Si se da por sentado que el auténtico y genuino cine para adultos es lo que antes llamábamos cine porno y que en televisión ahora mismo solamente se puede emitir en cadenas de pago, el resto de cine es para jóvenes, inmaduros, niños y niñas. La obsesión por camuflar las cosas con palabras, nos lleva a estos laberintos, que cuando se trata del sexo explícito, la sensualidad, la moral o los principios se pueden considerar como juegos semánticos, pero que cuando se tiene por delante cosas más serias, como es una guerra, nos coloca ante las declaraciones absurdas, los montones de medias palabras, la manipulación tan exacerbada. Pongamos que hablo de Libia, Costa de Marfil, Afganistán, Irak, y todo lo que ahora mismo se convierte en errores, en muertes por fuego amigo o desviaciones de los objetivos después de saberse de manera oficial que la CIA lleva años operando en la zona del norte de África.

Lo de Portugal y las previsiones de todas las supuestas autoridades económicas españolas no son otra cosa que economía para adultos, es decir economía pornográfica, donde se nos muestran las situaciones más inmorales de sometimiento de unos pueblos, unas mayorías sociales por unos pocos, con chulería, prepotencia y en algunos momentos violando algunos de los principios del convenio social en el que nos aseguraban vivíamos. Es casi como si ese espécimen de la extrema derecha más caduca que ocupa platós de la caverna y páginas de la derecha divina, el tal Salvador Sostres, escribiera los documentos de intervención de los países. Es un lenguaje soez porque se parte de unas verdades impuestas, absolutas y reveladas por un ser superior, muy amigo del señor Mercado y su primo el delincuente con el alias de Capital.

Algunos trabajadores del periódico El Mundo han dado un paso al frente para pedir la rescisión de contrato con Sostres. Difícil decisión de la dirección. Fue expulsado de otros periódicos catalanes por sus excesos cavernícolas. Es una estrella mediática en lo que se conoce como TDT Party, es decir esas cadenas de extrema toxicidad antidemocrática, donde abunda la opinión política pornográfica para adultos con muchos prejuicios.