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«Somos la primera especie en la historia que es dueña de su propia evolución»

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Arcadi Navarro i Cuartiellas
Codescifrador del genoma del orangután

Catedrático de Genética y vicedirector del Instituto de Biología Evolutiva de la Universidad Pompeu Fabra, Arcadi Navarro (Sabadell, 1969) ha participado en la investigación que ha sido reciente portada de ``Nature'' y que detalla la secuenciación del genoma del orangután, nuestro «primo» más lejano.

Joseba VIVANCO | GASTEIZ

¿Para qué sirve secuenciar el genoma de los simios, nuestros parientes más cercanos en la escala evolutiva? A ésta y otras preguntas responde el investigador Arcadi Navarro en esta entrevista para GARA. Un equipo internacional de científicos, en el que ha participado este catedrático de Genética, ha secuenciado el ADN del orangután -en malayo, «hombre del bosque»- de Sumatra. La secuenciación posterior de cinco orangutanes más de Sumatra y cinco de Borneo ha permitido arrojar luz sobre la evolución de los grandes simios. Una luz que se suma a los desciframientos anteriores de los genomas del chimpancé y el macaco.

Esta nueva investigación ha demostrado que el genoma humano y el del orangután son idénticos en un 97%. El chimpancé y los humanos comparten el 99% de sus genes porque se separaron evolutivamente hace 6 millones de años, mientras que el orangután y los humanos se bifurcaron mucho antes, hace 14 millones de años. Entre los grandes simios, los orangutanes son nuestros «primos» más distantes. Eso sí, más allá de ese 97% de semejanza genética, la distancia evolutiva entre ambas especies es más amplia. Navarro nos explica el porqué.

Orangután y humano comparten el 97% de su genoma. Es el titular periodístico que más hemos leído sobre esta investigación. Para los profanos en la materia puede parecer que nos separa muy poco, pero ese 3% es suficientemente relevante...

En lo que podamos compararnos humanos y orangutanes, somos un 97% idénticos. Imagínese que comparamos su brazo y el mío, pues serán idénticos en torno a un 99%; si usted es rubio y yo moreno, tendremos pelos de distintos colores... Pero lo fundamental es que son órganos que podemos comparar. Ahora, imaginemos que usted tiene en la mejilla una especie de oreja que se hubiera duplicado ahí, un órgano que poco a poco se hubiera especializado en captar la velocidad del viento... Eso no lo podríamos comparar. Igual que entre hombres y mujeres -ellas tienen ovarios y nosotros testículos-, pues con las otras especies pasa lo mismo, hay una cantidad enorme de genes que podemos comparar y cuando los comparamos son un 97% idénticos entre humanos y orangutanes. Ahora bien, más allá de esa diferencia de cantidad, lo que hay es una diferencia enorme de calidad, hay puntos del genoma que nosotros tenemos y ellos no, y al revés. Resumiendo: en lo que podemos compararnos somos parecidos en un 97%, pero hay cosas incomparables, que ahora hemos descrito por primera vez, y vamos a ver, entonces, su función.

Lo que significa que, a pesar de lo que pueda sugerir ese 97% de semejanza, no somos, en el fondo, tan simios como ellos...

Efectivamente. Un Mercedes y un Seiscientos, en lo que podamos comparar, son muy parecidos, pero el primero tiene una serie de piezas que el otro ni soñaría. Aquí nos pasa lo mismo, somos muy parecidos a los orangutanes o a los chimpancés en nuestra estructura básica, pero cada especie, a lo largo de la evolución, ha ido adquiriendo sus nuevos genes, sus nuevas funciones, que la otra especie no tiene. Únicamente ese 3% de diferencias en las zonas comunes del genoma representan alrededor de 90 millones de variantes no comunes.

¿A qué preguntas sobre nuestro pasado esperan que responda la secuenciación del genoma del orangután?

Antes de nada hay unos motivos egoístas para secuenciar los genomas de los primates. Uno de ellos es que cada uno de esos genomas nos permite compararlo con el nuestro. Hasta ahora, teníamos secuenciados tanto el genoma del chimpancé -que se puede considerar cercano evolutivamente a nosotros- como el del macaco -más lejano-. El orangután se sitúa a una distancia evolutiva intermedia, por lo que podemos conocer mejor las cuestiones que nos diferencian de otros grandes simios. Sabemos que existen diferencias entre chimpancés y humanos, pero hasta ahora no lográbamos saber dónde estaba el origen o cuál era su linaje. Lo que nos permite ahora el del orangután es orientar, saber con mucha precisión en qué linaje se fueron produciendo esas diferencias.

