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Raimundo Fitero

A la espera

Hay algo más que elecciones, acampados y futboleros en euforia o en penitencia? Sí, lo hay, pero no tienen la misma relevancia, o al menos han llegado en un momento en donde las cosas se relativizan. Ni siquiera con los coches de Fórmula 1 quemando ruedas en Montmeló, o ese ciclista misterioso de apellido Contador contando los días que le faltan para que le den el susto o la alegría desde un tribunal internacional que va a fallar sobre sus aficiones a los filetes de carne engordada con clembuterol.

Y es que ahora que empieza la nueva etapa de casi todo, habrá que empezar a entender qué ha pasado con las acampadas, con ese movimiento que tanto ha intervenido en la campaña, primero en su multidifusión estatal, y a partir de ahora, en la manera de incidencia en el mañana de la vida política vasca, porque no hay que ser muy espabilado para comprender que esas prácticas de tomar plazas, campas, organizarse sin jerarquías y abrir espacios de opinión y participación forman parte de la manera de ser de una parte de la juventud vasca desde hace décadas.

No es cuestión de disipar unas dudas que se han creado de manera interesada, sino de comprender la reacción de los medios para apoderarse de la energía de los indignados, y que, por ejemplo en «La Noria», hagan editoriales, den en directo el paso del día de reflexión al de votación, mantengan una postura de colaboración manifiesta y clara o que en paralelo en Intereconomía esté uno de los supuestos participantes de ese movimiento compartiendo espacio y aire con esa cuadrilla de fascistas. Misterios que se resolverán con el tiempo.

A la espera de los resultados, de comprobar cómo quedan nuestros ayuntamientos, qué pasa con el mapa político vasco, con sus grietas, sus fugas, sus acomodos y demás asuntos de manual, volvemos a «La Noria», ya que celebraron en directo el setenta y cuatro aniversario de Martí Galindo, el hombre de reducidas dimensiones que fue uno de los primeros marcianos de las Crónicas de Sardá. Historia de la televisión. Historia del teatro catalán. Tuvo cinco años de gloria general, hoy sigue siendo un tipo especial, cascarrabias, al que los años no se le marcan en la cara.

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