«Limitless» es un proyecto que nace de la productora Leslie Dixon, quien compró los derechos de la novela de Alan Glynn en su primera edición con el título inicial de «The Dark Fields», antes de quedarse definitivamente con el que ahora tiene; y que, por una vez, ha sido bien traducido en su versión cinematográfica doblada al castellano como «Sin límites». Ella misma se encargó de escribir la adaptación, porque veía muchas posibilidades en un guión pensado para rodar una buena película de Hollywood.

Para la dirección pensó en Neal Burger, que está demostrando en su todavía corta carrera poseer una especial intuición para las historias reales salpicadas de elementos fantásticos. De hecho, su ópera prima fue el falso documental «Interview with the Assassin», donde entrevistaba a uno de los supuestos asesinos de John F. Kennedy. Su posterior éxito con «El ilusionista», una fantasía inmersa en el mundo de los magos, y protagonizada por Edward Norton, Paul Giamatti, Jessica Biel y Rufus Sewell, le ha colocado en una situación aventajada dentro de la industria. El presupuesto con que ha contado ahora ha sido, no obstante, bastante ajustado. Está lejos del que manejan las producciones espectaculares de ciencia-ficción, gracias a que se trata de un inteligente thriller fantástico que se adelanta al futuro inmediato desde el tiempo presente.

El reparto, a pesar de no exhibir lujos estelares, es de lo más solvente. Se intentó buscar un protagonista con gancho comercial y el primer elegido fue Shia LaBeouf, al que un accidente de moto le impidió llegar a tiempo para el rodaje. En su lugar se ha contado con Bradley Cooper, un actor mucho más consolidado y cuya contratación coincidió con la repentina subida de su cotización gracias al taquillazo de la comedia gamberra «Resacón en Las Vegas».

Para completar el cartel solamente faltaba un actor de renombre, y Neal Burger habló con Robert De Niro, al que ya conocía. El papel del magnate que se interesa por el repentino potencial del protagonista era bastante reducido en el primer guión, así que hubo que rescribir sus escenas para permitirle un mayor lucimiento.

Pastillas por un tubo

Bradley Cooper encarna a un escritor fracasado, al que su editorial y su propia novia dejan de lado. Todo cambia de la noche a la mañana, cuando un pequeño traficante le descubre el NZT, un revolucionario fármaco que le permite un aprovechamiento de su capacidad intelectual al cien por cien. Lejos de conformarse con aplicar ese máximo rendimiento a la creatividad literaria, lo utiliza para ventajosas inversiones en Bolsa. Su rápido enriquecimiento llama la atención de los grandes inversores, pero también de todos cuantos quieren dar con el control sobre la nueva sustancia y su venta.

La presión externa a la que se ve sometido coincide con su propio desmoronamiento personal, ya que el consumo del potente NZT tiene no pocas secuelas y sin su dosis no es nadie. La caída lleva consigo una confusión mental y moral, una vez que se ha llegado a la dependencia. El diseño ficticio de NZT se inspira en fármacos ya existentes como Provigil y Adderall, que estimulan el rendimiento. Son una consecuencia directa de la competitividad social, pudiendo ser utilizados por estudiantes antes de los exámenes o por ejecutivos en sus reuniones de negocios. El dopaje, no sólo se da en el deporte, sino en cualquier otra actividad profesional. Sin embargo, la competición deportiva ejemplifica el afán por conseguir marcas que ya sobrepasan los límites humanos y obligan a sobreesfuerzos con ayuda de la química.