Nietos y abuelas miran a la cara a Videla y Bignone en el primer juicio por el robo sistemático de Bebés
Clara Anahí tenía tres meses cuando les fue arrancada de los brazos. Su abuela ha removido cielo y tierra para encontrarla, aún sin éxito. Virginia Ogando no pierde la esperanza de conocer a su hermano Martín, nacido en cautiverio. Son sólo dos de los 34 casos que se están juzgando en Buenos Aires por el robo de bebés durante la dictadura. Entre los acusados se encuentran Rafael Vide- la y Reynaldo Bignone.
Ainara LERTXUNDI
Los dictadores Rafael Videla y Reynaldo Bignone se enfrentan desde el lunes pasado a un nuevo juicio, esta vez por el robo sistemáticos de menores durante la dictadura. No están solos en el banquillo de los acusados. Les acompañan el ex comandante de Institutos Militares de Campo de Mayo Santiago Omar Riveros, el ex comandante en jefe de la Armada Rubén Oscar Franco, el ex jefe del Comando de Operaciones Navales Antonio Vañek, el capitán Jorge Eduardo Acosta, el prefecto retirado Juan Antonio Azic y el médico Jorge Luis Magnacco. A mediados de año se sumarán Eduardo Rufo y el capitán retirado del Ejército Víctor Gallo y su esposa. En el camino al banquillo se han quedado los fallecidos Emilio Massera y Cristino Nicolaides.
Se trata del primer proceso que juzga el plan sistemático diseñado por los militares para robar y sustraer la identidad a los hijos de los detenidos, que en la mayoría de los casos nunca aparecieron. Se estima que 500 menores fueron robados entre 1976 y 1983, bien nada más nacer en un centro de detención clandestino o bien tras ser detenidos junto a sus padres. En estas tres décadas, las Abuelas de Plaza de Mayo han logrado recuperar a 102 nietos. Algunos de ellos acudieron al inicio del juicio oral, al que también asistieron hijos de detenidos-desaparecidos que buscan a sus hermanos nacidos en cautiverio y muchas abuelas, entre ellas la fundadora y ex presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo María Isabel Chorobik de Mariani, más conocida como Chicha Mariani.
La vida le cambió el 24 de noviembre de 1976 cuando mataron a su nuera Diana Esmeralda Teruggi junto a otros tres militantes políticos y se llevaron a su nieta Clara Anahí, de sólo tres meses de edad, de la casa donde vivían. En el operativo, que se escuchó «en toda la ciudad de La Plata», participaron más de 200 agentes, además de helicópteros. Su delito era tener una imprenta clandestina con la que habían denunciado que la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA) era un campo de concentración y que los detenidos eran arrojados vivos al mar.
Mariani removió cielo y tierra para encontrar a su nieta. Tocó -y sigue tocando- todas las puertas. Le dijeron que estaba muerta, que nadie la había visto, que no buscara más. En una ocasión, el entonces monseñor José María Montes, aún con vida, le señaló la puerta de salida y le dijo en tono enfadado que no buscara más porque la niña estaba «con gente de mucho poder». Escribió hasta una carta en polaco al Papa Juan Pablo II porque «mi padre, de origen polaco, era de un pueblo cercano al suyo». De nada sirvió.
«Necesitaría un libro para contar lo que han sido estos años. Todo el mundo se puede imaginar el destrozo interno que provoca en una persona la muerte de un hijo, de una nuera y la desaparición de una nieta. Después vino la búsqueda y la creación junto a Alicia de la Cuadra de Abuelas de Plaza de Mayo, donde trabajé hasta 1989. La lucha ha sido enorme -recuerda a GARA desde su domicilio-. Muchas veces me dijeron que si no había pruebas de la desaparición de Clara Anahí, no se la podía tener en cuenta en la búsqueda. A los 20 años logré que un testigo explicara que había visto sacar a la niña con vida de la casa. La gente, muerta de miedo, no decía ni una palabra. Después tuve que convencer a los jueces de que eso era cierto», recuerda.
El lunes, Chicha -una de las cuatro querellantes en la causa- estuvo a escasos metros de Videla y del resto de acusados. «Sentí repugnancia. Fueron muy afeitados, peinados, perfumados y, aún hoy, con mirada desafiante. Fue un trago amargo. Se entremezclan los sentimientos; la amargura por lo que no se ha hecho, el horror por recordar lo que hicieron los militares y policías, y la impotencia por no ver avances suficientes».
Teme que todo este proceso quede en un mero castigo a los culpables, sin que se llegue a aclarar el destino de los bebés robados y el entramado de las maternidades clandestinas que operaron en Campo de Mayo, en la ESMA, en el Pozo de Banfield, en la Comisaría 5º de la Plata, en la Cacha, en el Vesubio, en Automotores Orletti o en Olimpo.
