«La naranja mecánica» o la visión desencantada de una sociedad enferma
Coincidiendo con el cuarenta aniversario del estreno de «La naranja mecánica», el festival de Cannes rinde hoy tributo a uno de los creadores más renombrados de la historia del cine -Stanley Kubrick-, con la proyección de una copia restaurada de su obra más controvertida y la presencia de su protagonista, Malcolm McDowell. Una buena oportunidad para retornar a una escenografía teñida de ultraviolencia, sexo, desencanto y mucho Beethoven.
Koldo LANDALUZE | DONOSTIA
Después de resumir mediante una magistral elipsis toda la evolución humana utilizando el lanzamiento de un hueso y hacer bailar una nave espacial al compás del vals de Strauss «El Danubio azul», Stanley Kubrick recibió un regalo de Terry Southern, uno de los guionistas de «¿Teléfono Rojo? Volamos hacia Moscú». Se trataba de un ejemplar de la novela de Anthony Burguess titulada «La naranja mecánica». El autor de «2001: una odisea del espacio» se sumergió de lleno en la lectura de esta obra enmarcada en un futuro inmediato sacudido por la violencia, el desencanto y el sexo. Por aquel entonces, Kubrick todavía albergaba la remota posibilidad de poder trasladar a la gran pantalla su más ansiado proyecto, un filme sobre Napoleón. Una obra monumental, metódicamente detallada pero que nunca logró filmar, porque no halló un productor lo suficientemente loco como para embarcarse en un proyecto que requería de un presupuesto imposible. Así que, ha falta de «Napoleón», el cineasta norteamericano se decantó por el vertiginoso descenso a los infiernos de una sociedad enferma que protagonizó Alex De Large, el líder de la banda callejera denominada «drugos».
En enero de 1970, Kubrick finalizó la redacción del guión -la primera adaptación que escribía en solitario- y el actor Malcolm McDowell recibía la propuesta de encarnar al personaje principal.
Fiel a su casi enfermiza perfección, el cineasta inició los preparativos del rodaje. Adquirió multitud de ejemplares de tres prestigiosas revistas de arquitectura para desarrollar una escenografía anacrónica y, sirviéndose de un programa informático alemán llamado Definitiv, que permitía la integración de códigos cromáticos alfabéticos y numéricos, seleccionó con rigor diversas localizaciones.
A excepción del Bar Lácteo Korova, la sala de acceso a la prisión y los interiores de la casa del escritor, el resto de la película se rodó en exteriores y gracias a los avances técnicos que habían experimentado tanto la fotografía como el sonido, lo cual propició que pudiera ser utilizado material ultraligero que permitió a Kubrick realizar encuadres insólitos.
Transcurridos seis meses de rodaje, la película concluyó en marzo de 1971 y, pasados otros seis meses en las salas de montaje y sonido, se estrenó, finalmente, en Nueva York en diciembre de aquel mismo año.
Uno de los privilegiados que vio por primera vez la película fue el propio autor de la novela, Anthony Burguess. Kubrick había adaptado para la gran pantalla la «versión americana» -publicada en 1962- en la cual se había suprimido un último capítulo que figuraba en la «versión inglesa» y en el que el protagonista acababa por casarse, tener hijos e integrarse definitivamente en la sociedad. Kubrick ignoró este último episodio y la respuesta inicial de Burguess fue muy positiva.
«Oportunista»
Años más tarde, esas alabanzas se tornarían en severos reproches por parte del escritor, ya que acusó a Kubrick de oportunista por el hecho de haber suprimido aquel capítulo moralizante. Un gran sector de la crítica neoyorquina también se empleó a fondo a la hora de triturar la película y fue calificada como «obra trivial pop, un show porno, al estilo Russ Meyer» y, desde su columna, Fred M.Hechinger llegó a acusar al cineasta de fascista.
Kubrick se defendió de estas acusaciones mediante un artículo en el que, desde su perspectiva de liberal agnóstico diametralmente opuesta al catolicismo esgrimido por Burguess, ratificaba su visión pesimista de la humanidad a través de una película con la que pretendía desmentír las teorías rousseaunianas sobre la naturaleza del hombre.
En la réplica que Kubrick publicó en «New York Times», se podía leer lo siguiente: «Hemos nacido de monos erectos, no de ángeles caídos y esos monos eran unos asesinos armados. ¿De qué vamos a asombrarnos? ¿De nuestros asesinatos, genocidios y misiles? No, sino de nuestras sinfonías, por poco que valgan, de nuestros sembrados, por poco que a veces los convirtamos en campos de batalla, de nuestros sueños, por más que sólo raras veces se conviertan en realidad. El milagro del hombre no reside en cuán bajo ha caído, sino a qué altura se ha elevado».
