Félix Placer Teólogo
Las bases de la paz
Félix Placer sostiene en este artículo que el nuevo ciclo político no puede cimentarse en lo que califica de «simulacro de paz» ya que un verdadero escenario de paz consiste en «la realización de las personas y pueblos, en la justicia, en la libertad y en la convivencia». Tras repasar hitos importantes en nuestra historia reciente, como el Acuerdo de Gernika, el autor se detiene a analizar el papel desempeñado por la Iglesia, y llama la atención sobre el silencio que está manteniendo la jerarquía eclesiástica vasca en estos momentos.
Todo apunta hoy a un cambio decisivo y cualitativo que abre un ciclo de nuevas realizaciones para lograr lo que, a lo largo de estos difíciles y dolorosos años, se ha buscado con esperanza y lucha, con aciertos y errores, avances y retrocesos. Miles de personas lo han expresado durante estos últimos meses en masivas manifestaciones, como testigos de la voluntad de un pueblo para lograr la paz tantas veces negada.
Es evidente que estos esfuerzos, compromisos, sufrimientos, no pueden conformarse con un simulacro de paz. Tampoco solamente con la superación de la violencia de uno de los extremos del conflicto. La paz que tantas personas y grupos anhelan, por la que se han comprometido con tesón admirable, motivados por el amor a su pueblo, tiene unas inevitables referencias y bases. Son el trípode donde necesariamente se sustenta el concepto y realización de la paz. Si falla alguno de esos apoyos se derrumbaría de nuevo, como en tantas ocasiones ha ocurrido.
En efecto, la paz consiste en la realización de las personas y pueblos en la justicia, en la libertad y en la convivencia. Por tanto, no habrá contexto pacífico mientras no se respeten en su integridad todos los derechos individuales y colectivos; mientras no se ejerza un libertad soberana y democrática para que los sujetos decidan su futuro; mientras la convivencia no se realice en el diálogo, el acuerdo, la negociación, desde el mutuo respeto. Este trípode de la paz no admite fracturas ni supresión de ninguna de sus bases. La misma convivencia, la justicia, la libertad, tampoco podrán realizarse si se impide el desarrollo pleno de alguna de ellas. Todas son imprescindibles, mutuamente necesarias.
Precisamente, el histórico conflicto vasco reside en la ausencia de la realización simultánea de esas tres referencias. Cuando no se han respetado en justicia todos los derechos de Euskal Herria, cuando la libertad democrática se ha recortado con múltiples argucias políticas, cuando la convivencia se ha fracturado o contaminado con negación de los sujetos, con exclusiones, con violencias, el conflicto ha sido una permanente histórica, con las graves y dolorosas consecuencias de todo tipo de víctimas.
Sabemos que las causas de este largo proceso de falta culpable de paz han radicado históricamente en concepciones estatalistas dominantes, en economías neoliberales, cuyo afán único es el lucro, en culturas de pensamiento único propagadas e impuestas mediáticamente, en políticas de oscuros intereses partidistas, en confrontaciones violentas, en formas de religión ideológicas al servicio del poder. Sus consecuencias han sido -y así lo hemos constatado y sufrido- la paz imposible, la justicia manipulada, la libertad amordazada, la convivencia frustrada y contaminada.
Pero pienso que todo este túnel de oscuridades y sufrimientos, también desalientos, no ha sido en vano. Ha despertado en una importante mayoría social la conciencia clara y ética de lo que implica una paz auténtica, contra tantas tergiversaciones y promesas incumplidas. Al margen de esas bases de justicia, libertad y convivencia no se admite ya otro concepto de paz; son su camino o escenario, como lo subraya el decisivo Acuerdo de Gernika, refrendados en las masivas expresiones de estos últimos meses y reiterados en numerosos documentos y escritos de grupos sociales.
El acuerdo citado, referente imprescindible y propuesta inequívoca en la nueva coyuntura, subraya la necesidad de «activación popular de la sociedad vasca para que su ciudadanía haga suya la evolución del proceso de solución democrática». Todos los agentes -con particular referencia a las mujeres- deben implicarse en un camino que todas y todos debemos recorrer y donde nadie sobra o puede quedar al margen, menos aún por aplicación de leyes que directamente obstaculizan el proceso de paz y son, por tanto, éticamente inadmisibles.
También quisiera subrayar el papel y función de la Iglesia en estos momentos y coyuntura urgentes y apremiantes. No deja de llamar la atención el silencio jerárquico vasco en estas circunstancias decisivas cuando están en juego valores básicos y procesos determinantes. Su nota ante la declaración de una «alto el fuego permanente, general y verificable» por parte de ETA no dejó de ser lacónica y frustrante, eco de reacciones políticas habituales.
Valorando su aportación a la paz social en la carta pastoral «Una economía al servicio de las personas», pienso que los actuales obispos vascos han olvidado o, mejor dicho, quieren desmarcarse de la línea y actitudes de obispos en décadas anteriores (Añoveros, Setién, Uriarte...) quienes, en momentos políticos importantes, supieron denunciar injusticias y defender Euskal Herria en su identidad y derechos. Recordamos, entre algunas de su intervenciones, la carta pastoral «Preparar la paz» donde, rechazando la violencia, hacían ver que no todo vale contra el terrorismo (con alusiones expresas a la tortura) y defendían el derecho a todas las opciones políticas por vías pacíficas. Aquella intervención valiente y clara, válida también hoy, suscitó reacciones políticas agresivas ante el acierto político y ético jerárquico. Hoy falta en la cúpula eclesiástica aquel sentido profético de denuncia y defensa de derechos y libertades.
Sin embargo, está habiendo en la base eclesial -como ha sido una constante histórica por parte de determinados grupos cristianos- una reacción importante y significativa expresada en un documento -difundido en estos días- titulado «Hacia la paz por los caminos del diálogo y la justicia». Este escrito impulsa la búsqueda y práctica de una paz auténtica basada en la justicia, en el respeto de todos los derechos, en la atención solidaria a todas las víctimas, como misión de la Iglesia en su vocación e identidad evangelizadoras.
Excluyendo el uso de cualquier tipo de violencia y represión, alienta a practicar el diálogo sin exclusiones de personas y grupos, en igualdad de oportunidades y participación política legalizada, como condición democrática necesaria. Subraya una especial solidaridad con quienes han sido y son víctimas de este prolongado tiempo de conflicto y violencia. No olvida, por supuesto, a quienes en las cárceles reclaman una solución justa y política a su situación, así como el respeto y cumplimiento de todos sus derechos. Impulsa a la reconciliación que nos conduzca a una sociedad donde las distintas opciones sean respetadas y debatidas democráticamente sin excepciones, en ausencia de cualquier tipo de violencia.
Numerosas adhesiones van refrendando este escrito, que se hará público en la fiesta de Pascua, como contribución, junto a todas las personas de voluntad democrática, para conseguir la paz basada en la justicia, libertad y convivencia para Euskal Herria.