El jueves se conmemora el 35 aniversario del 3 de marzo. Aquel día la Policía armada española dejó un reguero de sangre en Gasteiz al reventar una asamblea obrera en la iglesia de San Francisco. Este año ha sido invitada a participar en los actos una delegación de las víctimas del Bloody Sunday y de los organismos que durante años han trabajado para pedir justicia en Derry, donde catorce personas murieron por las balas del Ejército británico en 1972.

Ambos sucesos tienen en común la brutalidad con la que fuerzas policiales y militares se emplearon contra la población civil indefensa, y la tenaz labor que durante años han realizado las víctimas para exigir verdad, justicia y reparación.

Pero también hay elementos que los diferencian, como el hecho de que hace un año el Gobierno británico admitiera su responsabilidad y pidiera perdón a las víctimas irlandesas, mientras que en todo este tiempo los mandatarios españoles jamás han hecho siquiera el intento de acercarse a las víctimas del 3 de marzo. A nadie se le escapa, por otra parte, que el Bloody Sunday es percibido como una tragedia nacional en toda la isla de Irlanda, y que de la mano de grupos como U2 o de directores como Paul Greengrass, muy poca gente en el mundo desconoce qué pasó en la ciudad norirlandesa. En Gasteiz todos los años se celebran actos y una multitudinaria manifestación, pero me temo que muchos jóvenes de este país no saben qué pasó hace siete lustros en Zaramaga. A las víctimas del 3 de marzo también les dedicaron una canción, la hermosa Campanades a morts de Lluis Llach. E incluso un documental -«La revolta permanent»-, dedicado al irrepetible cantautor catalán, cuenta lo que ocurrió entonces en la capital alavesa, en voz de los protagonistas. Creo que los derechos los tenía ETB, y no me suena que lo hayan emitido.

Tampoco recuerdo que en Irlanda la Policía cargara contra las víctimas en un acto de homenaje a los muertos, cómo sí hizo hace apenas cinco años, en el 30 aniversario, la Ertzaintza de Javier Balza. Sí que hay diferencias, sí.