Maite Ubiria | Periodista
Una cadena para romper viejos cercos
La palabra es el instrumento por excelencia de la acción política. A fuerza de escuchar cómo algunos emplean el argumento para fines bastardos, podemos caer en la tentación de dudar del valor de la palabra. A fuerza de observar a policías que golpean a electos y se llevan a rastras a ciudadanos, podemos flaquear en la pacífica convicción y restar potencialidad de cambio a la palabra.
Sin embargo, con el arma exclusiva de la voz y una energía vital uterina, unas electas vascas: abertzales, ecologistas, socialistas... han albergado y hasta protegido en un cuerpo a cuerpo desigual a los jóvenes independentistas que han protagonizado el encierro político más abierto de los últimos tiempos.
Llega el 8 de Marzo y los argumentos en favor de la mujer cobrarán el peso merecido en el espacio mediático y político. La palabra, siempre, para remachar la voluntad de avanzar hacia un modelo de sociedad que descanse sobre pilares de igualdad.
Las manos se acarician, los codos se rozan, la línea variopintaque componen cuerpos curtidos en la solidaridad pero también rostros nuevos que se incorporan a la marcha por los derechos civiles se pierde en el horizonte.
Escucho a un tertuliano decir que una condena sería más útil para Sortu que «una manifestación de 100.000 personas en Bilbo». La simplificación destila menosprecio hacia el ejercicio democrático básico que representa una marcha de ciudadanos decididos a transitar por la avenida de las libertades pese a aquellos que, comprensivos con uniformes y metralletas, postulan atajos que reproducen la tortura y no llevan a la paz.
Los ojos de la cadena aportan una imagen nueva a las arterias que de habitual sólo ocupan los automóviles y ofrecen una perspectiva que permite a la mirada descansar del duro impacto visual y afectivo del presente.
La palabra, cuando no sirve para enmascarar la prepotencia, el desprecio o la negación del otro, es la grasa ideal para desatascar las puerta más obturadas, aquellas tras las que se esconden temerosos y holgazanes.
Patxi López no quiere hablar. Y con su proclama se invalida definitivamente para el cargo al que se aupó con la pértiga de la ilegalización. Si nada tiene que decir, que escuche al menos a sus parientes políticos del norte del Bidasoa, que cobijan a los exiliados más jóvenes de su obsoleta dictadura de silencio.