Se empeñan algunas instituciones en impregnar su actividad de una doctrina rayana en lo intervencionista, para no decir que se trata de tics demasiado autoritarios. Me refiero a que entidades como el CAC catalán insistan en hacerle propaganda al programa «Sálvame», desde un acto que podría entenderse como una censura y que no es otra cosa que una falta de sentido común a la hora de enjuiciar el valor de los contenidos de la televisión, del uso del propio electrodoméstico en el hogar y de la tutoría educacional de niños y niñas. Yo creo que estos instrumentos de control de la actividad audiovisual deberían dedicarse a otros menesteres algo más enjundiosos, de mayor calado, y de más provecho, porque insistir con el horario infantil es una ridiculez, una hipocresía, una falta de criterio, una mirada obsoleta.

Volveremos a repetir que no se le puede dar un valor de educador al televisor. Vale que sea un entretenimiento, una especie de guardería remota, pero no se puede obligar a nadie a emitir a ciertas horas programas de ningún tipo. No se puede salvaguardar la educación en valores de los niños, prohibiendo la emisión de un programa, eso es justamente lo contrario, es inocular el veneno de la intervención, de la censura. Los niños y niñas empiezan a ser autónomos digitalmente muy pronto. Cada vez con menos edad son capaces de encender un televisor, usar un mando a distancia, conectarse a internet en el ordenador o usar los teléfonos portátiles. Es decir, son habitantes del mundo digital desde que nacen, y son capaces de cambiar canales, buscar lo que les entretenga. Eso por un lado.

Por el otro, es una tarea de cada uno indicar a sus hijos lo que cree que es conveniente o no para su desarrollo. Desde luego ver «Sálvame» no debe ser muy bueno, pero ¿es mejor que vean un concurso idiota, una tertulia palurda y de extrema derecha o dibujos violentos? Los horarios infantiles no existen. Es una falacia. No es obligatorio ver la televisión. Y aunque las televisiones privadas lo sean por concesión administrativa, deben tener libertad para emitir lo que les rote. Lo malo es que los niños ven la televisión por inducción de sus tutores.