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Dabid LAZKANOITURBURU

El modelo libio y las revueltas tunecina y egipcia

Pocas dudas hay de que la revuelta en Libia bebe de la fuente básica del malestar de los pueblos árabes, que se han levantado al unísono, desde Marruecos hasta Irak. No hay Libro Verde que soporte 41 años de poder, personal y familiar, y menos con la deriva registrada en los últimos años. Deriva, por cierto, aplaudida desde Occidente.

Pero cada país es un mundo y las revueltas obedecen a las circunstancias históricas concretas de sus poblaciones. Frente a los modelos tunecino y egipcio, marcados por las protestas pacíficas y la decisión de sus respectivos ejércitos de forzar la huida ordenada de sus dictadores, la revuelta libia apuntaba distinto desde un primer momento: la división de facto de Libia entre la Tripolitania occidental y la Cirenaica oriental -germen de las protestas-, la cuestión tribal, las deserciones en el Ejército, en el interior del régimen.

Se podrá argumentar que ha sido la terquedad del propio Gadafi la que ha llevado al país a ese callejón sin salida en el que sólo le queda resistir o morir. A esa guerra a muerte que, más que futuro, ya es presente. Se podrá vestir la realidad con diatribas de siquiatra y con apriorismos sobre lo malo que era Gadafi y lo malo que vuelve a ser tras un decenio de idilio con él de toda Europa.

Es muy posible que su destino esté ya sellado y sea similar, políticamente, al que ha condenado a Ben Ali y a Mubarak, sus buenos amigos. Pero no hay duda de que la Caja de Pandora abierta en la Qasba tunecina y consolidada en la Plaza Tahrir cairota guardaba otra gran sorpresa. Y no precisamente transitoria. Agárrense fuerte, que esto no ha hecho más que empezar.

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