Han descubierto que la evolución genética del orangután ha sido más lenta que la nuestra. ¿Qué lectura hacen de ello?

Pues, una explicación tiene, pero lo excitante es que no la sabemos. Lo que hemos observado es que en los genes que hemos podido comparar, los genes que son idénticos como su brazo y el mío, el orangután ha evolucionado a una velocidad razonable, incluso un poco más rápida que nosotros. Pero en cuanto a la estructura del genoma -esos genes nuevos o que cambian de orden-, ésta es más estable que la nuestra y no sabemos por qué es así. Lo que sí sabemos es que la inestabilidad genómica de la estructura del genoma es importante en determinadas enfermedades humanas; por ejemplo, muchos cánceres se asocian a cambios cromosómicos. No sabemos por qué a veces ocurre y a veces no, y disponer de un genoma tan estable como el del orangután en comparación con el nuestro nos va a permitir entender este problema, aunque todavía no tengamos la respuesta.

¿Faltan aún más primates por descifrar para poder ordenar todo ese abecedario evolutivo de nuestra especie?

Sí. Los del gorila y el bonobo, que son los más cercanos a nosotros. El segundo lo está haciendo un equipo de investigadores liderado por Alemania y el del gorila, por otro equipo británico. Yo calculo que dentro de este año, estos dos genomas se podrían hacer públicos también.

Todos estos genomas, ¿qué nos pueden revelar acerca de nuestra evolución?

Volviendo a las cuestiones egoístas, el método científico se basa fundamentalmente en comparar, comparar todo lo que podamos. Galileo, para saber si había rozamiento o no, desde una torre bien alta tiraba bolas de distintos pesos y formas. Y ahí estamos nosotros, comparando. Hay muchísimas cosas sobre nuestros genomas que no entendemos. Hemos avanzado en los últimos años y muchos avances en medicina que hemos tenido vienen de esa comparación. Cuantos más genomas tengamos para comparar, más podremos entender qué hacen determinados genes. No olvidemos que hay genes asociados a enfermedades humanas y, si supiéramos lo que hacen, quizá podríamos tratar esas enfermedades. Pero para entender lo que hace el gen tenemos que verlo en acción, no sólo en nuestra especie, sino en muchas otras, incluso en ratones. Ésta sería, digamos, la explicación egoísta básica. Luego, está nuestro interés en entender nuestra evolución, cuándo empezamos a andar, qué paso con el tamaño de nuestro cerebro... Estos genomas nos permiten responder a todo eso.

Es decir, que aunque sepamos ya de dónde venimos, seguir descifrando genomas también tiene su razón de ser...

Así es. Aunque también es verdad que nosotros, los científicos, probablemente queramos saber más para estar entretenidos (ríe); aunque eso sí, saber más, nunca está de más.

Investigaciones como ésta ratifican más lo que somos como especie. ¿Ve lógico que a estas alturas de la «película» evolutiva sigamos preguntándonos de dónde venimos?

No, no, en el fondo este debate no existe, es un debate falso, originado por intereses religiosos, políticos o culturales. Pero es un debate tan superado como que las infecciones las causan virus y bacterias, en torno a lo cual también hubo un debate en su día. Con la evolución ocurre lo mismo: hubo un debate en el siglo XIX, se superó ampliamente y todo está demostradísimo. Los científicos ya no nos preocupamos de esto, son cuestiones resueltas.

¿No cabe, entonces, compatibilizar la teoría de la evolución y el «diseño inteligente» como pretenden quienes pregonan esto último?

Absolutamente. El diseño inteligente lleva diez, quince años habiéndose propuesto y desde un punto de vista filosófico quizá haya sido un ejercicio interesante, pero a día de hoy ha sido totalmente estéril. A la ciencia se le piden dos cosas: que sea verdad o lo más cercano a la verdad, y que sea fructífera, que aunque uno se equivoque estén ahí las semillas para comprobar si se ha equivocado o no. Pero el diseño inteligente no ha supuesto ningún avance, es una mentira y de las gordas.

¿Y contra esto hay que luchar o simplemente, como dice usted, darlo por superado?

Bueno, desde el punto de vista científico yo creo que no nos debe preocupar, no afecta a nuestro día a día. Pero desde una visión social, en ciertos lugares, los individuos, las comunidades de intereses lo defienden peligrosamente en las escuelas y ahí sí que hay que andarse con ojo. Es contar cosas que no son ciertas y, peor, anular a los chavales su espíritu crítico. Y la ciencia, no lo olvidemos, es un método para discernir lo que es cierto de lo que es falso. Y los científicos somos un poco paranóicos, somos muy escépticos antes de creernos nada.

