Iñaki Egaña Historiador
Sortu y el CNI
La decisión del Supremo de no permitir la legalización del nuevo partido independentista Sortu no es una cuestión sorprendente. Ni siquiera la introducción de recursos literarios en los argumentos, como si los jueces fueran tertutulianos de Intereconomía. Más de lo mismo: «el hábito no hace al monje», «condena perifrástica», «la condena serviría incluso para los terremotos». Una vez pensé que la Audiencia Nacional era el tribunal de excepción. Por eso de su continuidad manifiesta con el excepcional franquista de Eymar, Mateu y cía. Hoy estoy convencido que los excepcionales son más aún, entre ellos el Supremo. Vergüenza de justicia.
El dictamen judicial ha venido acompañado de un argumento machacón: hay que dar tiempo a la izquierda abertzale para su transformación, para ver si va en serio o en broma. Y lo que resulta es que quien necesita tiempo no es la izquierda abertzale, ni siquiera ETA. Quien necesita tiempo para asumir cambios es el Estado. España. Mientras no asimile el cambio ya producido, Sortu y quien venga serán ilegales.
Cualquier manual de contrainsurgencia, de los que se pueden adquirir en mercados de segunda mano, porque la verdad no son novedad, señala que al enemigo hay que identificarlo para poder demonizarlo. Tiene que ser uno y no más. Esta identificación sirve, además, para cohesionar a la comunidad teóricamente afectada. En plata, España versus ETA. La lucha contra ETA nos hace más españoles, que dirían los ideólogos.
Los enemigos de España en los últimos tiempos han ido intercambiándose en función de los intereses del Estado. Fueron los moros liderados por Abd el Krim los primeros demonios, hasta que llegó la derrota histórica española en El Anual. Franco se vengaría luego ejecutando a decenas de miles de republicanos, haciéndoles pagar su «fracaso» africano.
Luego vinieron los comunistas, con cuernos y rabo. Enemigo público número uno para España desde su escisión del PSOE y en plena Guerra Fría objetivo de todos, incluido el PNV, que siguió a pies juntillas los dictados de Washington por unas promesas que tenían menos consistencia que los peritajes de la Guardia Civil en los casos «Egunkaria» y Udalbiltza. Lucifer tuvo nombre durante varias décadas: Santiago Carrillo. También de mujer: Pasionaria.
Con la matanza de los abogados de Atocha (1977), el comunismo vio las orejas al lobo y entró por la estrecha calle por la que desfilaban los nuevos demócratas reconvertidos. Fraga, Martín Villa, Sáenz de Santamaría, Barrionuevo, Ibáñez Freire... falangistas de alcurnia marcaron el paso, un paso militar, sin duda, con la marcha real como himno. Vergüenza de oposición.
Desde entonces, el enemigo cambió de nombre y se llamó ETA. O Terrorismo. Según gusten. Las toneladas de imágenes, textos, artículos, etc. revelan que durante más de tres décadas, quizás un poco más, desde el Proceso de Burgos, cuatro por tanto, España ha conocido un único tema de trascendencia. La vida ha sido monotemática: el separatismo vasco. Primero a través de ETA. Luego con el impulso de un juez, Garzón, que ahora va de progre, todo es ETA. La identificación una detrás de otra: Madariaga, Etxebarrieta, Gorostidi, Argala, Iturbe, Pakito, Antza... los que quieran.
La teorización de estos conceptos y la fijación teórica del enemigo correspondió y corresponde a los servicios secretos españoles y a sus ideólogos. Por lo que sabemos, gracias a esos artículos complacientes de la prensa adicta, un núcleo cerrado se dedica a la gestión de escenarios y a marcar las vías para el aparato político civil visible. Los institucionalitas de los tiempos de Franco, los constitucionalistas a partir de la transición (me resisto a escribir la palabra democracia porque tengo mucho respeto a los significados), se movían, se mueven, con un guión establecido por esos servicios. El protocolo quedó al descubierto con el 11-M.
