Revueltas en el mundo árabe
«Estoy orgullosa de mi hijo, él fue el inicio de la revolución en Túnez»
Madre de Mohammed Bouazizi
Hoy se cumplen tres meses desde que Mohammed Bouazizi se prendió fuego frente a la Delegación del Gobierno en Sidi Bouzid, en el centro de Túnez. Con este acto dio comienzo a una revuelta que provocaría la huida del dictador, Zine El Abidine ben Ali, y un efecto mariposa que se extendió por todo el mundo árabe. Su madre, Menoubia, reivindica para GARA la memoria de su hijo.
Alberto PRADILLA | SIDI BOUZID
«Estoy muy orgullosa de mi hijo. Es un héroe. Murió por su país y por el resto de jóvenes en su misma situación. Él fue el inicio de esta revolución en Túnez, en Egipto, en Libia. Estoy orgullosa». Menoubia Bouazizi es la madre de Mohammed, el joven tunecino que pasará a la historia como símbolo de una generación hastiada que terminó por hacer temblar a las dictaduras de todo el mundo árabe.
Un vendedor ambulante de 26 años que, después de que una funcionaria le tirase al suelo las frutas y le abofetease delante de todo el mundo, terminó por prenderse fuego. «La gente sabe que mi hijo fue humillado. Y cuando le ven, es como si viesen a los suyos», asegura Bouazizi sentada en una banqueta de su domicilio, en Sidi Bouzid, en el centro de Túnez. Una vivienda pequeña, casi diminuta, donde cuesta creer que ocho personas (madre, padrastro, dos hermanas y cuatro hermanastras) fuesen capaces de encajonarse para dormir bajo el mismo techo.
Han pasado exactamente tres meses desde que, el 17 de diciembre de 2010, Mohammed Bouazizi se inmolase delante de la delegación del Gobierno. Murió en el hospital de Ben Arous, a pocos kilómetros de la capital, el 4 de enero. Así que le faltaron diez días para ver la caída del dictador, Zine El Abidine ben Ali. Luego llegó la de Hosni Mubarak, en Egipto, y los enfrentamientos en Libia que han puesto en jaque a Muamar al-Gadafi.
Pero a Menoubia, que sabe la importancia del gesto de su hijo y no se cansa de repetir el orgullo que siente por él, lo que le queda ahora es una pequeña habitación que está muy lejos de los palacios presidenciales. Un cuarto semivacío, decorado con un enorme poster con el rostro de Mohammed y donde guarda la balanza que utilizaba para pesar la fruta y que tantas veces le confiscó la Policía. «Todo ha cambiado desde entonces», asegura. Pero no se refiere a la política. Ni a esa esperanza que ha sacudido el mundo árabe. «He perdido a mi único hijo», se lamenta, sin perder su gesto serio.
Todo el mundo en Sidi Bouzid sabe dónde se encuentra la casa de los Bouazizi. Por aquí han desfilado decenas de periodistas en los últimos tres meses. Pero ahora todos están en Libia. Aunque, a pesar del overbooking mediático, pocas veces se ha escuchado que Mohammed Bouazizi, en realidad, no se llama Mohammed. «A su padre le gustaba mucho el deporte, especialmente Tarek Dhiab (jugador de fútbol tunecino). El día que nació, su padre puso Tarek en el papel, pero yo quise que quedase como Mohammed, así que todo el mundo lo conoce por ese nombre», puntualiza.
Segunda incorrección: quizás para aumentar el mito, buena parte de la prensa lo situó como un licenciado en informática que no encontraba trabajo. Que por eso se dedicaba a vender frutas por la calle. «No llegó a terminar el bachiller. Sabía que no teníamos dinero y que tenía que ponerse a trabajar», señala su madre. Aunque el detalle es lo de menos. Lo importante, lo que hizo que decenas de personas perdiesen el miedo y saliesen a manifestarse en el Túnez policial de Ben Ali, fue que el maltrato padecido por Bouazizi era la regla general para todos.
«Siempre le maltrataron», protesta la madre, que subraya que no era la primera vez que la agente, precisamente esa agente, se cebaba con él. «La Policía, pero esta mujer especialmente, siempre le maltrataba». Y la mejor forma de hacer daño era robarle su medio de vida. Probablemente, si hubiese pagado el tradicional soborno, le hubiesen dejado en paz. Pero Bouazizi no lo hizo. «En muchas ocasiones le quitaron su balanza, el material que vendía. Incluso tuve que ir varias veces a reclamarla. El objetivo de los agentes era limpiar la calle de gente como Mohammed. ¡Si no tenían otro modo para ganarse la vida!».
A pesar de todo, ni siquiera su madre sospechaba que Mohammed Bouazizi terminaría inmolándose. «El día antes de la revolución, él estaba en casa, aquí mismo. Estaba orgulloso, porque había comprado frutas frescas y de buena calidad, así que estaba contento». De hecho, luego se sabría que, después de que le quitasen su mercancía y le golpeasen, Mohammed trató de acceder a la Delegación del Gobierno para hablar con su responsable. Obviamente, no pudo pasar. Y el resto, ya se conoce.
«Por la mañana me fui a trabajar. Y le vi por última vez. Le miré y tenía buena cara. Quise besarlo, pero no lo hice. Le dije `que Dios te proteja', y se marchó». En pocas horas, llegó la noticia. «Sus amigos me llamaron a las 12 del mediodía y me dijeron que Mohammed se encontraba mal, que había sido trasladado al hospital. Yo pensaba que estaba cansado, que se había sentido indispuesto», relata Menoubia.
Ni siquiera quiere pensar en cómo fue el trayecto hacia el hospital. «Fue trasladado durante 74 kilómetros sin oxígeno ni equipo médico. Finalmente, en el camino hacia Sfax (principal ciudad en la costa), llegó una ambulancia».
Luego, Ben Ali trataría de beneficiarse de un caso que ya se le iba de las manos y prometió a su familia que llevaría a Mohammed a un hospital al Estado francés. Pero no hubo tiempo. Aunque, en realidad, no se sabe si alguna vez lo hubo, ya que, tal y como denuncia Menoubia, «después de 19 días, ni siquiera sé qué día murió mi hijo».
Le queda el consuelo de que el acto de su hijo desencadenó unas revueltas que buscan un horizonte en el que nunca más un Mohammed Bouazizi compre un bidón de gasolina y se prenda fuego porque no encuentre otra salida.
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