Koldo CAMPOS Escritor
Sigue el carnaval
No lo dijo exaltada, ni quejosa. Tampoco fue un reproche. Cuando afirmé que en carnavales cada uno se disfraza de lo que quiere, mi hija Itxaso me respondió: de lo que quiere no, de lo que hay.
Quizás a ello se deba la elección que, como adultos, adoptamos más tarde, cuando descubrimos que en carnavales sólo mudamos de disfraz y se transforma en Cenicienta el banquero que predicara contra el mal de la usura y en Pulgarcito el rico que amonestaba la culpa del dinero. Los enanitos fueron y volverán a ser patronos que repudian la codicia del lucro; los lobos invertirán en Bolsa y soplarán rumores, y la Caperucita Roja volverá a los estrados a intercambiar sentencias a la carta por su bien pagada toga.
Los demócratas homologados negociarán los riesgos de las urnas, a quién debe excluirse, a quién sumarse, qué nueva ley les garantiza el fraude; los olvidos ponderarán el fin de la memoria y exhortarán los verdugos a evitar la tortura.
Los policías promoverán los derechos humanos; clamarán los militares contra el fin de las guerras y alardeará la muerte de ser humanitaria. Hasta serán demonios los primeros en censurar las llamas del infierno y los cuchillos el filo de sus hojas.
El carnaval tal vez haya dejado en sus pocos días de gloria su ánimo festivo, pero los disfraces siguen en la calle, para que puedan los tahúres exigir el «fair-play», los impunes ponderar la justicia, los indecentes aplaudir el decoro, los ladrones ensalzar la virtud, los hipócritas proclamar la franqueza, los sinvergüenzas pregonar la moral y los monarcas brindar por el futuro.