Cada vez, como vemos, sabemos más sobre nuestro origen, sobre nuestra evolución. ¿Nos indica también hacia dónde vamos como especie?

Es una pregunta que se hace mucha gente, pero la respuesta es que no nos da pistas. La teoría de la evolución nos predice, por ejemplo, que si nosotros encontramos unos restos en Europa y otros restos muy parecidos en Asia, si excavamos en Oriente Medio encontraremos restos de un organismo intermedio. Pero una de las afirmaciones que hace la teoría de la evolución es que la evolución hacia el futuro es imprevisible, porque depende no sólo de nuestros genomas actuales, sino del medio ambiente, de unas presiones selectivas que no conocemos. Por ejemplo, no sabemos si va a ser beneficioso o no adaptarse a climas más cálidos dentro de cien años o doscientos. Y como no lo sabemos, no podemos predecir nuestras tendencias evolutivas.

Con todo lo «listos» que decimos ser, ¿seremos capaces de determinar nuestra propia evolución?

Pues le diré que, por primera vez en la historia de la Tierra, tenemos una especie, que somos nosotros, que es capaz de pilotar su evolución. Creemos hoy en la tecnología que nos permite hacer cosas con respecto a nuestro organismo, decidir que los diabéticos sobrevivan en lugar de morir, o nos permiten llevar a cabo las terapias génicas o clonar órganos. Si esto es así, por primera vez se puede responder a la pregunta de «¿hacía dónde vamos?» y la respuesta será, «hacia donde nosotros queramos...». La evolución depende de nosotros mismos, pero no sólo de lo que hagamos con nuestros cuerpos, sino de lo que hagamos con el medio ambiente... Pero sí, somos dueños de nuestro destino... La única especie capaz de tomar decisiones sobre lo que quiere ser, aunque no sepamos cuál será ese destino.

¿Pero podemos intuir o predecir que, genéticamente, dentro de mil años o de un millón habremos cambiado, que no seremos como ahora?

Sí, eso es lógico. De eso no hay duda, no sabemos cómo vamos a ser, pero habrá cambios. No es cierto que la evolución humana se haya detenido como dicen algunos, sigue habiendo cambios, pequeños y lentos. Lo extraordinariamente raro, porque no se ha dado nunca, es que volviéramos a vernos dentro de un millón o diez millones de años y fuéramos iguales. Difícilmente eso va a pasar.

¿Y lo mismo que en un momento de la historia nuestra especie se separó de un tronco común, es factible que eso vuelva a ocurrir en el futuro y nuestro tronco también se separe?

No lo sé, pero ¿por qué no? Imagínese usted que un grupo de humanos se va a colonizar otro planeta, acaban aislados durante 200.000 ó 300.000 años, podría ser que al reencontrarse no pudieran ya reproducirse entre ellos, que fueran ya especies distintas. Eso es posible, pero no sabemos si acabaremos todos en un holocausto nuclear, como para saber si acabaremos en otros planetas...

¿Cambiaría usted saber qué será de nuestra especie en el futuro por entender y conocer cómo hemos llegado hasta aquí?

A mí lo que realmente me apasiona es entender de dónde venimos, de dónde somos, entender la dinámica de nuestros genomas, entender la historia de nuestra especie y, como queda mucho por saber, tengo la tranquilidad absoluta de que voy a poder seguir trabajando en esto hasta que me jubile, o sea, seré feliz, feliz y feliz... Ese futuro lo tengo claro.

Sabemos bastante de nuestros orígenes, nada o casi nada de nuestro futuro, pero de lo que sí tenemos certeza es de que estamos aquí de paso... ¿o no?

Bueno, tarde o temprano esto será cierto. No sólo a nivel individual, sino como especie. Es altamente probable que no duremos mucho, porque una vez más lo extraordinario sería durar, sería extraordinario que fuéramos capaces de sobrevivir más allá del momento en que se apague el Sol. Todo ser vivo, cualquier forma de vida hasta hoy, ha empezado y ha terminado, ha pasado su época, y no hay ningún motivo para que los humanos no suframos también ese destino.

Es decir, que una Tierra sin nosotros es perfectamente razonable...

Efectivamente. Otra cuestión es que seamos suficientemente poderosos como para evitar que eso no nos pase. Pero una cosa es disponer de esa tecnología para hacerlo posible y otra cosa muy distinta es disponer de las habilidades, del sentido común y de la buena voluntad para ejercer ese poder por el buen camino. No soy optimista ni pesimista en este sentido, pero basta con ser un poco realista para ver que, a veces, los humanos las liamos, y las liamos bien gordas... Crucemos los dedos.

 

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