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Símbolo del horror pero también de esperanza

Un día como ayer, hace 74 años, la aviación alemana bombardeaba y ametrallaba Gernika. Era día de mercado y fallecieron 1.654 personas. Otras novecientas quedaron heridas, algunas de gravedad. Los bombarderos y cazas nazis, aliados de Franco, habían atacado otras muchas localidades vascas, y siguieron haciéndolo después, pero Gernika, por la magnitud de la carnicería y su especial significado para el pueblo vasco, pasó a ser símbolo del horror de la guerra. Un símbolo que alcanzó talla internacional gracias a la obra de Pablo Picasso, cuyo lienzo, desgarrador, nos recuerda las barbaridades que puede cometer el ser humano.

Gernika marcó un punto de no retorno en la forma de hacer la guerra, siempre detestable pero desde entonces especialmente cruel con la población civil. En este tiempo ha habido muchos más Gernikas en todo el mundo y en todo tipo de conflictos, y millones los muertos por las mismas bombas, aunque ahora las llaman inteligentes. Hoy son los ciudadanos y ciudadanas de Libia los que mueren por los bombardeos de Gadafi, de los rebeldes o de la OTAN. También los de Gaza, los de Afganistán... desgraciadamente, no parece que nuestra especie haya aprendido la lección.

En Euskal Herria, sin embargo, Gernika no es sólo símbolo del horror, sino también de la capacidad de este pueblo para hacer frente a las adversidades, de su fuerza y de su voluntad de ser libre. También es símbolo de esperanza. El pasado domingo, la imagen que ofrecía la villa foral constituía el mejor ejemplo de que nazis y franquistas no consiguieron lo que pretendían. A unos metros de la Casa de Juntas, casi a la sombra del árbol, cientos de jóvenes cantaban, bailaban y se divertían en el gaztetxe. Poco antes, miles de personas se habían manifestado por sus calles en la celebración de un Aberri Eguna donde la demanda de independencia estuvo más presente que nunca. Los fascistas golpearon Gernika, pero Gernika venció al fascismo.

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