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CRÓNICA | «Rencontres internationales»

La creación audiovisual, a debate

Con cada edición de «Rencontres Internationales», los intrerrogantes sobre el lugar específico de las nuevas propuestas audiovisulaes quedan siempre en suspenso, ya que el desborde de las imágenes resulta incontrolable.

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Arturo Fito RODRÍGUEZ BORNAETXEA I

Quizá sea esta la característica más evidente de este evento: mantener abierta la imposibilidad de seguir trabajando con los compartimentos estancos que tradicionalmente han encontrado sus argumentos en los denominados «géneros audiovisuales», y la imposibilidad de discernir cuáles son hoy en día sus espacios de exhibición.

Si hay un cine contemporáneo que se acerca a las propuestas de los artistas actuales o si existe un nuevo documentalismo que bebe igualmente del vídeo experimental que de las escuelas cinematográficas de vanguardia, es que las frágiles fronteras que han servido hasta ahora para la categorización de obras y autores se antojan cada vez más cuestionables. De modo que el museo y el cine, el auditorio y la sala de conciertos son espacios a los cuales la imagen se amolda ya de un modo natural y sin distinciones, espacios en los que los nuevos formatos buscan su público y en donde se establecen fructíferos cruces.

Esta circunstancia hace que la programación de «Rencontres...», inabarcable para el espectador debido a su densidad y a su dispersión en distintas sedes, resulte por un lado muy desigual, algo que parece ser asumido por la organización como un riesgo necesario al poner en relación obras de autores jóvenes (seleccionadas por convocatoria) con películas de autores ya consagrados; pero que también permite que haya gratas sorpresas, al mostrar obras que no encontrarían otro modo de llegar a un público igualmente dispuesto a ese riesgo y que se da cita en este foro.

Un foro para la reflexión

Sea como fuere, y admitida la fuerza de la cultura visual de nuestro tiempo, uno se pregunta qué diferencia realmente a un evento como los «Rencontres...» de los festivales de vídeo que a finales de los años ochenta y durante los años noventa nos dieron a conocer todo un incipiente mundo de experimentación audiovisual, igualmente mestizo y multidiscliplinar que algunos llamaron videoarte, y cuyo proceso de institucionalización toca revisar ahora a través de distintas exposiciones, publicaciones y foros de debate.

Seguramente no es este el lugar para incidir en este aspecto, pero algo nos dice que seguimos hablando, antes y ahora, de una complejidad que es inherente al arte en su sentido más amplio y que seguimos dando vueltas al modo en que se leen y se consumen la imágenes en una época determinada.

Un repaso a los «vectores intelectuales» de la programación de este año puede servir para entender cuál es el sentido de esta cita. Jean Luc Godard con su última película («Film Socialisme», 2010) ilumina el cartel de modo especial y sirve una vez más para demarcar ese territorio impreciso en el que cine, arte y política sigue siendo hoy una manera eficaz de sacudir las conciencias y de producir material cultural de alto voltaje. La travesía en barco por el estadio final de «la gran Europa» que nos cuenta en esta película podrá ser tachada de plúmbea, pero mantiene una ira calculada digna de sus mejores películas.

Pedro Costa («O Nosso Homen», 2010) ha sido otro de los ejes de la programación de este año. Heredero de la tradición documental del Novo Cinema, Costa parte de los principios estéticos y conceptuales del llamado «cine directo» y ha hecho valer el formato digital como herramienta para construir sus docu-ficciones. Su manera de hacer cine es un claro ejemplo de cómo la mejor sensibilidad artística tiene todavía mucho que decir sea cual sea el soporte de grabación y la época en la que se inscriba. El filósofo Jacques Ranciére ha dicho que con su cine, el autor portugués pone en marcha «una política de la estética alejada de la visión sociológica», y en éste su último film, Costa vuelve a interpelarnos desde esos mismos presupuestos al hacer evidente la «impotencia» de nuestra mirada ante el drama del paro y la imposibilidad de un hogar.

A partir de estos dos importantes ejes, la programación ha encontrado sus momentos más destacados en la proyección de «O Soma Luce» (2009), de Jean - Marie Straub, un ejercicio de fino estilismo o «Finisterrae», de Sergio Caballero, una inquietante producción realizada como imagen para el Festival Sonar de Barcelona.

Entre el apartado de sorpresas que permite esta cita sería destacable la película de Eric Baudelaire «Sic» (2009), en la que el autor nos descubre la tradición japonesa del bokashi, una especie de autocensura de lo obsceno, o la versión «monocanal» de «Acciones sinuosas», un interesante ejercicio de Diego del Pozo sobre las diferentes acepciones de la idea de máscara en nuestra sociedad.

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