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¿Empujaría a una persona al tren para salvar a varias?

La vida nos plantea dilemas incluso de vida o muerte en los que es necesario reaccionar en cosa de segundos. ¿Cómo funciona entonces nuestro cerebro? Eso es lo que a través de un vídeo divulgativo nos explica un equipo investigador de la Universidad de Navarra.

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Joseba VIVANCO

Cinco operarios trabajan en la vía del tren. A lo lejos se acerca a gran velocidad un tren que los arrollará. Usted se encuentra en un puente sobre la vía y podría impedir que el tren los atropellase si empuja desde el puente a una persona que tiene a su lado. Tiene que decidirse. ¿La empujaría?

Decía Jean-Jacques Rousseau aquello de que «el hombre es bueno por naturaleza, pero se hace malo en contacto con la sociedad». Pues algo parecido le sucede al `cerebro del Rey' -como lo llamaría el prestigioso neurólogo catalán Nolasc Acarín-, con el principio natural de «no hacer a los demás lo que no quieres que te hagan a ti». Con él nacemos, pero, como comprobamos y sabemos, a la postre no determina nuestras conductas posteriores a lo largo de la vida. ¿Por qué? ¿Cómo analiza el cerebro humano ese axioma? ¿Cómo respondemos ante un dilema emocional, ante una situación límite como la presentada arriba?

Es lo que han tratado de ilustrar, de una manera divulgativa, un equipo de la Universidad de Navarra liderado por Natalia López Moratalla, catedrática de Bioquímica y Biología Molecular, con la ayuda de Carlos Bernar, especialista en Comunicación Audiovisual, y Enrique Sueiro, doctor en Comunicación Biomédica. Y lo han plasmado en un vídeo de apenas ocho minutos -http://www.youtube.com/watch?v=3C4xokf2O4w&feature=player_embedded-, el segundo de una serie bautizada como ``Los secretos de tu cerebro'', con la que se pretende analizar, resumir y comunicar qué dicen las neurociencias de vanguardia sobre el cerebro de las personas.

La situación de la que hablábamos al principio del artículo es la que da pie al vídeo sobre ``El cerebro ético''. La respuesta que ofrecen los estudios es que la mayoría de las personas puestas en esa tesitura deciden con rapidez, en apenas cinco segundos, y de forma igualmente mayoritaria optan por no empujar a la persona que está a su lado sobre la vía y, en consecuencia, dejar que sean cinco los individuos alcanzandos por el convoy.

Se trata de uno de los 60 dilemas en cuya resolución se han investigado los circuitos neurorales que procesan decisiones de un grupo de voluntarios, experimentos que han sido publicados estos últimos años en revistas como ``Nature'' o ``Neuron'', y que ahora este equipo ha querido reflejar con este vídeo.

El cálculo del riesgo-beneficio

Pero pongámonos en otra situación. Tenemos la posibilidad de impedir que se arrolle a los cinco operarios que trabajan en la vía si giramos las agujas y desviamos el tren a una vía donde se encuentra sólo una persona. ¿Cómo responderá nuestro cerebro? ¿Como en el otro supuesto? Pues la mayoría opta por mover las agujas y causar un daño indirecto menor.

Lo que revelan los escáneres es que la decisión en este caso -más impersonal al no tener que ser uno el que empuja a la otra persona- requiere de dos segundos más de tiempo, tanto si la respuesta es afirmativa como negativa a mover las agujas. «El cerebro lo procesa de una manera distinta y lleva un tiempo de demora distinto. En el primer caso, en el que empujamos o no a quien está a nuestro lado a la vía para salvar a cinco, utilizamos el sistema intuitivo racional rápido, mientras que en el otro caso, el cerebro utiliza el cálculo riesgo-beneficio, y esos dos segundos de más son los que utiliza para frenar el proceso intuitivo», explica a GARA la doctora López.

Tendencia natural a ayudar

Estos dos dilemas han sido escogidos por tratarse de verdaderas situaciones límite para una persona, y que revelan con claridad qué partes del cerebro entran en acción. «El sistema emocional entra en juego en la primera situación, lo que se traduce en una emoción de agrado por ayudar y de repugnancia por no dañar. Sin embargo, en el otro caso, es el sistema analítico el que manda y, por tanto, calcular ese riesgo-beneficio requiere pensarlo más», prosigue.

Ambos ejemplos nos demuestran cómo nuestro cerebro tiene una tendencia natural a no dañar y sí a ayudar. «Pero sobre esa base universal, luego somos libres. No determina nuestra conducta futura, porque hemos ido asumiendo formas de pensar, cosas a las que le damos importancia, códigos de conducta, y entra en juego la razón analítica que tiene en cuenta esos condicionantes. Dónde dañar o dónde ayudar. Somos seres morales», desgrana.

