Josu MONTERO Escritor y crítico
Contra el incesante barullo
Un señorón con un maletín del Fondo Monetario Internacional increpa a un desnutrido niño negro que no se tiene en pie: «Vamos, vamos, menos lloros y paga lo que debes». Mientras el marido lee con fruición, una señora muy ufana: «Es muy piadoso, todos los días lee las sagradas escrituras de la propiedad». Y tres: Desalentado, el monigote exclama: «Cuando seamos capital cultural, ¿quedará alguien que piense?». Siempre ha sido negrísimo el humor de Andrés Rábago. Alias El Roto, alias OPS, que comenzó en esto del humor gráfico en los ya lejanos tiempos de «Hermano lobo» -subtitulado «Semanario de humor dentro de lo que cabe»- y de «La Codorniz». Acaba de ser editada una antología de las viñetas que Rábago firmó como OPS, esto es, las de los desastrados años del último franquismo y la llamada Transición; viñetas, en la mejor tradición de la España más Negra, que ni siquiera necesitaban palabras para decir tantísimo. «La edad del silencio» se titula el libro, por la mordaza franquista de aquellos años, pero también por el hecho de que sus dibujos no tenían texto. «Hay un exceso de barullo, además creado de forma consciente, y creo que necesitamos el silencio para poder escucharnos», ha dicho recientemente. Su sátira social y política tampoco necesita hoy -ya convertido hace décadas en El Roto- demasiadas palabras.
Desde un escenario el monigote afirma: «Las artes escénicas son cuatro: lírica, teatro, danza y política». Este chiste me hace recordar el opúsculo que Huxley escribió en los 50 a su «Un mundo feliz» y en el que expresaba su pasmo por cómo en EEUU los políticos se estaban convirtiendo sin pudor en productos de marketing. ¡Qué atrás han quedado sus negros presagios! Y pienso también que las viñetas de Rábago podrían dar muy bien en escena, con esa simplicidad visual, esa sobriedad estilística, esa sutil contundencia. Ya ha habido, claro, trasvases del cómic al teatro, pero casi siempre basados más en un personaje o en una trama que en una estética.
El Roto publica sus viñetas en «El País», el «Periódico global en español». Contra su pretendida objetividad y su progresismo de chichinabo apunta el dramaturgo y actor argentino Marco Canale, que en el recién finalizado festival madrileño Escena Contemporánea ha estrenado «La puta y el gigante», un sangrante y rabioso monólogo, teatro como reportaje de denuncia. En primer plano, el ex presidente colombiano Álvaro Uribe y las atroces masacres cometidas en la provincia de Antioquia mientras él era Gobernador, y luego en todo el sur del país; detrás, claro, el dinero, las grandes empresas transnacionales y sus esbirros paramilitares; y debajo, la tierra y sus moradores. Y «El País», con nombres y apellidos, como cómplice activo de esa estrategia de silencio y desinformación: prestidigitadores de la realidad. En un momento de esta obra, una campesina, testigo de una masacre, en un gesto absolutamente significativo y metafórico, le dice al dramaturgo y personaje que para hablar no quiere grabadoras, ni cámaras, ni micros, ni siquiera luz. «Y yo pienso ahora que esa mujer sabía que con la cámara encendida no hay lugar para la verdad. Es la lucha entre el País de los mil micrófonos y la mujer que pide oscuridad para poder decir», concluye Canale. «Necesitamos el silencio para poder escucharnos», afirmaba El Roto. «La puta y el gigante» ha sido publicada por la editorial bilbaina Artezblai.