KOLDO SARATXAGA, FUNDADOR DE K2KEMOCIONANDO
Productividad de algunos o eficiencia de todos
Consecuencia del debate sobre el fondo de rescate de la UE, la canciller Angela Merkel condicionó la ampliación del mismo a un difuso pacto de competitividad, lo que se ha definido, a efectos del Estado español, como: «el acabar con la indexación automática de los salarios con la elevación de los precios conocida como IPC». Esto se resume en términos populares en que: «los salarios deberían evolucionar de acuerdo con la productividad».
En las últimas semanas se han escrito muchas páginas al respecto y no sólo no existe la más mínima unanimidad, nada que nos sorprenda, sino, lo que es peor, tampoco nos ponemos de acuerdo sobre qué es, y cómo, esto de la productividad o la competitividad.
Hace unos días, el Eurostat nos indicaba que el País Vasco y Hamburgo son las regiones más ricas de España y Alemania, en datos referidos al 2008, que cifran la renta per cápita de la primera en 34.500 euros y en 47.100 euros la de la segunda. Lo que se puede traducir en que ellos son un 38% «más ricos» que nosotros.
Son muchos los conceptos que conforman la actividad empresarial, y uno relevante entre ellos el coste laboral. Veamos unas cifras sobre el impacto del mismo desde la introducción del euro, en el periodo de
1999 a 2009. En Alemania estos costes aumentaron con una tasa media del 0,7% al año, en Francia 2%, en España 3% y en el conjunto de la zona euro el 1,9%. Parece claro que subidas o niveles salariales no son directamente proporcionales a generación de renta.
Saquemos conclusiones, pero no nos extrañemos ante la siembra que practicamos. España tiene, como miembro de la UE, el doble honor de ser quien ostenta la más baja productividad y el mayor índice de fracaso escolar. Estos ingredientes, que son el fruto de décadas sin hacer los deberes del futuro, requieren una estrategia fresca y adecuada a los nuevos tiempos, que ya han llegado, para salir de la dramática situación que han creado. Y, además de los políticos de turno, es necesario saber y asumir por parte de todos que los frutos tardan en llegar.
Es lógico escuchar, por un lado, este argumento de los sindicatos: si hablar de competitividad supone devaluar los salarios, no estamos de acuerdo. Hasta aquí todo normal; además, el sistema necesita ser alimentado para seguir consumiendo y que el mercado, que todo lo domina, sacie su alocada voracidad. Esta triste paradoja será la que conduzca nuestro mecanizado estilo de vida mientras no cuestionemos el viejo y sangrante paradigma económico que nos seduce con que más consumo nos lleva a la felicidad. Por otro lado, los empresarios indican: ligar los salarios a la productividad es imprescindible.
En diferentes artículos pueden leerse diversos conceptos sobre productividad e incluso hay quienes indican que no es fácil definirla. Una vez más, lo que existe es una generalizada falta de confianza entre las partes para ponerse de acuerdo en el cómo: la llamada empresa, por un lado, es decir, los empresarios, y los trabajadores, por otro, a los que las referencias escritas identifican, en general, como aquellos más próximos al hacer del producto o servicio.
Personalmente no creo sea tan difícil ponerse de acuerdo en el cómo y en el qué hace que una organización mida su evolución y posición competitiva en el mercado. Debemos alejarnos de criterios de eficacia, que logran objetivos al precio que sea, y sustituirlos por criterios de eficiencia económica, que tienen en cuenta los medios utilizados y los logros conseguidos. Insisto cada vez más en que debemos aplicar criterios de eficiencia, no podemos permitirnos el lujo de despilfarrar ni el tiempo de las personas, ni medios materiales que siempre parten de recursos naturales, los cuales no está claro que existan únicamente para satisfacer nuestros actos poco inteligentes, ni que vayan a perdurar en el tiempo. No nos sirve el tuya o mía, el «serán galgos o podencos». Se impone el actuar con otras miras.
