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Maite Ubiria Periodista

La prisión más confortable

La única prisión existente en el minúsculo estado de San Marino ha sido catalogada como la más confortable del mundo. La prisión de Los Capuchinos es también la más pequeña, lo que no parece extraño si se tiene en cuenta que en ese miniestado incrustado en el centro de Italia apenas residen 30.000 habitantes. La vertiente religiosa que emana de la creación y sustento de San Marino podría dar para opiniones más críticas sobre los grados y calidad de la libertad reinante en esos 61 kilómetros cuadrados de país.

Sin embargo, volvamos a la materia. En la minúscula cárcel de Los Capuchinos no hay problemas de hacinamiento. Es más, por lo habitual el penal está vacío y sólo cabe destacar un annus horribilis: ese 2008, año de infame recuerdo en que en el que estaban encerrados, ahí es nada, una docena de presos.

El diario «La Reppublica» detalla que actualmente hay un solo prisionero, acusado de violencia familiar o de género. Un solitario reo cuya rutina transcurre entre visitas a la biblioteca y al gimnasio y cuyo rancho se compone de los platos cocinados en un restaurante vecino.

El Comité Europeo contra la Tortura se ha tomado la molestia de visitar esa minicárcel a la que los vecinos italianos le han colgado el apodo de «Seychelles». Y sepan que el señor Stefano Palmucci, a la sazón secretario de Estado de Justicia, y al que imagino consagrado ya a la oración y a hacer punto cruz para matar el rato, está orgulloso de que en sus informes el CPT afirme que Los Capuchinos -sin dejar de ser una cárcel- es la menos cruel del planeta.

Mientras San Marino se incrusta, con su cárcel de juguete, en el corazón de Italia, en la geografía española y francesa otras cárceles, situadas a años luz de los estándares no de confort, sino de salubridad, trazan una profunda herida infectada de tratos crueles e inhumanos.

Carabanchel, Soria, Puerto I, Herrera de la Mancha, Sevilla II, Mallorca, Sevilla I, Granada, Puerto II, Jaén, Alcala, Tenerife, Huelva... son algunas de las «Seychelles» por las que han transitado durante 30 años dos presos y tras ellos sus familias.

Joxe Mari Sagardui y Jon Agirre abrirán pronto una puerta con la llave de la dignidad. La salida, tan deseada, se antoja todavía pequeña, pero los acuerdos políticos deben contribuir a ensancharla, hasta convertirla en una avenida hacia la libertad.

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