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Las revueltas árabes y el 23-F español, dos lecciones para construir la democracia vasca

Conceptos como revolución, transición y democracia se están reactualizando con los sucesos históricos de los países árabes. Las nuevas generaciones de jóvenes vascos han visto por vez primera en su vida desarrollarse y triunfar rebeliones populares como la de Túnez y Egipto. Esas mismas generaciones han aprendido esta semana, en el 30 aniversario del 23-F, que la historia de la transición española está muy lejos de ser como se les ha contado en los libros de texto. Son ellas las destinadas a recorrer el camino de la transición a la democracia en Euskal Herria, que ha quedado muy despejado en los últimos meses con la iniciativa de la izquierda abertzale. Dos casos muy diferentes de los que cabe extraer conclusiones universalmente válidas y plenamente aplicables en Euskal Herria.

La revolución de la Plaza Tahrir

Los acontecimientos se suceden a velocidad de vértigo en el Magreb, con diferentes matices pero con un denominador común: el protagonismo popular. Analistas de política internacional, responsables diplomáticos, instituciones de todo tipo admiten que no habían previsto una catarsis de tal calibre y con tanta capacidad de extensión y contagio. Es lo que ocurre cuando las voluntades populares han quedado solapadas durante décadas por regímenes que las han despreciado.

Este protagonismo debe mantenerse ahora, después de la implosión, de modo que sólo los tunecinos decidan libre y democráticamente, sin injerencias y sin límites, el futuro de Túnez, los egipcios el de Egipto, los libios el de Libia y, claro está, también los marroquíes el de Marruecos o los saharauis el del Sáhara. Habrá que ver si entonces Occidente mantiene la sonrojante satisfacción que ha mostrado ante estas revueltas, cuando ha presentado casi como victorias suyas la caída de dictadores a los que hasta hace dos días han agasajado en recepciones, han provisto de armas a cambio de contratos o han tejido amistades peligrosas como la que le costará el ministerio a la vasca Michele Alliot-Marie. El triunfo de estas rebeliones ni es suyo ni de Facebook; es de las masas populares que han dicho que quieren decidir y que, como en la Plaza Tahrir de El Cairo, han sabido articular consensos básicos para liquidar lo viejo. Ahora encaran otro reto más difícil: acordar lo nuevo.

La reforma de la Plaza de Oriente

El contrapunto total a este proceso popular lo ofrece la llamada «transición española». El trigésimo aniversario del 23-F ha dejado declaraciones reveladoras que contradicen la verdad oficial establecida, como las de Felipe González admitiendo que «el fiel de la balanza» pudo caer para cualquiera de los dos lados aquella tarde-noche, o como las de diferentes protagonistas de la época que han reconocido que en España no hubo reacción popular ante el golpe de Estado militar y que aquella intentona sirvió para rebajar el alcance de la reforma.

Resulta imposible encontrar una Plaza Tahrir en aquel proceso; al contrario, lo que ha quedado en la memoria son más bien las movilizaciones de la Plaza de Oriente en apoyo a Franco, con Juan Carlos de Borbón en la balconada. Aquella reforma no fue fruto de la presión popular, sino de una serie de acuerdos políticos entre bambalinas tomados siempre bajo la amenaza de los sables, como muestra ese 23-F. La entronización de un rey designado por el dictador, los oscuros Pactos de La Moncloa o la Constitución diseñada bajo presión militar e impuesta contra los votos en Euskal Herria no pueden ser un ejemplo válido para ninguna parte del mundo.

El camino del Acuerdo de Gernika

Treinta años después de aquella reforma de reglones torcidos, y mientras varios países árabes escriben una historia bastante más épica, también Euskal Herria acelera el capítulo de su propia revolución, su transición, su democracia. Las puertas aparecen abiertas de par en par después de una iniciativa política que está haciendo cada vez más insostenible el bloqueo de las últimas décadas. Es hora de un cambio, en lo político y en lo social.

La vasca no será precisamente una transición que nazca coja de apoyo popular. Lo prueban las grandes movilizaciones de los últimos meses. Como dato, la empresa que contabilizó la manifestación de Bilbo por la legalización confirmó que se sumaron algo más de 40.000 personas, y que eso iguala casi la participación en la marcha por el Estatut en Barcelona o la realizada contra el aborto en Madrid, que en su día se presentaron oficialmente como cercanas al millón de personas.

El empuje popular supone un soporte imprescindible para construir la democracia, pero necesita también el ingrediente de los consensos políticos. Euskal Herria también está en marcha en este terreno. El Acuerdo de Gernika, ampliado ayer, se presenta como una hoja de ruta primera para construir un escenario de no violencia con garantías que a su vez permita el desarrollo del debate y el acuerdo político. Hay muchos agentes que aún no están en él, pero resulta muy significativo que nadie pueda cuestionar su contenido. El proceso vasco, tenga forma de revolución o de transición, empieza ahí.

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