«Me hubiera gustado que se investigara y que la Justicia hubiera encontrado a al menos un niño. Los que han aparecido son gracias a la labor tremendamente difícil de las abuelas. ¿Hasta cuándo vamos a esperar? Se nos va la vida y seguimos esperando a que a alguien le remueva la conciencia y diga, por fin, qué hicieron con cada hijo y nieto», dice.
En su caso particular, logró saber que su hijo y nuera estuvieron enterrados en el cementerio de La Plata, donde figuraban como NN (sin nombre). «Pero me lo dijeron cuando ya los habían sacado y tirado al osario... no pude recuperar sus restos», añade.
Carta a la dueña del Grupo Clarín
Mariani tiene desde hace años serias sospechas de que su nieta Clara Anahí pueda ser Marcela Noble, la hija adoptiva de Ernestina Herrera de Noble, dueña del importante grupo mediático Clarín, a quien en octubre del pasado año envió una carta pidiendo su colaboración. Todavía no le ha respondido.
«Cuanto más se niegan a hacerse los análisis genéticos, más me convenzo de que tanto ella como Felipe son hijos de desaparecidos. Tengo otros muchos indicios de que son la misma persona», remarca sin querer ahondar en más detalles. Y a sus 87 años, admite que «lo que me mantiene en pie es la esperanza de encontrar a Clara Anahí».
A la espera de Martin
Virginia Ogando también estuvo en la sala. Acudió por ella misma y por su abuela, que decidió delegar en ella este duro trance. Su madre, Stella Maris Montesano de Ogando, estaba embarazada de ocho meses cuando fue detenida junto a su compañero. Virginia, de tres años, quedó al cuidado de sus abuelos después de que éstos fueran alertados de que se encontraba sola en casa.
Según testimonios de sobrevivientes, estuvo recluida en el Pozo de Banfield, donde dio a luz a Martin con los ojos vendados y con la ayuda de una estudiante de Medicina, también detenida. Un militar le arrancó al niño nada más nacer. Stella regresó a la celda con el cordón umbilical, que hizo llegar a su compañero -pasándolo de mano en mano- como único recuerdo del nacimiento de su hijo. Los tres continúan desaparecidos.
«Fue chocante verlos sentados tan cerca, algunos como si nada pasara y hasta con cara de alegría saludando a sus familiares, situados en la parte de arriba de la sala y, obviamente, separados de nosotros», señala.
Virginia supo desde pequeña que sus padres estaban desaparecidos, pero «tuvieron que pasar 18 años para que pudiese hablar y contar a la gente por qué no tenía padres».
En estos años se ha sometido sin éxito a varios exámenes genéticos a jóvenes cuya edad y rasgos podían corresponder con los de Martín. Al igual que Mariani, espera que alguno de los acusados aporte algún dato que le ayude a localizar a su hermano.
Se prevé que el juicio dure ocho meses. 370 testigos podrían arrojar luz sobre las tiniebras de las maternidades clandestinas.
son los que casi han tenido que esperar los familiares para que se inicie el juicio, calificado de histórico por ser el primero en juzgar el robo sistemático de bebés y por el alto perfil de los acusados. La causa se inició en diciembre de 1996 a raíz de una denuncia de las Abuelas de Plaza de Mayo. Este delito estaba fuera de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, anuladas en 2003.
Entre los querellantes están las Abuelas de Plaza de Mayo como institución, la Fundación Anahí, representada por Chicha Mariani, el poeta Juan Gelman y varios familiares, entre ellos, la actual presidenta de Abuelas, Estela Carlotto. Mariani fue la primera en declarar, en octubre, por miedo a no llegar al juicio dado su estado de salud y avanzada edad.
Los acusados deberán hacer frente a los cargos de «sustracción, retención, ocultación y sustitución de identidad en menores de diez años». En concreto se abordará el robo de 34 bebés, algunos recuperados por sus abuelas años después.
Los militares no sólo tejieron una red de centros de detención ilegales, también diseñaron una red de maternidades clandestinas que, principalmente, operaron en la ESMA, Campo de Mayo, Ponzo de Banfield, el Vesubio y la Comsiaría 5ª de La Plata.
De estos 34 bebés robados, doce nacieron en la ESMA, ocho en el Pozo de Banfield y tres en Campo de Mayo. El resto lo hizo en la Comisaría 5º de La Plata, en la Cacha, en Automotores Orletti... o fueron secuestrados con sus padres.
Aunque con variantes, el funcionamiento fue similar. Las embarazadas eran sometidas a torturas, al igual que el resto de detenidos, y resultaba habitual su traslado a otros centros «más preparados» cuando se acercaba la fecha del parto. En el Pozo de Banfield, por ejemplo, operó una enfermería con material rudimentario y solían recibir la visita del médico Jorge Antonio Bergés. En muchos casos sólo contaron con la asistencia de otras detenidas pariendo sobre una sucia mesa e, incluso, en los pasillos.
Ni ellas ni sus hijos figuran en ningún registro. A.L.