CRíTICA cine
«Sin límites»
Mikel INSAUSTI
Hay películas que sin ser redondas concitan mayor interés que otras tal vez mejor acabadas, y “Sin límites” posee ese plus gracias a un planteamiento muy brillante en torno a temas de plena actualidad que suscitan no pocas interrogantes sobre el futuro inmediato de la sociedad. La novela original de Alan Glynn presta al cine la posibilidad de dar un paso más en el seguimiento de la evolución de las drogodependencias, aunque todo se resume en la idea de que la mayor droga del momento es el ansia de éxito a cualquier precio. Se busca la fama en cada campo profesional, por lo que consecuentemente las sustancias que facilitan dicho ascenso van a ser las más cotizadas. Neil Burger traslada la polémica del dopaje para mejorar el rendimiento físico en las competiciones deportivas al empleo de fármacos potenciadores de la actividad intelectual, en cuanto medio para acceder a puestos decisivos superando cualquier examen sólo al alcance de los superdotados.
El protagonista de “Sin límites” no consume la ficticia pastilla NZT, inspirada en las ya existentes Provigil o Adderall, para evadirse de la realidad como se venía haciendo desde los años 60, sino que se engancha a ella con tal de forzar la máquina cerebral y destacar sobre los demás. La euforia que siente al tomar su dosis se transmite al espectador y la película avanza con inteligencia en una primera fase, que es cuando la química le permite desarrollar su creatividad como escritor. El argumento se complica y se vuelve grandilocuente a medida que el colocón lleva a nuestro hombre a querer triunfar en el mundo de los negocios, haciendo que la película derive hacia el thriller de conspiraciones a alto nivel, siempre más farragoso. Mientras el ritmo narrativo no decae y “Sin límites” mantiene la coherencia recuerda mucho a la ópera prima de Rodrigo Cortés “Concursante”, aunque su ambición visual es mayor, al desplegar una muy compleja gama de efectos digitales para entrar en la mente del adicto a las arribistas pastillas.