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Antonio Alvarez-Solís Periodista

Exequias por un desconocido

Tras el reciente anuncio del presidente del Gobierno Español, José Luis Rodríguez Zapatero, de su renuncia a presentarse nuevamente al cargo, Álvarez-Solís hace una crónica de ese paso por la jefatura del Gobierno, y comienza preguntándose qué ha hecho el Sr. Zapatero, si ha dejado siquiera un «bosquejo, aunque sea leve, de programa político».

Creo que no puede haber cosa más complicada que definir lo que ha sido el Sr. Zapatero en política. Desde luego ha desempeñado la jefatura del Gobierno español durante ocho años. Pero eso puede sucederle a cualquiera. Lo que resulta difícil es saber qué ha hecho el Sr. Zapatero desde esa elevada magistratura ¿Deja el Sr. Zapatero un apunte siquiera que desvele su idea del estado o un bosquejo, aunque sea leve, de un programa político con cierta quilla? Sinceramente, no creo que haya testamento alguno de que hablar en los aspectos citados. El Sr. Zapatero llegó a la jefatura del Gobierno español impulsado por un turbión del que se sigue sabiendo muy poco y se va tras haber roto la hucha nacional, que ya era de contenido irrisorio. Quizá el Sr. Zapatero pase a la historia en alguna nota al pie de la página que describa la decadencia y prácticamente muerte del socialismo español. Será una pura mención cronológica.

En lo sustancial el Sr. Zapatero ha dedicado sus ocho años de gobierno a capturar las pelusas que le han sobrevolado entorno. Pelusas o ideas circunstanciales surgidas muy raudamente en direcciones variables de la noche a la mañana. Capturas de verbalidades múltiples en una situación de la que nadie quiere hacerse responsable. De ahí sus inconsistencias teóricas y sus permanentes y sucesivas contradicciones. Cuando al formar gobierno abrió su armario de colaboradores no extrajo más que piezas poco sólidas. Tuvo, eso sí, la infinita suerte de que en los bancos de la oposición no había tampoco materiales para construir un aparato político contundente. Volaban también de lámpara a lámpara, en un desbarajuste de argumentos, y al fin se quemaron las alas como ocurre a las polillas. Toda la política española se pobló de voces de mercado pueblerino y dominical.

En la práctica el Sr. Zapatero ha entregado la gobernación del Estado a sus últimos y torpes propietarios neoliberales. Vaciado el Estado de sustancia democrática los banqueros y grandes empresarios decidieron firmarse cheques urgentes contra el Tesoro nacional respaldados por el propio pagador, que ocupaba la jefatura del Gabinete. Fue una operación que trató de taponar, aunque inútilmente, la gran herida por la que la sociedad se desangraba: la capitulación de la economía real frente a la manipulación de un dinero espumoso e incierto. El Sr. Zapatero no sólo fracasó ante el presente sino que desactivó el futuro colectivo trasformándolo en literatura desordenada y confusa, con conceptos borrosos y polivalentes. La industria, el comercio y los servicios fueron puestos en mercadillo desde el poder público para extraer de su liquidación los últimos medios de pago. Ahora ya no se sabe si vivimos en una economía de mercado o en un sistema de intervención pública. La economía de las cosas se transformó en una guerrilla de la que no se contaban los caídos sino como producto de una fatalidad ineludible. Con la piel de esos muertos se hicieron las últimas carteras ministeriales para transportar las postreras manipulaciones financieras.

