CRÓNICA | 25 ANIVERSARIO DE CHERNóVIL
La ciudad fantasma de Pripyat, un símbolo de la catástrofe
Ha pasado ya un cuarto de siglo desde aquel fatídico día, pero parece que los años no han transcurrido en la envejecida ciudad ucraniana de Pripyat. Todo sigue igual en la que creían «la ciudad del futuro» desde aquel 26 de abril de 1986, cuando máscaras antigás en mano, miles de vecinos huyeron de la mayor catástrofe nuclear de la historia reconocida hasta ahora.
Richard INGHAM I
Las máscaras antigás para niños también están esparcidas en el suelo; se percibe que algo terrórifico los ahuyentó de aquel lugar; su ciudad, Pripyat, fue el auténtico decorado de la película «Apocalipsis».
Situado a algunos kilómetros de Chernóbil, la ciudad revela en un instante el coste astronómico de la catástrofe nuclear más grande de la historia; y predice, de algún modo, el horrible destino al que se enfrenta en estos momentos Japón, tras la crisis que se ha desatado en la central nuclear de Fukushima.
Unos 50.000 habitantes de Pripyat huyeron después de la explosión del reactor 4 de Chernóbil que proyectó a la atmósfera un flujo de partículas radiactivas de cesio, estroncio, yodo y plutonio el 26 de abril del año 1986. Construído solamente dieciseis años antes, Pripyat «estuvo considerado como uno de los mejores lugares para vivir en la Unión Soviética», comenta Nikolai Fomin, un joven ucraniano que escolta a los visitantes dentro de la zona de exclusión de 30 kilómetros alrededor de Chernóbil.
Allí donde vivían muchas familias jóvenes, donde «las tiendas estaban llenas de cosas que no se encontraban en otros lugares», recuerda el guía, la hierba crece en las grietas de las calzadas y las ventanas de los apartamentos aparecen recubiertas de mugre. Los visitantes suelen llegar en autobuses equipados con material de proteccción hacia las radiaciones, de trapos y agua para descontaminar los zapatos y la ropa antes de marcharse. «Los animales se acercan, pero se asustan de las personas», asegura Fomin.
Un precio incalculable
Los cristales de un vaso roto rechinan bajo los zapatos al pisarlo; en el parque, los toboganes amarillos que debían ser inaugurados el 1 de mayo de 1986, se muestran agrietados. En la casa de cultura, una hoz y un martillo presiden la sala principal, mientras carteles de Lenin y otros líderes soviéticos se amontonan en una esquina; habían sido preparados para el desfile del 1 de mayo que finalmente nunca se celebró.
Para Ucrania, el precio que está pagando por la catástrofe nuclear de Chernóbil es incalculable. Tuvieron que realojar a todos los habitantes de Pripyat a otras ciudades y pueblos, recubrir con un sarcófago los reactores dañados, limpiar la central, vigilar las regiones contaminadas... Todavía hoy, cerca del 5% del presupuesto anual del país está dirigido a las indemnizaciones a causa del accidente, incluido el pago de pequeñas sumas para ayudar a la gente de las regiones contaminadas a comprar alimentos «limpios». Bielorrusia y Rusia también han sido tocadas duramente; entre los tres países, suman más de 330.000 personas desplazadas en total. El coste directo e indirecto de la catástrofe hasta 2005, fue cifrado en «centenares de millones de dólares» en un informe del Foro Chernóbil, que reagrupa a Ucrania, Bielorrusia, Rusia, siete agencias de la ONU y el Banco Mundial.
En términos de balance humano y de polución radiactiva, Fukushima está lejos de ser comparable a Chernóbil, según Malcolm Grimston, especialista nuclear del Instituto británico Chatham House. El tiempo de duración de evacuación de las poblaciones alrededor de Fukushima es, sin embargo, desconocido, y la revisión del lugar tomará decadas. Para éste experto, el impacto sobre la economía debe también ser contabilizado.