CRÍTICA clásica
Una fiesta francesa
Mikel CHAMIZO
John Neschling, sobrino de Arnold Schoenberg, es un director que ha desarrollado gran parte de su carrera en Brasil. Quizá ese alejamiento de los principales circuitos clásicos le haya evitado alcanzar mayor fama, porque lo cierto es que es un director magnífico o, por lo menos, se le da muy bien el repertorio francés, que fue el que dirigió el jueves y el viernes a la Bilbao Orkestra Sinfonikoa. A la escucha “La tombeau de Couperin” puede parecer una obra que sale con facilidad, dada la claridad y fluidez de la orquestación de Ravel, pero esconde un gran trabajo equilibrando las dinámicas de los diferentes instrumentos, problema que Neschling resolvió a la perfección. Y además de eso supo darle a la música un carácter danzante, planteando acentuaciones y fraseos asertivos sin faltar a la elegancia intrínseca de la obra. La BOS respondió a sus exigencias como un reloj suizo, y el oboísta Nicolas Carpentier superó con nota el papelón solista que le depara Ravel aquí.
Al Ravel le siguió el “Concierto para flauta” de Ibert, con la solista Sharon Bezaly y sus bien conocidas cualidades: un sonido melífluo y flexible, aunque no excesivamente oscuro. Quizá esto último repercutió algo negativamente en el evocador segundo movimiento, pero el primero y el 'Rondo' fueron una fiesta de brillantez. En cuanto a la “Sinfonía para órgano” de Saint-Saëns, Neschling supo construir unos climax efectivos y poderosos, aportando a la ya de por sí imponente música de Saint-Saëns un extra de excitación y emoción. Sobresaliente velada en lo musical.