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Ocho años después de la invasión de Irak

La ciudad de Falujah, entre Gernika e Hiroshima

Con la retirada de las últimas tropas americanas en ciernes, las víctimas de la mayor ofensiva militar de la guerra de Irak languidecen aún entre las ruinas y la indiferencia más atroz.

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Karlos ZURUTUZA

Esa de la derecha es la cárcel de Abu Ghraib y, un poco más adelante, solía haber un puesto de carretera de Al Qaeda. Aquí mismo empezaban los límites de su territorio». Los setenta kilómetros que separan Bagdad de Falujah devuelven a los oídos algunos de los nombres más sonoros de la última guerra de Irak. Hasta hace no mucho, este era uno de los trayectos de carretera más peligrosos del mundo. Atravesamos el llamado «Triángulo Suní», donde nació Saddam Hussein y donde Al Qaeda instauró con éxito su emirato en 2005 en la región de Anbar. Los tiempos en los que Falujah acogía a las más importantes academias judías de Irak a orillas del Eúfrates se pierden ya en el océano de la memoria.

«¿Sabías que Falujah era la única ciudad del país que no tenía ni una sola estatua de Saddam Hussein?», exclama Muhannad F. al volante. Según parece, la «ciudad de las doscientas mezquitas» y 350.000 habitantes no toleraba «paganos» cultos a la personalidad de ningún tipo.

Ingeniero civil de 29 años. Muhannad se gana hoy la vida conduciendo y traduciendo para los periodistas extranjeros. Su formación le capacita sobradamente para trabajar en la reconstrucción de Falujah pero su condición de suní le cierra, casi de forma automática, las puertas en un país que controla hoy la mayoría chií. Sea como fuere, nadie parece haberse preocupado demasiado en reconstruir su ciudad.

«Furia Fantasma»

Durante los meses que siguieron a la invasión en 2003, Falujah era una de las ciudades más pacíficas de Irak. El nuevo gobernador local, Taha Bidaywi Hamed, había sido elegido por los líderes tribales y la ciudad santa suní presumía de ser uno de los lugares donde menos saqueos se producían. Sin embargo, el malestar crecía entre una población molesta con los recién llegados y se sucedían las manifestaciones y los desafíos a los toques de queda. Pero fueron los cuerpos mutilados de cuatro mercenarios de Blackwater los que destaparon la caja de los truenos. Las imágenes dieron la vuelta al mundo hasta que alguien dictaminó que Falujah se había convertido en un bastión de Al Qaeda. Así comenzó la «Operación Furia Fantasma», la mayor batalla urbana desde Hue (Vietnam, 1968) según el Pentágono.

La primera ofensiva fue en abril de 2004; la peor, en noviembre de ese mismo año. Podría haber sido ayer mismo. La ciudad santa suní recuerda hoy más a Gernika en 1937 que a La Meca: las ráfagas de ametralladora se pierden entre las coladas en fachadas cuyos balcones cuelgan en ángulos imposibles. En la misma avenida principal, las tres plantas derribadas de un antiguo centro comercial asemejan hoy a un enorme «sandwich» de escombros entre los que todavía se puede ver atrapados a los maniquíes. Y las calles de Falujah no sólo siguen en ruinas, sino que también apestan.

Quizás el paradigma del fracaso de la reconstrucción aquí, y en todo Irak, sea la planta de tratamiento de aguas residuales. El proyecto «insignia» de la reconstrucción USA, con el que los americanos pretendían ganarse los corazones y las mentes de los locales, tenía un coste inicial de 35 millones de dólares y había de estar completado a mediados de 2006. En 2011 sigue siendo eso mismo, un proyecto: las obras continúan y el presupuesto ha ascendido ya a 104 millones, la mayoría de los cuales han sido fagocitados por oscuras subcontratas. Así las cosas, las aguas sin tratar de Falujah siguen fluyendo por los intestinos de los locales desde los grifos de sus casas en ruinas.

Ahmed Swissan trabajó de coordinador de obra en la planta desde 2007 a 2009, una labor que, según dice, no sirvió para nada:

«Los americanos se van a ir a finales de año pero dejarán la planta sin acabar. Incluso en el caso de que algún día se consiga sólo podrá atender a una sexta parte de la población local», explica este ingeniero en paro.

Pero quizás lo más doloroso sea que Falujah tuviera, no una, sino tres plantas de tratamiento de agua. La «furia fantasma» las borró del mapa junto con 7.000 casas, más de 8.000 tiendas, 65 mezquitas y 59 guarderías, escuelas e institutos.

Noches iluminadas

Como la mayoría aquí, Kamel Jassim también se gasta un dinero que no tiene en agua embotellada. Este hombre menudo de 65 años recuerda el momento en el que Falujah pasó de «santa» a «mártir» desde el antiguo estadio de la ciudad, reconvertido en cementerio en 2004. Kamel ha cavado con sus propias manos la mayoría de las 3.700 fosas a su alrededor.

«Muchos días venía de noche para cavar y adelantar el trabajo del día siguiente. Aquí hay de todo: hombres, mujeres niños, y también muchos cuerpos sin identificar. En Falujah utilizaron fósforo blanco, ¿sabe usted? Dicen que es capaz de derretir armas y proyectiles así que imagínese sus efectos sobre un ser humano», explica este hombre que ya sólo aspira a ser enterrado en el lugar al que ha dedicado los últimos siete años.

A los brutales e indiscriminados asaltos de los invasores sobre la población local les seguían ataques nocturnos con fósforo blanco. En un principio, los americanos negaron su utilización; más tarde se desdijeron, pero matizando que lo habían usado a modo de bengala, «para iluminar objetivos militares». Al final, un documental italiano sacó a la luz lo que aquí todo el mundo sabía: que el fósforo blanco no era más que otra de las armas que los americanos estaban testando sobre la ciudad suní.

Athraa Ismail dirige Al Muna, una organización local de apoyo a las víctimas de Falujah. Su primer objetivo consiste en elaborar un censo de todos los afectados para poder después ofrecerles ayuda y, sobre todo, tratamiento médico.

«Necesitamos prótesis para los mutilados y tratamiento para los afectados por la guerra. Muchos de ellos tienen cáncer, terribles quemaduras en su piel o niños con malformaciones», dice esta mujer tras extraer una macabra pero ilustrativa colección de fotos de aquellos que se han registrado en su oficina durante los últimos meses.

Según un estudio del IJERPH (Instituto de Estudios Medioambientales y de la Salud Pública con base en Suiza) publicado en julio de 2010, «el índice de mortalidad, malformaciones y leucemia entre los niños de Faluya es significativamente mayor que el de la población de Hiroshima en 1945». Dichos expertos aseguran que los casos de leucemia se multiplicaron por 38 en Falujah (por 17 en la localidad japonesa). Si bien analistas de la talla de Noam Chomsky han calificado dichas conclusiones como «inmensamente más comprometedoras que las filtraciones de Wikileaks sobre Afganistán», estudios como éste han sido condenados al ostracismo por los principales medios de comunicación internacionales.

«Sufrimos a Saddam, a Al Qaeda y a los americanos, pero parece que a nadie le importa», se queja Faizal, otro joven licenciado suní que busca trabajo en la construcción. Si algún día reúne la cantidad suficiente le gustaría casarse, dice. Pero se lo pensará dos veces antes de tener hijos.

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