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Iker Bizkarguenaga Periodista

Si hoy cuestionan las nucleares, mañana abrirán más centrales

Cuando a mediados de 2008 la crisis económica que aún mantiene al planeta convaleciente ya no se pudo ocultar por más tiempo, algunas voces nada sospechosas de rojeras -Nicolas Sarkozy, por ejemplo- empezaron a hablar de cambiar o refundar el sistema y de poner freno a los desmanes del mercado. Las agencias de ráting, auténticas desconocidas para la gran mayoría, pasaron a ser unas apestadas, y hubo quien aventuró una crisis definitiva del capitalismo.

Estamos a marzo de 2011. Los países han acometido en los dos últimos años las mayores reformas contra la clase trabajadora en décadas, atendiendo a las imposiciones de ese mismo mercado que vuelve a poner y quitar gobiernos. Grecia e Irlanda han pasado a ser sendos protectorados, y Portugal, Bélgica y el Estado español se rifan el dudoso honor de acompañarlos. Y cada vez que Moody's, S&P o Fitch abren la boca, todo el mundo se echa a temblar. El capitalismo estará en crisis, pero quienes lo sufrimos mucho más.

Así que, cuando estos días, a raíz del desastre nuclear desatado en Japón tras el tsunami, diversos mandatarios europeos y del resto del mundo anuncian la paralización de sus proyectos para construir nuevas centrales, y cuando los más optimistas aseguran que, dentro de la tragedia, lo ocurrido en Fukushima supone un golpe a la línea de flotación de la industria atómica, a mí me dan ganas de ir a comprar pastillas de yodo.

Igual que el capitalismo, los intereses que sostienen la energía nuclear y los potentes lobbies que la acompañan tienen fuertes anclajes en esta sociedad y en el mundo que nos rodea, y no tienen inconveniente alguno en recular, a sabiendas de que su discurso es hoy políticamente incorrecto, para volver a asomar la cabeza cuando las aguas vuelvan a su cauce. Dirán otra vez que no hay peligro, que tsunamis como el de Japón ocurren una vez cada un millón de años, que la nuclear es una energía mucho más limpia que el petróleo, y que sin nucleares comeremos berzas.

Por eso, cuanto más irreversibles sean los pasos que se les obligue a dar ahora, mejor. Y,, cuando hablamos de irreversibilidad, en este pequeño país a todos nos viene una cosa a la cabeza. Cierre de Garoña, ya.

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