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LA LARGA LUCHA DEL PUEBLO SAHARAUI

«No les están dejando otra opción que la guerra» Gdeim Izik, la puerta que se cerró de un zarpazo

A punto de concluir el alto el fuego de 20 años concedido por el Frente Polisario para la celebración de un referéndum y al calor de las revueltas populares en el mundo árabe, la incertidumbre se cierne sobre el Sahara Occidental, tal y como relatan a GARA los activistas pro saharauis Willy Toledo y Antonio Velázquez.

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Ruben PASCUAL

Lejos queda ya aquel 8 de noviembre en el que las fuerzas de ocupación asaltaron a sangre y fuego el campamento de Gdeim Izik (Dignidad) a las afueras de El Aaiún, pero a juicio de muchos analistas internacionales, aquella protesta pacífica pudo ser la chispa que desató las revueltas que actualmente tienen en jaque a los regímenes autoritarios del mundo árabe.

«Hay analistas internacionales que han señalado el campamento de Gdeim Izik como un posible germen de lo que está sucediendo en los países árabes, y es muy probable que haya sido así», asegura el actor y activista pro saharaui Willy Toledo (Madrid, 1970), al destacar que las reivindicaciones -derecho al trabajo, a la salud, a la educación...- son las mismas.

«Ojalá en Marruecos acabe pasando lo mismo», apunta, a pesar de que reconoce que el régimen de Mohamed VI se ha encargado de tener a la ciudadanía «sumida en la ignorancia» y que el Sahara se haya convertido en un «tema tabú».

Sin embargo, «el hecho de que derroquen a Mohamed VI no quiere decir que venga implícita la independencia del Sahara Occidental, porque desde la escuela tienen muy metido que ese territorio es suyo».

Y de ahí viene gran parte de los problemas que sufre la población saharaui. De ahí vino el desmantelamiento de Gdeim Izik y de ahí viene la no celebración de un referéndum de autodeterminación, ni tan siquiera ahora que está a punto de concluir el plazo de 20 años decretado por el Frente Polisario para llevar a cabo esa consulta.

«¿Por qué Marruecos no quiere un referéndum de autodeterminación?», se pregunta el actor madrileño. La respuesta es una, y es clara: «porque lo pierde».

Según relata, el grado de desarrollo que, a pesar de las circunstancias se ha alcanzado en los campamentos de Tinduf e incluso en el Sahara Occidental en áreas como la educación -donde casi está erradicado el analfabetismo, mientras en el reino alauí alcanza un 40%- o respecto a la situación de la mujer «es abismal en comparación con Marruecos y el resto del mundo árabe».

«Yo he viajado a Palestina, Egipto, Marruecos o Líbano, y es muy difícil poder encontrarte a solas con una mujer en una habitación y charlar. En el Sahara Occidental es lo normal. No hay ningún problema», indica Toledo.

Por ello, en el encuentro mantenido con GARA tras una conferencia en Bilbo, afirma que muchos marroquíes votarían favor de la independencia del territorio ocupado, porque saben que las condiciones de vida, respecto a sus derechos civiles y políticos, serían muy superiores en un Sahara Occidental independiente».

Durante estos 20 años, el pueblo saharaui ha respetado escrupulosamente ese alto el fuego y ha aguantado estoicamente cada agresión de Marruecos. Pero no ha servido para nada. «Hay millones de resoluciones, pero no se da ningún paso», lamenta Toledo antes de aclarar que «el pueblo saharaui no quiere la guerra, pero no le están dejando otra alternativa al recurso de las armas».

El también activista Antonio Velázquez, nacido en Sinaloa (México) hace 28 años pero afincado en Barcelona, subraya que lo peor de todo es que «poco a poco vamos normalizando este genocidio, y eso es algo que no nos podemos permitir».

Como buen conocedor del sentir saharaui en los campamentos y en los territorios ocupados, se encarga de trasladar el mensaje del pueblo: «queremos ir a la guerra».

Reconociéndose extranjero, confiesa que no puede ir pregonando la guerra o animando a los saharauis a declararla, pero acto seguido recuerda la piel de gallina que se le pone cuando trata este tema y los saharauis le exponen la realidad a las claras: «tú nos dices -narra Velázquez, recordando algunas conversaciones- que agotemos las instancias pacíficas, pero ¿qué más tenemos que hacer para agotarlas?».

«Hemos hecho -prosigue- todo lo que está a nuestro alcance, nuestra mayor ilusión era Gdeim Izik como una manifestación pacífica que ni siquiera reivindicaba el derecho de autodeterminación, y nos machacaron. Violaron a nuestras mujeres, a nuestras hermanas, ha desaparecido gente, hay cientos de presos... ¿Y tú nos dices que hay que agotar las instancias pacíficas?».

Responsabilidad española

Aunque sabe que tienen razón, sigue apostando por las vías pacíficas. Entre ellas, destaca la marcha a pie que se realiza del 12 al 27 del mes en curso, en la que decenas de saharauis y defensores de esa causa caminan desde Albacete hasta Madrid para «exigir al Gobierno del Estado español que asuma su responsabilidad como potencia administradora y concluya de una vez por todas el proceso de descolonización».

Willy Toledo recalca que muchas veces se dice que «el Gobierno español mira para otro lado, y no es cierto».

«No es que las autoridades españolas hayan abandonado al pueblo saharaui -sostiene-. Es mucho peor: están participando de la represión al pueblo saharaui».

El actor no titubea a la hora de hacer responsable de esta situación «no sólo mediante el tratado de pesca cuya renovación ha sido calificada de `urgente y fundamental para los intereses de España' por parte de [la ministra española de Medio Ambiente, Medio Rural y Marino] Rosa Aguilar».

