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Maite SOROA | msoroa@gara.net

Una lectura benévola del tejerazo

Ayer se cumplieron treinta años de la fantochada de Tejero y compañía (elaboren ustedes mismos la lista de su «compañía». Yo, por si acaso, me callo.) y los medios se saturaron de alabanzas borbónicas y loas a la madurez de la democracia española.

Y entre tanto incienso, destacaba el editorial de «La Razón», que nos contaba el cuento de Caperucita Roja, pero con el lobo hecho un bendito, la abuelita más mala que el sebo y Caperucita una perversa. Lean, lean.

Recordaba el autor que «se cumplen 30 años del golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 (...) tres décadas de la decisiva intervención del Rey, que se erigió entonces en el responsable principal de que aquella intentona no sólo fracasara, sino que supusiera además para el país una suerte de catarsis». O sea, mano de santo.

La verdad es que al buen hombre le costó siete horas decidirse a decir que aquello no le gustaba, pero al editorialista no sólo le parece estupendo, sino que va más allá: «Sin quererlo, los golpistas provocaron una carrera acelerada y sin vuelta atrás hacia la libertad, la modernidad y el progreso». O sea, que aquello fue como un premio de la lotería democrática.

Pero la cosa no se terminó de arreglar, porque «En pleno siglo XXI, sin embargo, arrastramos todavía alguno de los factores que contribuyeron decisivamente a crear un caldo de cultivo en el que la asonada pudo planificarse y ejecutarse». Ojo, que empieza la diversión.

Los culpables, en realidad, no fueron los golpistas. Tengan en cuenta que «el terrorismo de ETA y de los Grapo fue un elemento determinante para generar un ambiente opresivo y asfixiante en la democracia joven e inexperta de principios de los 80». Ya hay culpable.

Y unas pobres víctimas, ofuscadas, que tan sólo se equivocaron: «El golpe del 23-F fue en buena medida una respuesta absolutamente equivocada en todos los sentidos a aquella situación trágica de los denominados años del plomo de ETA». Suena a justificación, ¿no les parece?

Y deja para el final el juicio: «los pistoleros pusieron contra las cuerdas al Estado de Derecho recién estrenado y unos golpistas trasnochados cayeron en su trampa». Pobrecicos.

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