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Floren Aoiz www.elomendia.com

España va muy mal

La historia nos enseña que en estos casos los estados, para canalizar ese malestar y evitar que la frustración se convierta en subversión, necesitan enemigos, reales o imaginarios. ¿Contra quién van a intentar dirigir esta indignación social?

Su proyecto delirante de ocupar uno de los primeros puestos de la escena económica y política mundial se derrumba estrepitosamente arrasando cuanto encuentra a su paso. La obstinación en inflar la burbuja y colocarse como fuera en lo más alto ha generado un espejismo de crecimiento y desarrollo, un alarde de cartón piedra que ahora salta por los aires.

En estos momentos, la economía del Estado español está monitorizada. O, si preferimos, intervenida. Lo ha estado desde que perdieron el imperio, ciertamente, pero en estos momentos es imposible ocultarlo: las grandes decisiones se toman en centros de poder económico y político que no están precisamente situados en la península ibérica.

Por un lado, frente a los esfuerzos del Estado español para recordarnos que existe y que toma decisiones (como señalar dónde puede fumarse o no, el límite de velocidad o qué partidos son legales), vemos que muchas determinaciones que marcan nuestra vida están en manos de los grandes capitales. Ni siquiera disimulan: los mercados deciden. La reforma laboral, la de las pensiones y otras medidas antisociales les han sido dictadas y el PSOE, con el PNV detrás, ha corrido a cumplir las órdenes.

Pero tampoco es cierto que todos los estados hayan quedado superados por otros ámbitos de decisión. ¡Que se lo pregunten a Merkel! A la vista está que Alemania impone criterios, porque el estado se convierte en el gestor de los intereses de unos sectores económicos fuertes. Nada que ver con el Estado español.

No hay nada deshonroso en ser colonizado o explotado. La honra falta precisamente en quienes colonizan y explotan. Pero los gobernantes españoles son serviles y los partidos y sindicatos que van de su mano mucho más. El modo en que han aceptado las directrices de los planes de ajuste es vergonzoso. El paso del Rodríguez Zapatero que prometía reinventar la socialdemocracia al títere del neoliberalismo más brutal ha venido acompañado de la liquidación de todo proyecto social mínimanente avanzado por parte del PNV y, por supuesto, de un episodio más de degeneración de CCOO y UGT.

Significativamente, la única alternativa a todo esto, como esta semana se ha visto en Madrid, es la de los nacionalismos de izquierda de Euskal Herria, Galiza y Països Catalans. Salvo algunos grupos que se enfrentan valientemente a la marea neoliberal, el panorama del estado es desolador. Las encuestas están reflejando el desánimo de amplios sectores sociales en el Estado. La gente cree que las cosas están mal y van a empeorar. El shock provocado por el estallido de la burbuja y el fin del sueño de grandeza ha sido gigantesco. El malestar crece y la frustración va a generar tensiones, sin duda.

La historia nos enseña que en estos casos los estados, para canalizar ese malestar y evitar que la frustración se convierta en subversión, necesitan enemigos, reales o imaginarios. ¿Contra quién van a intentar dirigir esta indignación social? Los esfuerzos para hacer creer que el sistema autonómico es un derroche nos sugieren qué puede depararnos el futuro cercano. Pero también nos hacen ver que el único horizonte razonable para Euskal Herria es la independencia.

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