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«La nueva insurgencia argentina está todavía por construirse»

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Néstor Kohan
Filósofo marxista argentino

En febrero de 2011, Néstor Kohan (1967), integrante de la Cátedra Che Guevara de Argentina, ofreció conferencias y clases en distintas ciudades de la península ibérica, entre ellas Donostia y Bilbo, donde discutió con distintas organizaciones de izquierda y universidades populares algunas tesis de su libro «Nuestro Marx» [Caracas, Misión Conciencia, 2011].

Amaia ESKAURIAZA | BILBO

¿Cómo caracteriza la situación de la Argentina actual?

Está atravesada por un campo de tensiones irresueltas donde la burguesía ha logrado estabilizar (relativamente) el capitalismo, luego de la gran rebelión popular de diciembre de 2001. Entonces se experimentó, a través de una serie de revueltas populares masivas, una crisis de hegemonía del conjunto de la clase dominante local. Entonces, el Estado argentino ingresó en una debacle de cesación de pagos, se confiscaron con desfachatez los depósitos de los pequeños ahorristas, se masificó aún más el desempleo estructural, explotaron geométricamente los índices de pobreza e indigencia y se produjo un derrum- be industrial. Todo en medio de una crisis orgánica del capitalismo argentino, agudizada por un neoliberalismo extremo en la política económica.

Diez años después los principales partidos históricos de la burguesía han logrado aminorar la protesta popular, reencauzar energías, reclamos y desobediencias dentro de las instituciones estatales de la república burguesa parlamentaria (que es algo bien distinto de una auténtica democracia de base, participativa, sustentada en el poder popular). De este modo, la burguesía logró relegitimar dichas instituciones. Siempre dentro del marco de la dependencia del sistema mundial capitalista. En ese contexto, las principales fracciones de la clase dominante y sus expresiones políticas se disputan, con matices, la hegemonía.

El mandato de Cristina Fernández es objeto de las más variopintas intepretaciones. ¿Qué opinión le merece?

El Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner no ha modificado las columnas vertebrales que estructuran la dominación social del capital. Con una retórica aparentemente «progresista», pero siempre dentro del clientelismo tradicional del Partido Justicialista (PJ), el matrimonio Kirchner ha realizado un abanico de gestos poco simpáticos para el establishment (algunos juicios a antiguos represores fascistas, aprobación del matrimonio igualitario, apelaciones discursivas a la sensibilidad cultural de izquierda y los derechos humanos, el nombramiento de varias ministras, guiños al Gobierno de Hugo Chávez, apoyo y enlace con otros gobiernos latinoamericanos en la diplomacia del Mercosur...). Eso le ha valido cierto consenso -como pudo observarse en el sepelio de Néstor Kirchner- en una nueva generación de jóvenes que no vivió el clima rebelde del 2001.

Pero esos gestos simbólicos, simpáticos y seductores, no modificaron un milímetro la estructura económica de fondo del país, el enriquecimiento continuado de las grandes empresas y los privilegios históricos de los millonarios, muchos de ellos aliados en negocios, concesiones y adjudicaciones con el Gobierno. Las grandes empresas extractivas continúan apropiándose de los principales recursos naturales y la agricultura argentina es hoy una inmensa empresa capitalista de soja transgénica que destruye la naturaleza, mientras se continúan derivando fondos estatales para seguir pagando la ilegítima y eterna deuda externa. Las principales empresas transnacionalizadas que se enriquecieron con Menem y De la Rua continúan facturando millones.

Como si ello no alcanzara, Cristina Kirchner impulsó y finalmente logró que se apruebe -a pedido expreso del Gobierno de EEUU- una Ley denominada `antiterrorista' que sólo tiene por finalidad amenazar, disciplinar y prevenir cualquier posibilidad futura de protesta radical. La zanahoria amable de los `gestos simbólicos' siempre viene acompañada de la amenaza (potencial o real) del garrote estatal. La zorra y el león, el consenso y la violencia. Un doble juego pendular que siempre ha caracterizado al peronismo, como a tantas otras experiencias populistas latinoamericanas. Más allá de toda retórica `nacional' sigue existiendo un modelo extractivo, exportador y dependiente, como antaño.

¿Y el papel de la oposición?