Me permitiré, queriendo aportar la experiencia que proporciona el haber estado y estar colaborando en cambios radicales en más de cuarenta organizaciones de muy diversos sectores, expresar algunas reflexiones al respecto de todo lo anterior:
Dejo claro que en ningún caso los costes de las personas, los costes laborales, son la causa de fracaso en una organización. Una cosa son las personas y sus relaciones y otra sus costes. La falta de objetivos comunes, por tanto, de comunicación, transparencia y confianza, hace que las llamadas empresas (empresarios + trabajadores) no funcionen como un proyecto único basado en lo más importante, que es la totalidad de las personas que la componen, independientemente de sus responsabilidades, focalizadas de forma ilusionante en los clientes, lo cual se alimenta con mucho cariño y dedicación, y en la eficiencia, lo cual implica una total transparencia e igualmente realizar una dedicación explícita a la formación económica, así como financiera, en los momentos actuales. Personas, clientes, eficiencia nos llevan a mantener actividades que son referencia en innovación, calidad, servicio y manejo de los costes. Todas las personas pueden y deben aportar en estas claves, tenemos muchos ejemplos que lo validan. Corresponde a los que más responsabilidades tienen lograr proyectos ilusionantes y participativos. Lo mismo que no creo en las organizaciones de organigramas conformados en departamentos estancos con objetivos estancos, tampoco en continuar con el caduco paradigma de empresa «y» trabajadores. En esta nueva era del conocimiento y la información no tienen futuro las Pymes que continúen con más de lo mismo. Se impone remar al mismo ritmo y constancia o será cada vez más complicado arribar a puerto.
También creo positivo y necesario que trabajadores, personas con diversas responsabilidades, elegidos por todos, participen en la toma de decisiones de la organización. Debemos pensar que la mayoría de las personas quiere lo mejor para sí mismas y, por tanto, para el lugar donde trabajan, por lo que deben pasar de ser marionetas a ser actores reales y permanentes, y tomar parte a la hora de crear un guión que, cada vez más, necesita de improvisación en función de los acontecimientos. Se terminó pensar en los trabajadores en términos de obreros que deben ser mandados y controlados. Pueden y deben asumir compromisos.
Soy partidario de aplicar los incrementos del IPC a todas las personas en el inicio del año y como referencia permanente, también por su incidencia de cara a la jubilación. Por supuesto que apoyo, lo hacemos, que en años duros como los que estamos pasando y pasaremos, se pueda percibir salarios por debajo de lo correspondiente, y hasta donde se crea adecuado, por acuerdo de una clara mayoría, así como repartir de forma extraordinaria y generosa, sin repercutir en la base salarial, de acuerdo con los resultados positivos logrados. El objetivo debe ser mantener o crecer en personas, pero y sobre todo, asegurar la continuidad de la actividad, que supone la continuidad de la mayoría. En el futuro, con la competencia global como nueva e inevitable realidad, no será posible otro camino. Me refiero a Pymes.
Me cuesta interiorizar como razonable lo de los convenios colectivos. No creo que hoy en las sociedades avanzadas, democráticas -así es como se las denomina, aunque personalmente no conozca ninguna-, se permitiera que nos crearan normas generales, provenientes del exterior, de cómo convivir en el entorno de nuestra familia o amigos, ni tampoco que se nos tratara para todo y en todo como un número y no se tuvieran en cuenta nuestras personales y únicas características. De igual manera me parece una entente entre bloques, patronal y sindicatos, lo de discutir y aprobar los convenios colectivos. No es cuestión de analizar si fue positivo en el pasado, simplemente no sirve para el futuro. Cada Pyme siente, tiene y sueña de una manera diferente, tiene unas relaciones y unas necesidades propias, pero actualmente debe esperar a que, tras meses de sinsabores, incertidumbres, en muchos casos huelgas y más divergencias personales -cabe recordar el último convenio del metal en Gipuzkoa-, venga la receta obligatoria que a cada organización le encajará de forma diferente. Apostaría por que se colectivicen algunas bases como horas/año, salarios mínimos, aspectos de seguridad y salud laboral... y dejar que lo más próximo se acuerde con comunicación interna de los participantes de cada proyecto. Ya sé que para muchos empresarios pequeños y ejecutivos de corte clásico, las relaciones humanas con los trabajadores no son sus mayores habilidades y preferencias, pero se ha pasado el tiempo en el que todo era producir a cualquier coste. Esto, ahora, lo hace cualquiera y en cualquier lugar del mundo.
Y para terminar, insisto en que, pensando en futuro, cosa no muy habitual, debemos invertir en educación, no en aprendizaje programado y enlatado, sino en desarrollar personas singulares, éticas, con valores permanentes, sobre el fundamento de sus propias capacidades y habilidades.