar respuestas excepcionales en situaciones de excepción.

Y además proyecta seguridad estratégica, capacidad de decisión cuando es necesario actuar y no sólo reaccionar. Que ante un reto como el de la legalización, donde quienes están cómodos en el bloqueo de la política vasca creían que la izquierda abertzale no tenía «nada que hacer», ésta ha demostrado que sabe lo que hace. Y que lo hace cuándo, cómo y por dónde decide. Saber «qué hacer» cuando no hay «nada que hacer» distingue a los buenos estrategas, marca la diferencia entre aspirantes y ganadores.

La construcción de un escenario inclusivo y trasparente cuenta, pues, con nuevos elementos cuya participación para combatir la segregación, para trabajar una agenda para el diálogo y fortalecer la participación ciudadana será determinante. Pero construir los fundamentos de una nueva situación política normalizada no puede ser -ni debe ser- construida en solitario por nadie, ni sólo por la izquierda abertzale, ni construida contra nadie.

El país ha hecho su camino a través de décadas difíciles. Y vivimos tiempos duros, de crisis e incertidumbre. Pero hay razones para una mirada optimista del futuro -un porvenir donde Euskal Herria sea gobernada desde la libre voluntad de todos sus cuidadanos, sea liberada del fatalismo de vivir con un conflicto armado irresuelto, donde los hijos e hijas del país puedan construir una paz que no pudieron hacer sus padres, donde el sueño de la igualdad sea una oportunidad accesible para todos, y para todos los proyectos políticos-. No será un futuro fácil de conseguir. No vendrá sin retrocesos.

Exige encontrar y poner en valor un nuevo suelo común, un nuevo punto de partida para el país, con un acuerdo político basado en lo que une a los ciudadanos vascos, que es bastante más grande que lo que nos divide. Obliga a todos a aceptar que el resultado final sólo sera sólido y viable en la medida que signifique más democracia para todas las personas y aspiraciones políticas. Implica desechar ecuaciones, como la de igualar la solución del futuro con más abertzalismo o más constitucionalismo.

Cuestión de actitud, no de cálculo

La izquierda abertzale, su liderazgo y su base social y militante, está demostrando un nivel que muy pocos ponen ya en duda. En el ámbito internacional, el coraje en sus decisiones y las implicaciones de las mismas es reconocido y, a la vista de una participación tan cualificada, correspondido. La posición oficial española, que buscaba parapetar su inmovilismo en la supuesta insuficiencia de los pasos, es hoy insostenible. En Euskal Herria, las confianzas quebradas y los déficits de credibilidad acumulados en pasados intentos -fallidos, pero no baldíos- se están revirtiendo y la ilusión, aun contenida, se está consolidando. La izquierda abertzale juega con el público a favor, ha diseñado un campo para la disputa política donde su posición -por razonable y escrupulosamente democrática- es notablemente más fuerte que la del Estado. Esas son unas buenas credenciales para abrazar con optimismo nuevos riesgos, para apostar más que nunca por una izquierda abertzale cada día más relevante y con mayor capacidad para repartir juego.

¿Se puede estar seguro de que la apuesta será ganadora? La respuesta realista es no. El país está inmerso en una aventura sin pronóstico escrito, en un descubrimiento permanente donde una vez puesto en marcha nadie tiene el control total. No se puede decidir qué ocurrirá en el futuro, pero sí con qué actitud encararlo. Conjugar la ambición de ganar dejando ganar a otros y actuar con humildad no exenta de alta intensidad parece quizás un mal cálculo, pero parece una buena actitud.

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