«No sólo -continúa- a través de [la ministra española de Relaciones Exteriores] Trinidad Jiménez, que niega cualquier responsabilidad mientras les están dando las armas y material antidisturbios para reprimir al pueblo saharaui».

Gdeim Izik, la puerta que se cerró de un zarpazo
Es mexicano, de Sinaloa. La primera vez que estuvo en el Sahara Occidental fue de paso, de camino a Senegal. Hoy, es un comprometido activista pro saharaui, al que le tocó vivir in situ el violento desmantelamiento del campamento de Gdeim Izik. Sus palabras sobrecogen. Testimonio recogido por R. PASCUAL

La de Gdeim Izik fue la manifestación pacífica más grande de la historia saharaui, con más de 20.000 personas. El Frente Polisario habla incluso de 35.000. Aunque estábamos rodeados por los militares y por la Gendarmería marroquí, se respiraba un ambiente de libertad, porque era la primera vez desde la ocupación marroquí que se congregaban tantos saharauis.

A los jóvenes les motivaba mucho, era esperanzador. Llegamos a pensar que nos íbamos a quedar allí muchos años, que iba a ser como otro Tinduf. Pasaban los días. Los medios no lo sacaban en sus páginas, sólo se conocía por Facebook y poco más.

Hasta que murió el chico de 14 años no se comenzó a hablar de Gdeim Izik. Entonces, empezaron a llegar medios de comunicación e intentamos ver cómo podían entrar, porque el hecho de llegar a El Aaiún, que estaba totalmente bloqueado, era ya un logro. Aun así conseguimos meter a algunos periodistas que contaron lo poco que se pudo saber de aquel campamento.

Finalmente, el 8 de noviembre entraron de una forma muy violenta para desalojarlo. Nos despertamos y se oían helicópteros, sirenas... Era un caos. Mientras una persona gritaba desde un helicóptero que desalojáramos el campamento se acercaban los antidisturbios. Y detrás de ellos, camiones militares y las furgonetas de la Gendarmería.

Entraron muy violentamente, con gases lacrimógenos, agua caliente a propulsión y piedras. En la huida fue cuando se escucharon los disparos. Cientos de personas quedaron dentro del campamento cuando entraron las fuerzas de ocupación, que hicieron un círculo para tratar de controlar a los jóvenes que se empezaron a defender.

Ellos se defendían para que sus familias pudieran escapar y llegar a El Aaiún, pero no había suficientes autos. Por eso, mucha gente empezó a andar por el desierto. Los jóvenes se quedaron a resistir, retrocediendo poco a poco, pero a resistir. Mucha gente se quedó en las haimas y, días después, familias saharauis nos dijeron que habían visto fosas comunes en el campamento.

Al llegar a El Aaiún, toda la ciudad estaba en llamas y sumida en el caos, y nos sumamos a las intifadas. Llegamos hasta la mayor manifestación y ahí se pudo ver la expresión viva de un pueblo: la rabia, la indignación de un pueblo que sale en defensa de los suyos.

Poco después, regresaron las fuerzas de ocupación y echamos a correr por las calles. En medio de la nada. Logramos escondernos por las caasa y, dentro de lo que cabe, todo estuvo bien, hasta que llegaron los colonos marroquíes. Muy agresivos, con banderas, cuchillos y barras metálicas queriendo entrar en todas las casas de saharauis. Había personas, seguramente policías de paisano, que señalaban en qué casa sí y en cual no.

Entraban en todas, destruyéndolo todo, torturando e incluso matando. Nosotros estábamos en una casa pensando que «tal vez de ésta no la vamos a contar». Entonces comprendimos que no podíamos estar en casa de una familia saharaui, porque iban a entrar a todas y, además, nos iban a buscar a nosotros porque habían visto que teníamos una cámara. Así que desaparecimos.

Estuvimos nueve días en una vivienda abandonada. Desde allí mandamos a los medios la información que teníamos, cuidándonos de no dar detalles para no ser localizados. Fueron días muy difíciles. Noches de toque de queda con sonidos de tortura incluidos. Cada día oíamos cómo trataban de entrar en las casas y se llevaban a alguien.

En la noche del 11 al 12 de noviembre, frente a nuestra casa, sacaron a un hombre o a un joven saharaui. Estoy seguro de que murió ahí, porque lo estuvieron torturando hasta que se le aceleró la respiración. Y entre gemidos y gritos tan desgarradores que no se los deseo a nadie, de repente, en el momento álgido de su desesperación, se dejó de escuchar. Después oíamos las risas de los torturadores... que estaban bromeando, ¡bromeando!

No podíamos filmar ni sacar fotografías y no nos atrevíamos ni a movernos, porque pensábamos que nos escucharían. Entonces llegó un auto y me asomé. Ví que era una ambulancia y al abrirla pude ver unos doce cadáveres apilados, envueltos en sábanas blancas y con manchas de sangre. También reconocí al jefe torturador de El Aaiún y me quedé paralizado. Entendí muchas cosas, era mucha la información y mucho el miedo... Esto fue lo más cercano a un genocidio que pudimos vivir. Lo demás, lo escuchamos pero no lo vimos.

Hasta que no llegamos a Canarias no pudimos contarlo, pero la salida fue muy difícil: el aeropuerto, la negociación, cómo nos trataron... Querían que mi compañera Isabel y yo nos quedáramos ahí, ¡nos querían torturar! Pero no pudieron hacerlo, porque el mundo ya nos conocía por la información que habíamos enviado a muchos medios.

Son vivencias duras, pero nada comparado con lo que ha vivido la población civil saharaui en el asalto al campamento y en los días posteriores. No es comparable. No es nada nuevo. Son 35 años. ¿A qué estamos esperamos?