Ainara Lertxundi Periodista
Vidas robadas que reclaman la verdad
El teléfono suena. Una voz al otro lado avisa de que su encargo ya está listo y que pase a por él de forma discreta, sin llamar la atención. Le dice que lleve el dinero en mano, contante y sonante, y que, a partir de ese momento, se olvide de esta cita. Los receptores de la llamada acogen con entusiasmo el aviso. Por fin,tendrán en sus brazos lo que tanto han esperado; un bebé recién nacido.
La lista de niños, en su mayoría de pocos meses, dados en adopción de forma irregular desde los primeros años del franquismo hasta bien entrados los años 80 va tomando cada vez mayor volumen. Los relatos y denuncias se van abriendo paso entre el pacto de silencio que hicieron monjas, médicos, matronas y adoptantes implicados en este sucio negocio en el que el ideario franquista, la religión, los prejuicios sociales de la época o el trueque económico fueron caldo de cultivo.
Muchas de las mujeres que culminaban su embarazo en instituciones a cargo de religiosas o en pisos para «madres solteras», también al cuidado de monjas, fueron coaccionadas para entregar a sus bebés, y aunque meses después intentaran recuperarlos, nunca más supieron de sus hijos. Se dieron en adopción a «padres que pudieran educarlos bien, que fueran buenos cristianos», tal y como reconoce la que fuera superiora de la casa cuna de Tenerife entre 1951 y 1970 a un diario estatal. Afirma que lo tenían todo «muy bien organizado». Su cometido era viajar a Bilbo, recogerlos de mano de otra monja de la Caridad y llevarlos en avión a las Canarias.
En otros casos, el médico le decía a la madre que el bebé había nacido muerto, que era preferible que no lo viera y que no se preocupase de ningún trámite, que ellos se hacían cargo. Después, con una simple llamada cambiaba para siempre el destino del niño, ahora adulto que reclama la verdad.
Este bochornoso asunto debería ir más allá de una denuncia periodística. Se podría empezar por llamar a declarar a esta monja o a otros nombres que van saliendo. Es hora de saldar cuentas con el pasado cercano, por más doloroso que sea para algunas personas.