Ainhoa Güemes Moreno, Periodista y agente de igualdad
Feminismo, socialismo y libertad creadora
Gracias a Zaloa Basabe y a Rosa Andrieu por darle sentido a este debate. El tren está en marcha. Queramos o no, compañeras y compañeros de viaje, tenemos una difícil tarea entre manos. Si bien es cierto que hace ya mucho tiempo nos atrevemos a pensar sobre las múltiples configuraciones que harán posible la gestación de esta obra de creación colectiva que llamamos Euskal Herria, y que desde el feminismo y desde el socialismo estamos denunciando las políticas opresivas que nos impiden avanzar en la materialización de nuestra obra, es igualmente cierto que para salir de la encrucijada en la que nos encontramos tenemos que ingerir grandes dosis de libertad creadora. Cada vez más consciente de los obstáculos y de las limitaciones, me preocupa ver cómo las teorizaciones aportadas desde diferentes ángulos chocan en la práctica diaria contra un muro de hormigón armado. En cierta medida, todas y todos somos responsables de que las piedras acaben pesando demasiado en nuestros bolsillos. Tenemos que ser muy prudentes. El éxito de años de resistencia depende, por un lado, del análisis que hagamos de las experiencias pasadas y por otro, de la fuerza invertida en esta afirmación política abocada al futuro que es ya inaplazable.
Entre otras cuestiones, cabe subrayar que como sujetos políticos feministas y socialistas, hemos intentado combatir por todos los medios lo que la activista defensora de los derechos humanos Angela Davis no dejó nunca de denunciar. Me refiero a la invisibilización sistemática de los tenaces esfuerzos de las mujeres (negras, lesbianas, pobres...) y otros anormales por articular sus luchas. De hecho, algunas de las estrategias que perfilan las prácticas del uso legítimo de la violencia de estado se basan en la desautorización, la exclusión y la deslegitimación de los sujetos políticos anormales y disidentes. Pero no nos engañemos, dicha práctica violenta contra las disidencias se lleva a cabo no sólo por parte de las élites patriarcales y capitalistas que ostentan el poder, sino que como una lacra social opera de diversos modos en el interior de los movimientos revolucionarios que defienden una política de oposición a los poderes establecidos. Sólo una conducta ética responsable y socialmente transgresora puede actuar como verdadero revulsivo, y hacer tambalear tanto las macroviolencias represivas ejercidas por los estados como los microfascismos domésticos que parasitan en nuestros cuerpos.
Dicho esto, es decir, servida la autocrítica, me gustaría ofrecer a continuación algunas claves que contribuyan positivamente a la ejecución del deseo que ahora nos une. Los sujetos creadores son sujetos que actúan seducidos por la libertad, la belleza y los placeres que emanan de la potencialidad creativa de la vida. Efectivamente, la civilización que nos ha tocado en suerte no es un tiempo propicio para la feliz supervivencia de los sujetos creadores a los que nos referimos. Sin embargo, me atrevo a pensar que no todo está perdido, ya que, como anuncia Hannah Arendt, lo que sorprendentemente permanece intacto en las épocas de ruina es la facultad de la libertad en sí misma, la pura capacidad de comenzar, que anima e inspira todas las actividades vitales y constituye la fuente de la producción de todas las cosas grandes y bellas.
En una entrevista realizada en 1973, Hannah Arendt, teórica política alemana de origen judío, explica en qué consistió el proceso de fundación de los Estados Unidos: Religiones, minorías étnicas, diferencias, violencia política, crisis, revueltas internas, el asesinato del presidente, la guerra de Vietnam... Nos recuerda que el porvenir se está haciendo y que el azar tiene un impacto muy potente; se refiere a la variedad infinita de posibilidades. En este sentido, Arendt dice que, sin duda, hay quienes temen la libertad, y deja claro que ella no tiene miedo, que puede sentarse delante de una cámara y hablar libremente, y que por lo tanto, aún no le han dominado. Cuando el entrevistador interviene en su reflexión y le pregunta: «¿Esa libertad extrema no acaba costando un alto precio? ¿No es preferible encontrar una ideología ya dada? ¿No es la libertad a la que te refieres la libertad de los que tienen la fuerza de inventar nuevos modos de pensamiento?» Su respuesta es rotunda: «No. La libertad sólo se basa en la convicción de que cada ser humano en tanto que ser pensante puede reflexionar tan bien como yo, puede formar su propia opinión si quiere. Lo que no sé es cómo sacar a la luz ese deseo en cada persona. Reflexionar significa pensar siempre de forma crítica; y pensar de forma crítica significa que cada pensamiento erosiona lo que está hecho mediante reglas rígidas y convicciones generales. Todo lo que pasa cuando pensamos se somete a un examen crítico, es decir, no existe pensamiento peligroso por la sencilla razón de que el hecho de pensar ya es de por sí una empresa muy peligrosa; pero no pensar es aún más peligroso».