Siguiendo las pautas dictadas por Stanley Kubrick, el cine nos devuelve la posibilidad de retornar al otro lado de la pantalla, cruzar la negra noche de una ciudad cualquiera y ser testigos de la brutal paliza que unos «drugos», ataviados con ropas blancas y sombreros negros, propinan a un mendigo. En el interior del túnel donde se desarrolla esta escena, resuenan los gritos y llantos de un mendigo que está siendo golpeado por un simiesco Alex De Large que esgrime un bastón y canturrea «I´m singing in the rain, just singing in the rain, what a glorius feelin', I´m happy again, I´m laughing at clouds...».
«La gente se quejaba de que Stanley Kubrick hacía muchas tomas pero sólo conmigo llegó a las 50», recordó en Cannes McDowell, quien inmortalizó al violento Alex.
Un gran sector de la crítica neoyorquina calificó la película como «obra trivial pop, un show porno al estilo Russ Meyer» y Kubrick llegó a ser acusado de fascista.
Almodóvar, Kaurismäki, Malick y los hermanos Dardenne rozan la Palma de Oro de la 64ª edición del Festival de Cannes. Pedro Almodóvar suena y muy fuerte para que esta vez, para que a la cuarta vaya la vencida con «La piel que habito», una muestra no sólo de su mejor cine, sino de su capacidad para seguir derrumbando barreras en su lenguaje y en el de la narrativa en general. ¿La única salvedad para el triunfo? Su radicalidad puede dividir al jurado y que, en consecuencia, opte por una ganadora de conciliación, como podría ser «Le Havre», del finlandés Aki Kaurismäki.
Sin salirse de su patrón, el director finlandés, en su cuarto asalto a Cannes, crea una cinta tan deliciosa como impecable, digna de galardón en el mejor festival del mundo. De momento, la crítica internacional ya le ha dado su premio.
Sin embargo, merece un corolario a una de las carreras más excepcionales de la historia del cine Terrence Malick, autor meditabundo que ha realizado cinco películas en 50 años. Su sensibilidad, poderío visual y densidad filosófica han convertido a «The tree of life», pese a sus fallos, en una de las cintas más apasionantes de la presente edición... pero también una de las más abucheadas, acusada de ombliguismo.
¿Premiar una carrera a través de la que no es su mejor película? No sería la primera vez -baste recordar el premio a Theo Angelopoulos por «La eternidad y un día»-, igual que el razonamiento inverso parece descalificar a los hermanos Dardenne. Luc y Jean-Pierre ganaron con «Rosetta» y «El niño» y han creado otra joya con «Le gamin au vélo», pero su victoria les convertiría en los cineastas más premiados de la historia del festival con una tercera Palma de Oro.
Si el premio lo otorgara el público o un medidor de aplausos, la opción sería indiscutible: la cinta francesa «The Artist», homenaje nostálgico y muy coqueto al cine mudo de Hollywood de Michel Hazanavicius, que creó auténtico jolgorio en el patio de butacas, pero a nadie se le escapa que su densidad intelectual está muy por debajo del mérito estético.
Y entre medias quedan filmes, en líneas generales irregulares. Las dos primeras películas en concurso, la australiana «Sleeping Beauty» y "We Have to Talk About Kevin», tuvieron en las interpretaciones de sus protagonistas femeninas -Emily Browning y Tilda Swinton respectivamente- razones para entrar en el palmarés.
De otro lado, el fesival comunicó ayer que las películas «Arirang», del surcoreano Kim Ki-Duk y «Halt auf freier strecke», del alemán Andreas Dresen, han obtenido ex aequo el máximo premio que concede la sección del Festival de Cannes «Una cierta mirada». El Premio Especial del Jurado fue para la cinta «Elena», del ruso Andrey Zvyagintsev, mientras que el premio al mejor Guión fue para la cinta iraní «Bé Omid é Didar», dirigida por Mohammad Rasoulof. Además, «La piel que habito» fue galardonada con el Premio de la Juventud, elegida como la mejor película entre todas las cintas de la selección oficial -competición y «Una cierta mirada»- por siete cinéfilos de entre 18 y 25 años. M.ÁLVAREZ-EFE