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«El momento es lo único absoluto; ni pasado ni futuro, sólo aquí y ahora»

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Berta Meneses
Monja Cristiana y maestra zen

Licenciada en ciencias químicas y teología, Berta Meneses (Palencia, 1945) es religiosa filipense y maestra zen. Es en este segundo campo donde en las últimas décadas ha desarrollado un intenso trabajo de investigación y profundización en la cultura oriental y, especialmente, en el budismo zen.

Oihane LARRETXEA | DONOSTIA

Explica las cosas con delicadeza y gesticula con las manos creando formas en el aire. Habla con sabiduría, con tono suave y ritmo pausado. Y lo hace con pasión. Berta Meneses ha visitado Donostia con motivo de las jornadas sobre Ciencia y Mística organizadas por Gune y celebradas en el Palacio Miramar. A ella le correspondió hablar del zen, un campo que conoce de sobra. En 1992 fue reconocida Maestra Zen en Kamakura (Japón) por el abad Kubota Ji´un Roshi, y en 1998 por Ana M. Schlüter, bajo el nombre de Cho-Sui-An (Agua que purifica).

Me gustaría que me explicara qué es el zen o en qué consiste.

Dicen que no se puede definir, pero podríamos decir que el zen es un camino espiritual que ayuda a la persona a despertar su verdadero yo y a vivir consciente del «aquí» y del «ahora». Pero sobre todo, el zen es una práctica llamada zazen, basada en el silencio y la quietud.

Es monja cristiana y también maestra zen. ¿Son complementarios o independientes?

La conexión existe desde el momento en el que es la misma persona quien las practica. Sin embargo, son dos cosas distintas. El zen está al margen de doctrinas y creencias, y tiene una cosmovisión concreta: no necesitas ser ni cristiano, ni católico, ni budista, ni islámico ni agnóstico para poder practicar zen. Puedes practicarlo creas lo que creas. Precisamente, el zen ayuda a profundizar en las creencias que ya tiene cada uno.

Llega a ser tan radical en el compromiso de la persona que profundiza toda su actividad y su manera de pensar.

El zen consiste en el silencio profundo. ¿Cómo se practica?

Hay tres elementos: el cuerpo, la respiración consciente y la atención. La postura ha de mantener el equilibrio y el silencio corporal, que es el primer silencio que hay que conseguir. A través de este silencio y con la respiración abdominal, hay que serenar la mente y conseguir no pensar en nada.

No debe ser sencillo...

No, no lo es. Pero hay otro nivel que cuesta aún más, el que llamamos «la conversación de nuestro pequeño yo». El que te juzga, el que te dice «esto esta bien» o «esto esta mal», se te ha olvidado esto o lo otro...

¿Como un Pepito grillo?

Sí, como un pinche tirano o un Pepito grillo que continuamente esta diciéndote cosas. Hacer callar esto solamente se consigue cuando prestas mucha atención a la respiración consciente, que es la respiración que te ayuda a serenar esa mente que habla.

En ese espacio también hay pensamientos, pero no interrumpen; simplemente, pasan. Es como la metáfora de el monte Fuji, donde siempre hay nubes. Tú eres la montaña y tu percepción es la del cielo, no la de las nubes (o los pensamientos). El cielo contiene todas las nubes, pero no has de pararte a mirarlas. Tienes que dejarlas pasar, como si fuera una cinta de cine.

Esta meditación ayuda en la vía del «no apego». ¿Dependemos mucho de las personas?

A veces se malinterpreta el significado de «no apego». El apego es muy diferente a una relación profunda.

¿Y qué es el apego?

El apego es una relación egoísta, es una relación en la que es tu ego el que establece esa relación para beneficio propio, y ese beneficio es egoísta. Es decir, ocurre cuando la relación no se establece porque sí, porque la otra persona se lo merezca. Hay un deseo de apego que queda tan atado a uno mismo que, si la persona o el objeto amado desaparece, se hunde tu vida. En cambio, cuando la relación es profunda y la persona o el objeto desaparece, sientes dolor, pero no se produce ese cataclismo.

¿En qué consiste encontrarse a uno mismo?

En el inconsciente tenemos un montón de «grabaciones» con las que nos hemos identificado y que dificultan el verdadero ser que somos, porque no somos el rol que tenemos que representar. Hay muchas cosas en nuestro inconsciente que han sido frustradas por vivencias que hemos tenido a lo largo de la vida. De algunas no nos creemos merecedoras y sí lo somos, y en cambio potenciamos otras que no nos convienen, pero las mantenemos por roles que hemos adquirido. No es un trabajo de resolver los problemas del inconsciente, sino de disolverlos.

¿Y al disolverlos somos más felices?

Exacto, porque conseguiremos no estar tan condicionados. No eres tu carnet de identidad, ni la imagen que han creado de ti. Es un trabajo de desidentificar a ese «pequeño yo» y aprender a identificarse con lo que verdaderamente eres. Cuando se descubre eso, se goza de muchísima más libertad.

 

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