El ejercicio de la libertad se basa, en gran medida, en la afirmación de que los sujetos estamos autorizados a reclamar derechos de autonomía sobre nuestros cuerpos. Pierre Bordieu identifica la importancia de la conquista de la autonomía, la cual relaciona con el descubrimiento de los principios, a veces olvidados, o abjurados, de la libertad intelectual. Bordieu nos incita a volver a los tiempos heroicos de la lucha por la independencia en los que, frente a una represión que se ejerce con toda su brutalidad, las virtudes de sublevación y de resistencia tienen que afirmarse con toda claridad. Quienes ostentan el poder político tratan de imponer su visión, luego no es de extrañar que los que se sitúan fuera de esta cadena, excluidos y proscritos, sean juzgados o ignorados. Contra quienes ostentan el poder, no son suficientes la indignación, la sublevación o el desprecio, ya que como principios negativos, contingentes y coyunturales, dependen demasiado directamente de las disposiciones y de las virtudes singulares de las personas. Unas prácticas perdurablemente libres de las presiones de los poderes temporales sólo son posibles, afirma Bordieu, si son capaces de basarse no en las tendencias fluctuantes del estado de ánimo o en las resoluciones voluntaristas de la moralidad, sino en la necesidad misma de un universo social que tiene como ley fundamental la independencia respecto a los poderes económicos y políticos. Luego si contra el poder de los opresores no son suficientes los sentimientos que como la tristeza, o la indignación, debilitan y desbordan nuestros corazones afectados, ¿cuáles son las acciones liberadoras que debemos llevar a cabo contra los poderes que nos oprimen?
En este sentido, apuntando hacia la democracia radical como meta, Juan Goytisolo ha señalado recientemente que la historia se escribe en la plaza, dice sentirse conmovido al ver a la gente árabe convertirse en antorchas humanas con el fin de mostrar el grado de desesperación de unas existencias míseras y sin horizonte alguno: «Se trata de un alzamiento espontáneo que ha abierto la compuerta a una furia contenida durante décadas. Los cairotas que atestaban la plaza de la Liberación descubrían de pronto que podían ser dueños de su destino y decir basta». Si queremos ser dueñas y dueños de nuestro destino, hay que ocupar la plaza. La plaza, el espacio caótico de la liberación no es otra cosa que un espacio libre para la creación y la reconstrucción. Jorge Oteiza supo verlo, sin duda fue un escultor atraído por el constructivismo, que creía en la obra artística como instrumento de transformación y antídoto frente a una sociedad en crisis: «Lo que estéticamente nace como desocupación del espacio, como libertad, trasciende como un sitio fuera de la muerte». Los sujetos creadores son sujetos políticos. Un espacio de creación colectiva es el lugar preciso donde los sujetos políticos tienen la posibilidad de vivir, fortalecerse y transformarse.
Si nuestro deseo es trasladar esta idea de espacio donde surgen infinidad de posibilidades creativas a la idea de Euskal Herria como posible construcción colectiva, hay que saber que la potencialidad del vacío se obtiene, se crea, no existe a priori; de hecho, se obtiene de esa máquina abstracta extraordinaria que es la matriz generadora. Para que algo emerja ha de ser pensado previamente, ya que, como expresan los hermosos versos de Joseba Sarrionandia, «Somos agrimensores de ningún lugar, cartógrafos del país que no es. Tenemos piedras pero no tenemos país. Pero, ¿son las piedras acaso más bellas en el muro?».