La catedrática de la Universidad de Navarra explica que los experimentos muestran los tipos de inteligencia mediante los que el ser humano conoce: la analítica y la emocional, cada una con mayor actividad en áreas de uno de los hemisferios del cerebro. «Mientras el frontal izquierdo procesa de forma más sistemática y lenta -por ejemplo, una reflexión, aunque breve, nos mueve o no a una ayuda solidaria a víctimas desconocidas de catástrofes en países lejanos-, el hemisferio derecho procesa de forma más intuitiva, global y rápida. Así, nos sentimos urgidos a socorrer a alguien en grave peligro». Otra cosa es hacerlo.

«No se puede obligar a nadie a ser un héroe», matiza la experta. Es diferente que ayudemos a levantarse a una persona que se ha caído al suelo que nos lanzemos a salvar a alguien que se ahoga o que entremos en un edificio en llamas. «Uno calcula qué hacer. Si no sabes nadar o si esa persona es mucho más grande que tú, calcularás el riesgo de tirarte a salvarla. Pero si eres un socorrista o eres un bombero... Tenemos el ejemplo de los accidentes de tráfico. Es obligatorio socorrer a la víctima, porque de otra manera quizá calculemos si llueve, si tenemos prisa, si...», desgrana. «Todos sentimos el impulso natural de ayudar; luego, calculamos el riesgo-beneficio».

Esta profesora apunta que «los animales nunca se equivocan acerca de lo que les conviene o no: su instinto sólo les permite acertar. Tampoco eligen. Sin embargo, a las personas, liberadas del encierro en el automatismo biológico, se les plantean dilemas y están abiertas a equivocarse al decidir. En ellas, no hay instinto que determine la conducta, sino conocimiento intuitivo que hace aflorar la emoción».

Cuando el cerebro está dañado

Un sentimiento innato y natural donde ambos sistemas, emocional y analítico, están conectados y actúan de manera armónica, salvo patologías. Resultan reveladoras las investigaciones que estudian cómo solucionan dilemas éticos personas con un daño cerebral en la región que conecta lo emotivo y lo analítico.

«Estos pacientes siguen un patrón utilitarista fuera de lo común y deciden con rapidez matar -empujar a la vía en este dilema- a una persona para salvar a cinco. Sin embargo, en un contexto más impersonal, como accionar las agujas, su conducta es normal. Por esa lesión del cerebro, estas personas carecen de la guía innata que supone la alarma de la emoción en el juicio moral, aunque el sistema deliberativo se mantiene. Los sentimientos desagradables, la repugnancia a hacer daño que constituye una señal de precaución, les dejan imperturbables», explica.

Cuando en estos casos surge la contradicción entre ambos componentes de la racionalidad humana, el sistema analítico se impone. El caso del tren lo ilustra porque, «cuando los dilemas de empujar a alguien o cambiar las agujas se presentan a voluntarios utilitaristas -entrenados en el cálculo riesgo-beneficio como norma de conducta-, resuelven tanto empujar como cambiar las agujas en el mismo tiempo», explica la catedrática navarra. En tales casos usan los dos segundos más necesarios en esta actividad mental para ajustar racionalmente el coste-beneficio y así evitan seguir el atajo emocional hacia lo correcto.

Ellos cuentan chistes; ellas ríen más

Por su procesamiento lingüístico el humor es genuinamente humano y sigue estrategias cerebrales diferentes para hombres y mujeres. Es lo que recoge el segundo de los vídeos, titulado ``Cerebro feliz'', editado por este grupo investigador de la Universidad de Navarra. El resumen muestra de forma esquemática qué sucede en el cerebro desde que nos cuentan un chiste hasta que nos reímos. Los chistes más reídos suelen caracterizarse por utilizar juegos de palabras para crear situaciones absurdas. En general, las mujeres emplean más áreas cerebrales y, sobre todo, integran más que los varones lo emocional en los diversos procesos, incluidos los cognitivos.

La profesora López Moratalla compara el proceso cerebral del humor entre hombres y mujeres con un mapa de Metro: «Aunque los puntos de partida y llegada coincidan, las mujeres emplean más estaciones e implican mayor recorrido. Tanto en ellos como en ellas captar lo absurdo hunde sus raíces en la capacidad específicamente humana del cerebro ejecutivo de almacenar, manipular y comparar elementos interdependiente». Para los hombres lo ilógico es suficiente para el sentido del humor. Las mujeres requieren que lo absurdo sea gracioso y por ello provoque la emoción de lo divertido. En ellas el interruptor se activa en relación directa con la intensidad humorística.

En cualquier caso, el vídeo señala que la risa y el buen humor son biológicamente útiles. Las personas que contrarrestan el estrés con el humor tienen un sistema inmunitario sano; padecen un 40% menos de infartos de miocardio o apoplejías, sufren menos dolores en los tratamientos dentales y viven cuatro años y medio más. Por eso los científicos recomiendan reírse, al menos, 15 minutos al día. Cuando los sentimientos negativos perduran mucho tiempo producen agotamiento y perjudican al organismo.

La catedrática de la Universidad de Navarra concluye que «humor y felicidad son genuinamente humanos y se asocian a llevarse bien con uno mismo y con el entorno. Para ello importan, sobre todo, el sentido de la vida y las relaciones con los demás. Si uno puede reírse de los impedimentos para ser feliz, es que los puede superar». J.V.

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