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Fukushima marca un punto de inflexión

Cualquier comentario sobre las múltiples calamidades a las que se está enfrentando Japón debe comenzar por la impresionante escala de vidas perdidas. Miles de muertos o desaparecidos, cientos de miles sin hogar, pueblos enteros borrados del mapa y ahora una catástrofe nuclear que parece descontrolada y amenaza con liberar enormes niveles de radioactividad. El verdadero alcance del desastre que continúa activo en las planta nuclear de Fukushima es todavía desconocido. Las informaciones sobre el terreno son contradictorias y nadie parece estar en disposición de saber el alcance real de las explosiones que no cesan y el humo blanco dispersado hacia el cielo que las televisiones muestran. Sin embargo, el hecho de que el emperador Akihito se dirigiera al país en un discurso televisado sin precedentes en la historia –ni siquiera en el devastador terremoto de Kobe de 1995– no deja lugar a dudas sobre la magnitud de los hechos: la peor catástrofe nuclear del siglo XXI, provocada por el peor terremoto de la historia de Japón.

El hecho de que haya ocurrido en el país de los robots y los coches eléctricos marca un punto de inflexión en la historia de la tecnología. Fukushima simboliza el final del sueño de una energía nuclear manejable y la realización de que esta forma de energía ni se tiene ni nunca se tendrá bajo control total. Japón se ha convertido, una vez más, en símbolo del poder arrollador de la energía atómica. Hiroshimo marcó el terrible comienzo de la era nuclear en términos militares. 70 años después, Fukushima marca el principio del fin en términos de uso civil.

Fukushima es ya un acontecimiento de implicaciones globales en términos simbólicos, económicos y políticos comparable al que supuso el 11-S. El 11 de septiembre de 2001 significó para Occidente su vulnerabilidad, el hecho de enfrentarse a un mundo que escapaba a su control. El 11 de marzo de 2011 significó que la idea de un poder nuclear controlable no puede seguir siendo apoyada. Simboliza lo vulnerable que es el imposible anhelo de una energía nuclear totalmente controlable.