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CRíTICA teatro

A media luz

Carlos GIL

Tres voces de autores contemporáneos en busca de una misma luz, la que se supone existe detrás del Mal; es decir por allá de esa cortina, de esa oscuridad del dolor y el terror, donde se imagina que habita el Bien. Curiosamente, en las tres historias existe una misma coartada intelectual: la bondad se relaciona con la entrega a un dios, a un líder, a una religión. Parece como si partieran los tres de una misma postura que excluye el laicismo como fuente única de la bondad. La santidad de la entrega militante, del servicio sin esperar nada ni  aquí ni en el más allá.

Quizás al no encontrar una luz única y clara, la propuesta escénica se muestra a media luz. Las historias sombrías buscan el contraluz y por ello se ve bastante más todo lo que entendemos desde nuestra cultura como el Mal, que se debe reflejar en cada espectador para descubrir ese Bien que anida en la ingenuidad, la entrega o la incomprensión. Buenos y malos, a la vez, en un proceso. Malos y buenos, rozando el maniqueísmo. Santos a su pesar. Un planteamiento políticamente muy correcto.

Personajes esbozados, textos que no forman una unidad, aunque la dirección los empalme y los funda con oficio en un espacio escénico y vestuario que a ello contribuye. Interpretaciones que se construyen a partir de unos materiales dramáticos de bricolaje y que logra, en ocasiones, sobresalir el trabajo actoral por encima del texto, siempre en un tono medio ponderado. Es interesante esta unión temporal de autores como un experimento de colaboración positiva, todos a una, cada uno con su estilo.

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