testimonio
Faiz Baloch: De la pesadilla baluche al Guantánamo británico
Si bien la muerte de Bin Laden se antoja como la cara más visible y publicitada de la «lucha contra el terror», la primera década del siglo XXI ha estado repleta de oscuras intrigas que raramente salen a la luz. Hay otras tramas además de las de Washington. Y también otros «Guantánamos».
Karlos ZURUTUZA I
Creo que nací en 1982 aunque no estoy seguro porque los baluches no registramos nuestra fecha de nacimiento. Mi aldea natal, Kohak, está justo sobre esa línea artificial que divide Baluchistán Oeste (sudeste de Irán) y Baluchistán Este (sudoeste de Pakistán). Nuestros abuelos decían que se convirtieron en iraníes de la noche a la mañana cuando nuestro pueblo fue «regalado» al sha de Persia a principios del siglo pasado.
En Kohak no había escuela por lo que mis padres me mandaron con mis tíos a Quetta (Baluchistán Este) a estudiar. Allí conocí a muchos refugiados Marri (principal clan baluche). Tras muchos años en Afganistán, habían vuelto a Baluchistán.
Vivían en Nu Kahan, un precario asentamiento de tiendas de campaña a las afueras de Quetta. Era gente muy pobre pero mi tío consiguió que una ONG les construyera una escuela donde varios de nosotros éramos profesores voluntarios.
Pero el golpe de Estado de Musharraf en 1999 provocó una escalada de la represión de la que ni siquiera estos desgraciados escaparon. En una sola mañana arrasaron el asentamiento y se llevaron a todos los hombres del campo, más de 200. Días más tarde descubrimos que la mayoría habían «desaparecido»; el resto, unos 40, hacían turnos para dormir porque no entraban en la celda donde les retenían. Pudimos pagar a un abogado, pero sólo logramos atraer la atención de los servicios secretos. La presión se volvió insoportable y mi tío me recomendó cruzar la frontera y volver con mis padres por un tiempo. Creo que era 2002.
Misioneros chiíes
Nada más llegar a Kohak tuve un altercado con dos misioneros chiíes. Era viernes y querían entrar en nuestra mezquita «para predicar». Su mensaje era el de siempre: «Mientras sigáis siendo suníes no tendréis ni escuela, ni trabajo, ni oportunidades». La discusión se acaloró, uno de ellos resultó herido y esa misma noche vinieron a casa a por mí. Pude escapar porque dormía fuera y les ví llegar, pero se llevaron a mi padre. Lo último que supe de él es que le acusaban de mohareb (enemigo de Dios). Su hermano había desaparecido de la misma manera un año antes.
Tuve que huir una vez más, y en septiembre de 2002 llegué a Londres tras una odisea sin pasaporte a través de Turquía y Europa. Allí pedí asilo político, pero acabé en una suerte de limbo: podía permanecer en la isla pero no trabajar. Sobreviví gracias a que Hayrbyar Marri (prominente líder baluche en el exilio) me ofreció alojamiento en su casa.
En 2004, puse en marcha una página web (www.balochwarna.org), una iniciativa cuyas consecuencias no podía imaginar entonces. El asesinato, en 2007 en Afganistán, de Balach Marri (líder de la guerrilla baluche y hermano de Hayrbyar Marri) coincidió con el episodio de Rashid Rauf, un paquistaní de Birmingham acusado de liderar una trama para hacer estallar diez aviones británicos sobre el Atlántico. Rauf estaba en Pakistán protegido por el Gobierno de Musharraf así que Margaret Becket, la secretaria de Estado del Gobierno de Gordon Brown, viajó a Islamabad acompañada por un periodista de «The Guardian». «Usted quiere a Rauf y yo quiero a un puñado de baluches de Londres», le respondió la Administración de Musharraf.
Preso de clase A
A Hayrbyar y a mí nos detuvieron la madrugada del 4 de diciembre de 2007, justo después del evento que organizamos a la memoria de su hermano Balach. Me interrogaron durante una semana. La mayoría de las preguntas giraban en torno a mi página web. Tras la vista nos mandaron a Belmarsh, la principal prisión de máxima seguridad británica. Nos clasificaron como presos de alto riesgo, de clase A. La mayoría eran musulmanes a los que se vincula con Al-Qaeda, como Abu Hamza, el clérigo del garfio, y estábamos bajo un régimen penitenciario más severo de lo normal: no teníamos derecho ni a llamadas ni a visitas, permanecíamos en la celda 21 horas y nos obligaban a desnudarnos continuamente para registrarnos.
Después de ocho meses me soltaron para el juicio. Fue todo una farsa. Ante la evidente falta de pruebas, la acusación se concentró en los «contenidos incendiarios» de mi página web. Yo les respondí que en mi sitio de internet también había, entre otras cosas, fotos de cadáveres de niños baluches asesinados por el Ejército paquistaní. Lamentablemente, nadie parecía haber reparado en ello. Intentaron de todo, incluso vincularme con Al-Qaeda, cuando el movimiento de liberación baluche con el que se me pretendía relacionar es secular y marxista...
Tras cuatro semanas de deliberación, el tribunal retiró todos los cargos contra nosotros. Pero, al poco, recibí una notificación del Departamento de Inmigración que me denegaba el asilo político. Decían que tenía que volver a Irán.
El juicio me había puesto en una situación mucho más expuesta y comprometida que cuando llegué. Ya no dudaba de que me matarían en cuanto pusiera el pie en Irán o Pakistán. Amenacé con acudir al Tribunal Supremo británico ante lo cual inmigración me dijo que revisarían mi caso de nuevo. A día de hoy todavía espero una respuesta. Mientras tanto, sigo gestionando mi página web.