Jesús Valencia | Educador social
La inscripción de Sortu
Si Sortu hubiera nacido en un lugar menos cerril ya estaría inscrito. Le ha tocado la fatalidad de tener que superar los controles de un estado plagado de trogloditas. Y en esas anda, sometido a rigurosas pruebas de ADN que pretenden determinar su filiación ilícita.
El Estado lo tiene fácil para ilegalizar la nueva marca. Otra sería la conclusión si la Justicia española funcionase en claves de lógica jurídica, pero tal supuesto no existe. Legisla con dedicatoria personal y aprueba cuantas leyes va necesitando para marginar a la izquierda abertzale. La nueva propuesta ha suscitado las viejas reacciones de siempre. ¿Será que Sortu ha dejado pocos pelos en la gatera? El problema es otro. La España cutre -que es muy amplia- cierra cualquier resquicio por donde pudiera «colarse» el independentismo de izquierda; la puerta que ofrece como entrada es un mero grafiti pintado sobre un muro de hormigón. La nueva marca ya ha conseguido un objetivo importante: evidenciar las contracciones de un estado contaminado de franquismo. Quienes se desgañitan para legitimarlo arrastran tales miserias que, a pesar de su afonía, difícilmente convencen. Los estatutos de Sortu han desnudado sin contemplaciones a quienes se alistaron en el Pacto de Ajuria Enea; club de demócratas que reservaba una silla para los violentos en el momento mismo en que dejaran de serlo. Si tuviesen un mínimo de decencia -y conociendo la resolución del Tribunal Supremo- deberían hacer un comunicado póstumo confesando el timo que promovieron durante más de diez años.
El anagrama de Sortu ayuda a visualizar la diferencia entre el proyecto político del Estado español y el de la izquierda abertzale. El del primero es intimidatorio, desactivador y corrosivo: «estáis al borde del abismo», «es el último tren que os queda», «os vais a disolver como un azucarillo» (¿tan fácil es acabar con un movimiento político arraigado, curtido y motivado?). A tan espeluznante presagio le han acompañado medidas brutales que pretendían ajustar la realidad al deseo de los agoreros. Han fracasado. Los muchos y descomunales atropellos no han conseguido barrer -ni siquiera neutralizar- a la izquierda abertzale. Ésta, siempre en ebullición, ha presentado la nueva marca simbolizada en un sol naciente y en un mensaje alentador. También es llamada a la creatividad, a la participación, al debate, al compromiso, a la vida; sus signos referenciales apuntan hacia un futuro lleno de potencialidades y sintetizan un pasado lleno de esfuerzos y logros. Los brutos inquisidores confundieron las sementeras de noviembre con los labrantíos en barbecho. La tierra -rojiza bajo los hielos invernales- ha reverdecido y granará en cosecha fecunda cuando llegue el verano.
Sus devaneos para alargar el apartheid me provocan una cierta sonrisa. Cada vez más enmarañados en sus propias redes, no ahogarán nuestro derecho a votar ni nuestra ilusión por construir. La izquierda abertzale es un sujeto político asentado y reconocido; formación cohesionada que cuenta con mil energías acumuladas y un proyecto apasionante.