«Julio Cortázar significa la apuesta joyceana, la transgresión»
Escritor y catedrático de literatura en Valencia
Miguel Herráez es catedrático de Literatura española en la facultad de Humanidades y Ciencias de la Comunicación de la Universidad DEU Cardenal Herrera de Valencia. Acaba de publicar «Julio Cortázar, una biografía revisada» (Editorial Alrevés, 352 pág.) y se presenta como la guía perfecta para adentrarse en el fascinante imaginario literario de uno de los autores más influyentes en lengua castellana del siglo XX.
Koldo LANDALUZE | DONOSTIA
«Julio Cortázar, una biografía revisada» está firmada por el escritor y catedrático de Literatura española Miguel Herráez. Entre las novelas que ha publicado figuran «Click», «Confía en mí», «Bajo la lluvia» y «Detrás de los tilos» y, en su faceta como ensayista, destacan trabajos tan prestigiosos como los que ha dedicado al tardofranquismo y a su siempre admirado Julio Cortázar: «Dos ciudades en Julio Cortázar» y «Julio Cortázar, una vida de exiliado».
¿Cómo afrontó el reto?
Me interesó entrar en su vida por indagar en las relaciones causales de ésta respecto a sus cuentos y novelas. Ocurrió que me di cuenta de que, tras publicar la primera edición, seguí archivando cosas relacionadas con él, seguí visitando a sus amigos en París o en Buenos Aires, seguí leyéndolo. Toda nueva edición brinda la posibilidad de añadir cambios o incorporar datos obtenidos con posterioridad a la primera tirada. He injertado, por tanto, nuevas anécdotas de personas próximas a Cortázar. Por ejemplo, el escritor Félix Grande me contó hace unos meses que, tras la muerte de Carol Dunlop, que fue la segunda mujer de Cortázar, cuando éste viajaba a Madrid y cenaba en casa de Grande, le pedía que colocara también plato y cubiertos para Carol.
¿Qué simbolizó para Cortázar la dualidad Buenos Aires-París?
Son espacios míticos para él. La ciudad de Buenos Aires queda conectada a su juventud y al primer encuentro con el mundo, su acceso posterior a la experiencia de esa primera etapa de su vida que se prolonga hasta 1951. Es el imaginario que construye a base de los pasajes (en especial el Güemes, claro), el Luna Park y las sesiones de boxeo, las botellas de Hesperidina, el subte y el universo de las calles porteñas, Florida, Suipacha, Maipú, las lecherías, el puerto. En cuanto a París, ésta era un poco, y así lo dijo, la mujer de su vida. Es la ciudad mítica porque, cuando caminaba por ella, caminaba hacia sí mismo: calles, puentes, pasajes (el Vivianne, claro), metro, el canal de Saint-Martin. Cortázar encarna a la perfección el flâneur baudelairiano. Su conocimiento de París, del París callejeado, era extraordinario.
Obligada referencia a una de las relaciones que más conjeturas han inspirado: Cortázar-Borges.
Se ha especulado bastante con eso. En términos de visión artística, siendo en ambos concepciones de la realidad distintas, diría que no lo son distantes, por jugar con las palabras. En referencia a planteamientos ideológicos, nada que ver uno del otro. En la actitud de Cortázar hacia Borges siempre hubo una mirada de respeto. También de agradecimiento por la aceptación, en su momento, de su cuento «Casa tomada» para la publicación en Los Anales de Buenos Aires, publicación que vino a marcar el despegue sólido de Cortázar. Se ha dicho que Cortázar le negó el saludo a Borges en un encuentro en Madrid, en el Museo del Prado.
Por Aurora Bernárdez, la primera mujer de Cortázar, sé que no fue así. Borges, contrariamente, sí ironizó al menos en una ocasión (en el dictado de una conferencia en la Córdoba argentina) acerca de la ideología comunista de Cortázar, cosa que no era cierta, pues Cortázar no lo era.
¿Qué parámetros hay que seguir a la hora de adentrarse en el imaginario cortazariano?
Hay que adentrarse en un imaginario muy personal. En el imaginario de que no hay dos partes excluyentes (realidad y fantasía) y configuradoras del mundo, sino que es la realidad quien se desdobla y genera las situaciones fantásticas. Esa es la constante por la que se rige su literatura, siendo también el eje en el que él creía en el terreno vital del día a día. Hay unos órdenes clandestinos, resbaladizos, permeables, que poco tienen que ver con las percepciones aristotélicas al uso, órdenes que determinan la existencia del ser humano. En ese ideario, él apelaba a la acción de lo que aceptamos como azar, pero que, para él, no era tal.
¿Cuál diría que ha sido la mayor aportación de Cortázar a la literatura moderna?
En la novela en castellano, Cortázar significa la apuesta joyceana, la transgresión. Hasta Rayuela, aun con sabios antecedentes como son los narradores argentinos Roberto Arlt con sus aguafuertes porteños, o Leopoldo Marechal y su Adán buenosayres, nadie, a ambos lados del Atlántico, se había atrevido a dislocar la estructura narrativa de un modo tan explícito, nadie había apelado a un lector activo y exigente, participativo, como debe serlo el de Cortázar.
¿Un motivo para seguir amando a Cortázar?
Yo creo que el Julio Cortázar autor es alguien que logra cambiarle a uno la sensibilidad, nos la cambia cuando leemos sus libros. El Julio Cortázar humano fue alguien que consiguió exportar la idea de que se puede ser una persona intachable sin arribismos. Cortázar podía tener rivales, pero nunca tuvo enemigos. Siempre he oído hablar bien de él, de su modo de ser.
Siempre se ha hablado de las dos etapas de Cortázar y la segunda -aquella en la que enfatizó su discurso político y que compartió con Carol Dunlop- ha sido considerada como inferior. ¿Qué opina?
En «Dos ciudades en Julio Cortázar» mantengo que Julio Cortázar tuvo sustantivamente dos vidas. Una ligada a sus años de docente en el interior de la Argentina, que se corresponde con el período del peronismo de mediados de los años cuarenta, más su prolongación en París, en 1951, ciclo en el que Cortázar es, como lo definió su gran amigo Saúl Yurkievich, un «suave lobo estepario». Hay que señalar que los años de esta primera vida son los de Cortázar con Aurora Bernárdez, una intelectual brillante, traductora de Sartre y de Italo Calvino, entre otros. Julio y Aurora fueron dos auténticos cómplices en el París de los cincuenta y de los sesenta, en el «ranchito» de ambos en Saignon, en las decenas de viajes por medio mundo en su, como él lo calificó, kibutz, su casa del distrito quince en la que escribió Rayuela.
Carol Dunlop, mucho más joven que él, pero que murió antes que Cortázar, apareció en la última etapa de la vida del escritor. Aurora y Julio se divorciaron, y Cortázar se casó con Carol. Es cierto que ésta ya es su segunda vida, la de un Cortázar más público y de implicaciones políticas más expresas. Pensemos en Cuba y Nicaragua, el Tribunal Bertrand Russell, lo que supone la década larga de las dictaduras del llamado Cono Sur y el tiempo propio que le dedica Cortázar a cualquier foro que suponga la defensa de los derechos humanos.
¿Se resintió su obra por estos motivos? Muchas veces él mismo lo destacó, la falta de tiempo, por ejemplo, para acometer la escritura de una novela. Se resintió, sí, porque no escribió más, pero lo que publicó hasta su muerte considero que mantiene la misma calidad de siempre. K.L.