Una de las manipulaciones más escandalosas consistió en usar términos que con la misma raíz filológica tenían significados contradictorios. Con ello se incrementaba la confusión. Por ejemplo, lo social -que incluye una vasta serie de propuestas y contenidos, muchas veces de claro perfil capitalista- fue usado en ocasiones como sinónimo de socialismo. Con ello se pasó de contrabando por la aduana de la razón una serie de disposiciones con un claro contenido impopular. Las decisiones, si se las calificaba de sociales, resultaban mecánicamente socialistas y se las incluía en los inducidos sueños liberadores de la pesadilla en que se ha convertido la vida de los ciudadanos españoles. También sabía el líder leonés que el abusivo uso de la locución «Estado del Bienestar» como realidad tenida por existente retrasaba en la calle la toma de conciencia respecto a la crisis en que estaba profundamente sumido el pueblo. El sacrificio del estamento popular fue consumado en un altar cuyos sacerdotes predicaban con un colosal cinismo la necesidad de las posturas solidarias. Como dice Hamlet, «Dos mil almas y veinte mil ducados no importan un comino». Las palabras fueron lanzadas como globos de colores. Ante ellas la gente limitó su propuesta, con el apoyo de la deslealtad sindical, a una defensa de lo que quedaba de ese «Estado del Bienestar», planteándose al tiempo la necesidad de apoyar al Gobierno que se pronunciaba cada hora como progresista. Nunca tantos fueron engañados por tan pocos.

Hay en la manifestación pública del Sr. Zapatero otro aspecto que conviene poner de relieve para redondear su obituario político. Se trata de su disparata navegación de bolina en las aguas internacionales. Fue a la vez pacífico y belicista, protagonista e irrelevante, sujeto y predicado, amigo y persecutor. Lo grave es que de este comportamiento bipolar no sacó más provecho para el país que entregarlo de baratillo a los grandes saurios internacionales. Nunca se ha podido saber si su línea de actuación internacional pasaba por Washington, Londres, Berlín o París. Cuando estas potencias desvelaron su enfrentado renacimiento colonialista, el Sr. Zapatero pronunció la frase habitual de que hay que esperar y dar tiempo al tiempo: «hic et ubique», o lo que es igual, la voluntad de estar en todos los sitios al mismo tiempo.

El Sr. Zapatero representa a ese tipo actual de políticos que no tienen otro objetivo que seguir siendo, aún dentro de una absoluta vaciedad de ideas. No hay en él la pasión por el poder creador, por la futura memoria de su actividad. El futuro a que se refiere frecuentemente el presidente del Gobierno español, como objetivo firme de victoria, es un futuro inconcreto y cuelga de la amura del gobernante como un inútil bote salvavidas del que sabe que no le será jamás útil. La ciudadanía pierde perfil en la observación que de ella hace el gobernante y es manejada como una colección de fichas que marcan el valor de la tirada de dados en una partida que no se prolongará más allá de la circunstancia. No parece importarle nada y ni siquiera recurre a la frase «después de mí, el diluvio» que pronunciara, con un verdadero sentido histórico, Luis XV de Francia. Ocupan el Gobierno con la única finalidad de prolongar su aventura, aún sin preocuparles el daño que hagan a su propio partido. En este caso es prácticamente seguro que lo que queda de estructura partidaria en el PSOE se disgregue de un modo muy perceptible.

Muchas veces me he preguntado si el Sr. Zapatero tiene una preocupación verdadera por el ser y el destino de España. Yo no la percibo. Es cierto que para los españoles su país o constituye una pura melancolía de raíz muy inconcreta o representa una fatalidad dramática. Más que de melancolía cabe hablar de lo que los portugueses conocen como saudade, que es, como definió espléndidamente Blanco Amor, «la nostalgia de lo desconocido». El español precisaría de una España cierta y sólida para ser español con todas sus consecuencias de serenidad y reflexión. Esta falta de convicción en su propia patria hace que el Sr. Zapatero, un español con el que no saben qué hacer los españoles, esté invalidado para afrontar los nacionalismos vasco y catalán. Su falta de criterio le lleva a una variabilidad de propuestas que se convierten en explosivas, ya en España, ya en Euskal Herria o Catalunya. Hay algo que me parece patente: que tras Zapatero no cabe más que la independencia de catalanes y vascos. Zapatero es como San Judas Tadeo, patrono celestial de lo que se cree imposible.

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