La oposición al Gobierno es aún más regresiva y desvergonzadamente reaccionaria. Esa modalidad constituye un matiz que no puede obviarse. Comparte exactamente el mismo modelo económico del Gobierno pero ni siquiera acepta sus `gestos simbó- licos' progresistas o democráticos. Dicha oposición, partidaria del `orden' y la `mano dura', constituye la continuidad del videlismo [referencia a las bases de apoyo civiles de la dictadura militar de Jorge Rafael Videla] en una versión aggiornada, es decir, representa a la vieja Argentina de la burguesía empresarial-terrateniente, pacata, conservadora, colonial y represiva.

En esa dualidad bipartidista se mueve la política burguesa, institucional y oficial, en Argentina.

¿Y la izquierda?

A pesar de sus esfuerzos militantes y su abnegación, que nadie puede poner en duda si tiene un mínimo de sinceridad, se encuentra muy dividida y fragmentada. Luego de la feroz y sangrienta represión genocida de 1976 no ha logrado ponerse de pie y menos aún disputar el poder. Actualmente, la izquierda organizada está atravesada por tres grandes vertientes: la izquierda institucional afín al Gobierno, la izquierda institucional opositora al Gobierno y la izquierda no institucional ni parlamentaria.

La primera apela a la vieja retórica `nacional-popular' pero en una época histórica donde los pocos fragmentos deshilachados de la llamada `burguesía nacional' están absolutamente transnacionalizados y subordinados al gran capital. Su retórica es muy atractiva pero no tiene por detrás sustento social. A pesar de la frivolidad del posmodernismo, un discurso que gira en sí mismo, sin sujeto social y político, no tiene viabilidad histórica. Esta fracción va a remolque del Gobierno y del Estado, ocupando, en el mejor de los casos, puestos ministeriales políticamente intrascendentes que no deciden las grandes políticas.

La segunda vertiente mantiene una retórica aparentemente subida de tono, con ademanes `radicales', pero en última instancia sigue al pie de la letra el orden republicano electoral parlamentario. Como esta franja política privilegia la participación electoral a cualquier precio y a toda costa, sus grandes disputas se originan muchas veces en quien encabeza las listas, lo cual deriva en un desgranamiento al infinito, incomprensible para los sectores populares a los que intenta apelar. En algunos pocos casos, no en todos, esta fracción ha sido remolcada por la oposición derechista, lo cual le ha generado cierto desprestigio social.

La tercera corriente es la más radical porque pretende ir no contra un Gobierno sino contra todo el orden político estatal. Esta vertiente es, en términos históricos, heredera de la insurgencia de los años 60 y 70, aniquilada a sangre y fuego, picana y capucha, tortura y exilio, por la burguesía argentina y el imperialismo norteamericano. Pero siendo realistas, debemos reconocer que lamentablemente hoy se encuentra demasiado debilitada, fragmentada, sin capacidad real de convocatoria para el conjunto de los sectores populares. Luego del reflujo posterior al 2001, esta expresión de la izquierda -que no es homogénea ni políticamente compacta- se encuentra bastante aislada. Quizás una de sus principales deficiencias consista en su visión cortoplacista. Cuesta mucho pensar en términos estratégicos cuando la burguesía te acorrala y te aísla, cotidianamente, luego de haber aplastado (incluso físicamente) a las principales organizaciones de este espectro ideológico.

¿Cuál de las tres vertientes considera la más viable?

Sin ánimo de catequizar ni evangelizar a nadie, de las tres opciones, consideramos la más válida la tercera, pero a condición de contar con una estrategia política a largo plazo, que pretenda ir más allá de lo inmediato, recuperando la estrategia de las insurgencias de los años 60 y 70 pero sin engañosas nostalgias ni folklorismos caricaturizados, con la mente puesta en el siglo XXI y en la nueva juventud argentina y latinoamericana.

Habría quizás una cuarta expresión de la izquierda argentina donde se podría ubicar a una izquierda no organizada, inorgánica, dispersa en el conjunto social, atravesando incluso formaciones sociales y culturales de lo más diverso. Sería difícil medir -sobre todo a partir de las urnas- la amplitud de esta cuarta expresión de la izquierda que suele aflorar al primer plano en los momentos de crisis aguda para volver luego a la sombra. No tenerla en cuenta es suicida si uno pretende implementar una posición radical y al mismo tiempo políticamente eficaz. Desarrollar una estrategia de hegemonía, radical y a largo plazo, implica no perderla nunca de vista. Para ello deberíamos superar la mentalidad de secta, la mezquindad del pequeño grupito y la mirada autorreferencial. La nueva insurgencia argentina está todavía por construirse. Ése es uno de los gran- des desafíos.

oposición

«La oposición al Gobierno es aún más regresiva y reaccionaria. Comparte el mismo modelo económico del Gobierno pero no acepta sus `gestos simbólicos' progresistas»

Gobierno

«La zanahoria amable de los `gestos simbólicos' siempre viene acompañada de la amenaza (potencial o real) del garrote estatal. La zorra y el león, el consenso y la violencia»

«Pese a tanta represión, Euskal Herria mantiene firme una izquierda con pretensiones radicales y gran consenso popular»

¿Qué es lo que más le impresionó en las actividades políticas en las que usted participó recientemente?

