Le tenía a Chema de la Peña por un cineasta independiente pero, después de ver una película tan oficialista como “23-F”, la percepción pasa a ser otra. Oficialista y patriotera, porque el grueso del reparto se pasa la película entera dando vivas a España y al Rey, lo mismo los militares golpistas que los políticos de la transición. No entiendo cómo se ha podido prestar a dar la versión ya establecida de los hechos, sin añadir ni quitar nada, sin esbozar la más mínima velada crítica. Y lo peor de todo, saliendo mal parado en la comparación con la miniserie televisiva emitida hace dos años, ya que repite para peor las caracterizaciones mil y una veces vistas en la pequeña pantalla de la familia real o del presidente Adolfo Suárez. Hasta incluye las imágenes de archivo del tardofranquismo más gastadas de tanto emitirlas, conocidas de sobra ya por todos los espectadores de cualquier generación. Este tipo de cine rancio es el que echa al público de las salas, y lo digo porque era el único espectador en la sesión a la que acudí el día del estreno, a pesar de coincidir con la fecha del título en su 30 aniversario.

El pretendido estilo documental de «23-F» no es tal por la sencilla razón de que el guión del temible Joaquín Andujar («El oro de Moscú») está muy teatralizado con unas interpretaciones exageradas que en el caso particular del histriónico Juan Diego y su parodia del general Armada llegan a la charlotada. La estética «retro» contribuye en igual medida al esperpento involuntario y al espectáculo zarzuelero, debido a que se les ha ido la mano con los tonos ocres de la casi monocromática fotografía, a la vez que la descuidada y apresurada escenificación recuerda a las películas de finales de los 70 y principios de los 80 que rodaba Eloy de la Iglesia. Los ramplones diálogos hacen que el conjunto sea muy chusco, a la vez que carente de un pulso narrativo lo mínimamente firme como para dotar a los personajes de un cuerpo dramático o una expresión psicológica coherentes.