El principal teórico que ha tenido España en las épocas citadas ha sido Andrés Cassinello Pérez. Íntimo de Felipe González y en la actualidad, no se lo pierdan, presidente de la Asociación para la Defensa de la Transición, Cassinello es el autor de los tres manuales que han servido para identificar y anclar al enemigo español que, como todo el mundo sabe, no es exterior, sino interior. Para eso está, precisamente, el famoso artículo de la Constitución española: el Ejército es el garante de la «indisoluble unidad». ¡Cuántos complejos!
El primer estudio de Cassinello fue un meticuloso trabajo sobre el comunismo en España y su forma de atacarlo. En pleno franquismo. El segundo fue un trabajo mixto: comunistas y separatistas vascos eran el problema. Y el enemigo. Lo concluyó unos meses antes de la muerte de Franco. El tercer trabajo guía fue el Plan Zen. El enemigo se identificaba plenamente: el separatismo y el terrorismo vasco. Cassinello, su ideólogo, acababa de señalar: «Prefiero la guerra a la Alternativa KAS».
Para quien no haya entrado aún en canas, le dedico unas pinceladas ampliando lo anterior. A comienzos de 1960, Andrés Cassinello, había desplazado su residencia a EEUU. En Fort Bragg (Escuela de Guerra Especial del Ejército de USA en Carolina del Norte) se diplomó en Contrainsurgencia, primero, y en Operaciones contra-guerrillas, más tarde. Cassinello, que sería el último jefe de los servicios secretos franquistas (SECED), realizaría una carrera fulgurante durante el Gobierno del PSOE, a partir de 1982. Dirigió la Guardia Civil en la época del GAL.
Cassinello fue el autor, en 1966, del libro «Operaciones de Guerrillas y Contraguerrillas», que fue el manual que habían aplicado los norteamericanos en España en su lucha contra el comunismo. Nada nuevo. Un manual de contrainsurgencia al más puro estilo de Washington. Su segundo trabajo de trascendencia citado fue «Subversión y Reversión en la España actual», concluido meses antes de la muerte de Franco y que era, en su parte memorística, un grito contra el «debilitamiento progresivo» del sistema. Ambos trabajos encajaban perfectamente en los postulados de aquella Red Gladio, ¿la recuerdan?, la red invisible promocionada por los norteamericanos para preservar el mundo del comunismo.
Como novedad, en este nuevo trabajo sobre el modo de encauzar la «cruzada» anti-comunista, Cassinello dedicaba un capítulo a ETA. Y entre las numerosas cuestiones que abordaba, se encontraban algunos argumentos que, por lo novedoso, merecían ser destacados. Así, por ejemplo, el militar español señalaba que el carlismo es un «antecedente remoto del separatismo vasco». En cuanto a ETA, Cassinello apuntaba a que la organización vasca ejecutaba sus acciones con cuatro objetivos: «No producir víctimas entre la población adicta o neutral; aparecer como los valedores ante las supuestas injusticias del Estado; lograr eco favorable en los medios de difusión internacionales y ridiculizar la acción de las Fuerzas de Orden Público, poner en evidencia sus dificultades operativas y mostrar que ETA domina el terreno cuando se lo propone». Sobre el posterior Plan Zen está casi todo escrito. El socialismo español demostró, en aquella ocasión como en tantas otras, su apego al nacionalismo constitucional: indisoluble unidad avalada por la Armada.
Hoy, con esos pilares ideológicos removidos y Cassinello ya con biznietos y jubilado, el núcleo del CNI debe definir de nuevo «el» enemigo interior. Y por eso necesita de una temporada hasta que sus cabezas pensantes lo concreten. A la caída del Muro de Berlín y de los comunistas, EEUU barajó cuatro posibilidades para sustituir al demonio de la Guerra Fría: ecologismo (propuesta de Al Goore), narcotráfico, lucha de civilizaciones o terrorismo. Eligieron la última.
España necesita rápidamente perfilar su nuevo (o viejo) enemigo. Tengo la impresión que, por la actividad del CNI, las iniciativas de think tank como la FAES, el papel de la judicatura, la casi inexistencia de sectores progresistas, el dominio de los neocons, la abundancia de Tíos Tom, la sumisión socialista, la beligerancia de los medios de comunicación, etcétera, vascos y catalanes tenemos muchos boletos para el próximo diseño. España es mucha España.