Sin ninguna duda, la represión y la vigilancia que hay en el Estado español. ¡En plena Europa! Me sentí como en los tiempos de mi adolescencia, a fines de la dictadura militar, cuando los viejos militantes susurraban para que nadie los oyera, con miedo permanente a la represión. En Euskal Herria volví a tener aquella vieja sensación. Me sorprendió encontrarme y conversar con tanta gente que había estado presa y torturada, o que tenía hijos presos. No una persona sino muchas, realmente muchas. La prisión y la tortura vividas como algo `habitual', como parte de la vida cotidiana. ¡Eso no es normal! Y menos en un Estado que se dice `democrático' y con políticos que van por el mundo -especialmente por América Latina- dando lecciones. Recuerdo las veces que vino el juez Baltasar Garzón a Argentina... Me da vergüenza ajena. ¿Por qué nadie se enoja cuando visita nuestro país? ¿Es normal hacerse el distraído en la Audiencia Nacional cuando se incomunica a los presos, se les golpea y tortura como algo casi rutinario? ¿Es normal `horrorizarse' por lo que puede hacer algún político bestial en Asia o en África -o algún viejo dictador- pero asumir como legítimo y legal aplicar torturas a los presos políticos vascos? Sinceramente no me parece normal. ¿Por qué uno se horroriza de la tortura en los tiempos de la Inquisición pero nadie, ni políticos ni jueces ni periodistas se horrorizan cuando los torturados son vascos o catalanes?

Pero debo confesar que también me sorprendió la tremenda solidaridad... encontrar en todos lados la bandera de los presos políticos y sus fotos. En Argentina ha habido y hay presos políticos -siempre los vamos a visitar-, pero nunca encontré en los bares sus fotos o sus banderas.

¿Cómo ha visto a la izquierda europea?

No la conozco a fondo, pero he observado que conviven diversas corrientes. Tras la hegemonía de la socialdemocracia y el eurocomunismo, ambos en crisis, se percibe la necesidad de una nueva izquierda que retome lo más avanzado de la izquierda radical de los años 60 y 70 pero en un nuevo contexto de crisis mundial capitalista.

Me ha llamado la atención la gran heterogeneidad de la izquierda que uno, quizás por prejuicios, suele atribuir únicamente a América Latina. Creo, quizás me equivoque, que también aquí conviven en tensión varias izquierdas. Una más institucional, totalmente obediente del régimen estatal-electoral (no republicano burgués sino burgués ¡monárquico!, porque increíblemente se sigue aceptando la existencia de un rey nombrado por Franco), que se siente progresista y protestona en un sistema que en el fondo considera «democrático». También hay otra vertiente que proviene política y culturalmente de la izquierda tradicional del Estado español pero que ha comenzado una seria revisión de sus fundamentos históricos, cuestionando los pactos de la transición, la bandera de Franco y la monarquía, y entablando todo potenciales alianzas plurales con la izquierda independentista. Finalmente pude observar la otra izquierda, la menos conocida en América Latina aunque muchas veces la más admirada desde lejos, que intenta sintetizar el marxismo radical y el comunismo con las perspectivas del independentismo revolucionario, tanto en Galiza, como en Països Catalans y, sobre todo, en la izquierda abertzale de Euskal Herria, donde pese a tanta represión se mantiene firme una izquierda con pretensiones radicales y gran consenso popular que no se subordina a lo `políticamente correcto'.

Ojalá esas luchas no decaigan, no se diluyan ni se institucionalicen definitivamente. A.E.

dividida

«A pesar de sus esfuerzos militantes y abnegación, la izquierda se encuentra muy dividida. Tras la feroz represión genocida de 1976 no ha logrado ponerse en pie y menos aún disputar el poder»

superación

«Para desarrollar una estrategia de hegemonía, radical y a largo plazo, deberíamos superar la mentalidad de secta, la mezquindad del pequeño grupito y la mirada autorreferencial»

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