Libia, de Tahrir a Tiananmen
La ola de la rebelión popular sigue extendiéndose por el mundo árabe, pero las brutales respuestas del régimen en Libia y Bahrein han demostrado que los manifestantes que demandan libertad y democracia no tienen, de ninguna manera, el éxito asegurado. Es difícil predecir qué dirección tomarán finalmente los acontecimientos, si lo harán hacia la plaza cairota de Tahrir -escenario y símbolo de una victoria popular- o hacia la plaza Tiananmen -con el Ejército chino tomándola a sangre y fuego, causando una masacre-. Pero a tenor de los datos que van llegando desde Libia, donde nadie puede hacer una llamada teléfonica internacional ni acceder a Internet, el Ejército y las milicias pro Gadafi están disparando a la multitud en funerales, con un balance de muertos que supera ya los dos centenares.
En 1996, los motines en las cárceles libias se saldaron con la muerte a tiros de 1.200 presos -en su mayoría prisioneros políticos-, y el recuerdo de aquel episodio está especialmente muy presente en Bengasi, la segunda ciudad más grande de Libia. El grueso de la protesta se concentra en esta ciudad, con una solidaridad tribal muy fuerte y rival tradicional de la capital, Trípoli, verdadero bastión de Gadafi. Una revuelta que no está basada en divisiones religiosas, que no cuenta con la participación del islamismo militante. Si las revoluciones de Túnez y Egipto fueron portadoras de un mensaje de esperanza, los acontecimientos en Libia generan temor por la brutalidad con que Gadafi pretende aplastar a sus ciudadanos.
Gadafi, con 42 años en el poder, es el mandatario africano en activo más longevo. Fue en su día un líder y referente revolucionario, durante décadas ha sido un paria a nivel internacional y, tras llegar a compromisos con los EEUU y Europa, ha sido considerado un miembro «respetable» de la comunidad internacional. Dispone de mucho petróleo y dinero, y su sistema funciona en tanto que siga teniendo beneficiarios. Y tiene muchísimos. Ha creado un sistema que es igualmente difícil de reformar que de derrocar. Los libios están hartos y demandan un cambio que Gadafi no impedirá disparando a su propio pueblo. Todas las cosas tienen un principio y un fin. Gadafi, también.