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Crónica | Intervención militar en Libia

El «príncipe» libio que un día combatió en Afganistán

Derna tiene fama de ser el centro islámico de Libia. Muchos de los mujaidines del país que lucharon en Afganistán o Irak proceden de esta localidad de 50.000 habitantes. Allí residen personajes como Abdel Hakim Al Hasidi, detenido en Pakistán y que ahora instruye a los insurrectos mientras rechaza a Al Qaeda y aboga por una Constitución islámica.

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Alberto PRADILLA Enviado especial

«El Islam existe antes que Al Qaeda y que los talibán. Y todos los libios somos musulmanes. Si yo perteneciese a Al Qaeda no estaría bajo la autoridad del Consejo Nacional de Transición o de los consejos locales». Abdel Hakim Al Hasidi, nacido en Derna (este de Libia) en 1966, es uno de los hombres más buscados por la prensa internacional, que se acerca a la villa para encontrar el teléfono rojo que une a los rebeldes libios con Osama Bin Laden.

Es paradójico. Tanto Gadafi como la OTAN han tratado de establecer lazos entre los insurrectos y la red fundamentalista. Si es que ésta de verdad existe. Para ello, han aprovechado historias como la de Sufyan bin Qumu, encarcelado durante seis años en Guantánamo. O la del propio Abdel Hakim Al Hasidi, a quien Saif Al Islam calificó como «el príncipe de Derna», que fue arrestado por Gadafi en los 90, que combatió en Afganistán, que fue nuevamente detenido en Pakistán en 2002 y, finalmente, puesto a disposición del régimen libio, que lo liberaría por última vez hace tres años.

«Nuestro objetivo es acabar con Gadafi y tener una Constitución», señala Al Hasidi, vestido con chaqueta militar, desde una de las salas de la mezquita de Derna. «Si perteneciese a Al Qaeda, a los talibán o a alguna organización terrorista, los americanos no me hubiesen liberado», sentencia. Por eso, marca distancias respecto a Bin Laden y asegura que, según su experiencia, fue la invasión norteamericana la que magnificó a los talibán. «Cuando yo estaba en Afganistán, Al Qaeda tenía muy pocos miembros. Todos se sumaron a ellos después de lo que hizo EEUU». Al Hasidi, que huyó de Libia en 1995, asegura que a él no le dio tiempo a combatir contra los marines. «Luché contra la Alianza del Norte, pero me marché a Pakistán antes de que llegasen los soldados norteamericanos», explica. Ahora, los rebeldes aprovechan su experiencia militar para instruir a los desorganizados aspirantes a miliciano.

«Somos conservadores, tradicionales y respetamos el Islam, pero eso no quiere decir que apoyemos a Al Qaeda», se defiende Sirag Shinneib, profesor de inglés en la universidad que asegura que nadie en Derna aceptaría un régimen talibanizado. «Voy al cine, fumo narguile y no quiero cambiar mi modo de vida», señala. Como él, muchísimos habitantes de Derna tratan de expresar su rechazo a Bin Laden de forma casi teatral. Como una aparentemente espontánea manifestación que, bajo el lema «No a Gadafi, no a Al Qaeda», se desarrolló en el centro del municipio ante las cámaras y en la que muchos lemas se coreaban en inglés.

No obstante, rastreando a los principales mujaidines a quienes ahora se vincula con Al Qaeda, todos los caminos llevan a Derna. Ahí están enterrados los restos de Zuhair Ibn Quais Al Balawa, uno de los discípulos del profeta Mahoma. Tiene fama de ser la ciudad más religiosa de Libia. Más de la mitad de los 1.200 presos islamistas asesinados por el régimen en la cárcel de Abu Salim, en Trípoli, en 1996, eran originarios de Derna. El mismo punto de partida de 52 de los 112 combatientes libios que aparecían en una lista hallada en 2007 por la CIA en Irak. Y no se puede obviar que los barbudos son uno de los sectores diferenciados en el frente.

«Gadafi prohibió la información religiosa. Eso provocó que mucha gente buscase por su cuenta y no encontrase la vía adecuada», argumenta el imán Abdulsalam Bennager. Curiosamente, uno de los pocos hombres que no luce barba. En su opinión, las mezquitas podrían ser la institución que reconduzca la rabia de una población muy religiosa. Lo que está por ver es cómo podrán conjugarse las aspiraciones de quienes combaten con una mano en el fusil y la otra en el Corán con la Libia que diseñan los tecnócratas del Consejo. Porque el constitucionalismo de Hakim Al Hasini tiene un límite. «No aceptaremos nada que esté contra la sharia». Aunque luego matiza: «Cualquier cosa que vaya contra la ley islámica la modificaremos pacíficamente».

 

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