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Elie moise, un trotamundos del fútbol de 19 años

«Érase un chico a un balón pegado», parafraseando a Quevedo. Elie Moise, joven costamarfileño de 19 años, lleva desde los 8 dando patadas a una pelota de aquí para allá, primero en París, y luego en las canteras del Barça, Sevilla, Real... Incluso ha jugado en Chequia, y ahora llega al club de Laudio.
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Joseba VIVANCO

En el fútbol, como en tantos órdenes de la vida, no sólo basta con tener talento y tesón. También cuenta encontrarse en el lugar adecuado en el momento oportuno. Algunos lo llaman suerte, aunque la suerte suele ser para quienes la persiguen. Y en el Club Deportivo Laudio, el equipo alavés de Tercera División que se juega en mes y medio su ansiado ascenso a Segunda B, es donde busca su suerte desde hace apenas dos semanas Elie Moise Akui N'Dekre (Tiassale, 1992), un delantero costamarfileño que, a sus escasos 19 años de edad, es ya un auténtico trotamundos en el mundo del balón.

Cuando tenía tres años dejó África para trasladarse a París con su familia. Allí, en un torneo de categoría benjamín, el todopoderoso Barça -y también otros clubes- se fijó en él y le ofreció la posibilidad de mudarse a la Masía. «Mi ídolo entonces era Kluibert», recuerda. Dicho y hecho, con sólo 8 años y del brazo de su madre, se calzó las botas y comenzó una loca andadura que le ha llevado, diez años después, hasta Laudio.

La estancia catalana de Elie se truncó con la muerte de su más firme apoyo, su madre. Con 12 años se quedó solo. «Lo pasé muy mal, me enfadaba mucho, me peleaba...». Tras cuatro temporadas en la cantera blaugrana, jugando junto a futbolistas como Tiago Alcántara o Marc Muniesa, el aún niño Elie buscó aplacar su rabia al abrigo de un hermano residente en Hendaia. El Barcelona le cedió a la Real Sociedad, donde pasó un año, y hasta formó parte de la selección vasca en la que jugaba un tal Iker Muniain, que perdió la final del campeonato estatal.

El difícil camino de los jugadores africanos

Después, vuelta a la Masía. Pero ya no jugó tanto. «Allí es muy difícil para los chavales africanos llegar arriba, hay muchos en la cantera, pero ninguno ha debutado con el primer equipo... Muchos hasta juveniles lo hacen muy bien, pero nunca los suben...», reflexiona sobre una situación paradójica.

En categorías inferiores son esos atléticos jugadores africanos los que desequilibran la balanza, pero luego no pasan el corte hacia categorías mayores. No le importó. «Mi madre siempre me dijo que pasase lo que pasase, me centrara en el fútbol, que es lo que me gusta», guarda grabado en su memoria.

Llegó entonces la oferta del Sevilla y, de nuevo, cogió su maleta. «Empecé a jugar en sus juveniles y tambien con la selección andaluza. Pero no terminaban de subirme al filial. Al final, me llegó una oferta del Fulham inglés para su equipo reserva, pero el Sevilla pedía mucho dinero y me enfadé. Era joven y me quería comer a todo el mundo, quería jugar...», reconoce. Su traumática salida del club del Nervión no tuvo premio en el fútbol inglés, al serle denegado el permiso de trabajo, y se quedó sin su sueño. «Era tarde para volver a España, con la temporada en marcha», recuerda, y entonces, a través de un amigo de su padre, surgió la oportunidad de la Primera División de Chequia. De nuevo, Elie Moise se echó los bártulos al hombro y se enroló en el Bohemians de Praga.

Entonces tenía 17 años y sólo quería jugar. Guarda buen recuerdo de aquella aventura, aunque antes de terminar contrato se volvió. «Llevaban ya dos meses sin pagarme y no podía ni hacer el pago del piso», explica. Pero también aprendió a fortalecer su juego en un fútbol donde, afirma, «manda lo físico y, más que tocar el balón, quieren que le pegues fuerte con el empeine».

De Praga pasó a hacer la pretemporada con el Eibar, donde no convenció a Manix Mandiola, quizá por su juventud. «Además, venía de estar parado cuatro meses que pasé en París para pensar un poco». Entonces le llamó el Alavés. Se incorporó a su juvenil, con la promesa de oportunidades para competir con el equipo de Segunda B. Pero mientras en su categoría goleaba, el salto no llegaba. Y cuando se abría una puerta, estaba lesionado. «En octubre fui a jugar con la selección sub-20 de mi país y vine lesionado. El entrenador se enfadó mucho conmigo».

La suerte que buscaba le volvía a dar la espalda. Y surgió la oportunidad de venir al Laudio, donde no puede jugar con el equipo mayor por razones federativas y ayuda al juvenil, en puestos de descenso. En su primer partido anotó un gol. «Espero ponerme fuerte de aquí a junio y trabajar en verano», planea. Su meta, en estos momentos, pasa porque el equipo alavés consiga el ascenso a Segunda B. Ahí, con talento y goles, es más fácil que un club superior se fije en él.

Siguiendo el ejemplo de Drogba

«Tengo muy claro que quiero jugar. Sé que es difícil, pero tengo el ejemplo de Drogba, mi ídolo, que empezó con 26 años. Yo tengo que tener oportunidades todavía, si sigo luchando, a los 22 ó 23 años puedo estar ahí... Hay que estar en el sitio y en el momento adecuado, y tener suerte», se muestra convencido de que le llegara esa oportunidad y de que un día dedicará esos goles a su madre en un campo de los grandes.

A los 12 años ya tenía agente futbolístico. «He cambiado varias veces, no tienen tiempo para ti. A veces -reconoce- me he equivocado yo, pero el de ahora me cuida bien», dice sobre la figura que se antoja un segundo padre. Una trayectoria inestable, de equipo en equipo. ¿Autocrítica? «Yo me he equivocado en muchas cosas. Cuando eres joven te quieres comer todo, y cuando dejas un sitio te das cuenta de que has hecho cosas mal. A veces he elegido mal, he pensado muy rápido, me enfado muy rápido... Porque si no hubiera hecho cosas mal, no estaría aquí, estaría en el Barça B...», responde, convencido de que va adquiriendo madurez, y revela sus planes. «Entras en los 20 años, ya no eres tan joven, así que los pasos tienen que ser seguros, estar concentrado para a los 21 años estar en un Segunda en Francia o aquí».

Y siempre solo. «Es duro, pero me he acostumbrado. Si quieres salir adelante hay que pelear con lo que sea», se sincera. Nunca ha pensado en colgar las botas. «Es lo único que tengo. Mi madre que dijo que nunca dejara el fútbol. Es todo para mí, es mi familia; mientras tenga el balón, tiro para adelante. No creo que baje los brazos».

En breve, compartirá piso en Laudio con un primo suyo. «Aquí estoy bien, se puede hablar con el presidente y el entrenador tranquilamente, cosa que no he visto en muchos sitios», resalta. Él confía en vivir del y para el fútbol. «Si tienes talento, siempre habrá quien te apoye», asegura convencido.

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