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La 2010-11 acaba cumpliendo el objetivo, pero con ciertas lagunas

Nuevo ciclo con errores a enmendar

La llegada de Mendilibar supuso reaccionar, pero el equipo sigue relajándose cuando no le ve las orejas al lobo y ello le pudo costar caro.

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Natxo MATXIN I

Coqueteando una vez más con el descenso, Osasuna volvió a salvarse en la última jornada de una temporada marcada por el relevo en el banquillo y las ya demasiado habituales dosis de irregularidad, factor que está provocando que la escuadra navarra se haya convertido en un habitual de los recientes finales ligueros de infarto.

Sin embargo, y pese a esos vaivenes tan preocupantes, el equipo demostró, por un lado, que notó una considerable mejoría con la llegada de José Luis Mendilibar y que, a base de acostumbrarse a convivir con el riesgo, se maneja a las mil maravillas en situaciones de mucha presión que para otros rivales se les hace muy cuesta arriba.

Lastrado por la carga de verse supeditado a un equipo técnico, el liderado por José Antonio Camacho, que nunca quiso aclimatarse a la idiosincrasia rojilla y por la manifestación de esa carga sobre el césped en forma de ruinoso bagaje a domicilio, el conjunto encarnado sobrevivió en su primer tramo de la competición gracias a la entereza que sostuvo en El Sadar.

Ella no estuvo exenta, en cualquier caso, de un buen número de claroscuros en forma de empates dentro de un torneo en el que se priman las victorias, lo que fue escenificando una cuesta abajo no excesivamente acusada, pero sí continuada y con visos de acabar dando con los huesos de la entidad presidida por Pachi Izco en la categoría de plata. Más de un año sin ganar fuera de casa era suficiente rémora como para que la historia tuviera un infeliz epílogo.

El míster murciano había ido confeccionando un vestuario a su imagen y semejanza, con fichajes de total confianza, la mayoría descartes de otros equipos, pero también con una veteranía tan acusada que Osasuna se convirtió en el conjunto con la media de edad más elevada de Primera. Esa experiencia no se estaba traduciendo en el campo ni en sosiego ni picardía y la sangría de puntos a domicilio llevaba camino de llevar a la entidad navarra a la tumba de manera irremediable.

Las declaraciones post Anoeta -se entró en descenso tras perder con la Real- de un soberbio técnico que no tenía ninguna intención ni de rectificar ni de sumar colmaron el vaso de la paciencia y su salida posibilitó la reacción, a la que contribuyó el inteligente nombramiento de un entrenador más acorde a la singularidad de Osasuna.

Como una vacuna de efectos inmediatos, el once rojillo encadenó casi de inmediato dos triunfos consecutivos foráneos -en Málaga y Alicante-, consecuencia de la considerable mejora en el juego y de un entendimiento bastante más cercano entre cuerpo técnico y plantilla.

Osasuna surfeaba sobre la buena ola, pero la magia de Mendilibar no iba a impedir que uno de los males de los últimos tiempos -el relajamiento cuando el equipo se veía a distancia del descenso- se cebase un año más, hasta el punto de estar obligado a disputar encuentros agónicos ante Valencia, Zaragoza y Sevilla. Cambiar esa dinámica a buen seguro que será uno de los objetivos que se ha marcado el entrenador vizcaino para la próxima campaña.

Y transmitir a sus pupilos que la idea primigenia de juego -defensa adelantada, salir con el balón controlado y buscar los carriles- no es un tótem inamo- vible, sino que el equipo debe ser capaz en beneficio propio de acomodar sus prestaciones a las características del rival, algo de lo que no fue capaz en determinados momentos de la temporada y que habrá de corregirse.

Consecuencia de ese seguir a rajatabla las directrices del sistema Mendilibar, el once navarro ha visto resentirse su faceta defensiva -una de las señas de identidad tradicionales del equipo- con errores puntuales de concentración que le han costado un buen número de puntos. El nuevo estilo exige zagueros más veloces -o mejor colocados, en su defecto-, de los que ahora mismo se carece.

Cejudo y Sola, las sorpresas

Otro defecto del que también adolece la escuadra rojilla es la ausencia de un hombre organizador, laguna que se hace más patente en un grupo que apuesta por salir con el cuero desde atrás. Nekounam y Puñal pueden ejercer sin problemas el papel de cortocircuitar al rival con presión y kilómetros, pero se ofuscan cuando su cometido es el de elaborar buscando la portería contraria.

Problema que se acentúa todavía más por la inexistencia de un futbolista que ejecute con garantías la labor de enganche. Muchas han sido las probaturas para el puesto -Camuñas, Vadocz, Soriano...-, pero ninguno de ellos ha dado el rendimiento esperado en un once que no apuesta por dos delanteros, de ahí la importancia del media punta.

No todo han sido problemas a enmendar. También la 2010-11 ha traído consigo buenas noticias, casi todas ellas en clave particular. A destacar, la gran campaña protagonizada por Ricardo -ha jugado todos los minutos- quien, a salvo de algunos puntuales errores, ha demostrado que los años no pasan por él, renovando por una campaña más y poniendo en un brete al cuerpo técnico, que ha decidido también recuperar a Andrés Fernández, cedido en el Huesca, por lo que habrá overbooking en la portería rojilla.

Y dos sorpresas muy agradables por inesperadas, que han contribuido notablemente a la salvación y se espera gocen de continuidad en la campaña entrante. La primera, el fichaje invernal de Álvaro Cejudo, un futbolista que llegó lesionado y sin ruido, pero que se aclimató en muy poco tiempo haciéndose con un hueco en el equipo y anotando goles importantes, como el marcado al Villarreal.

Hablando de dianas, para trascendentales, las marcadas por Kike Sola, nada menos que siete en nueve encuentros, justo en el tramo liguero en que más las necesitaba Osasuna. El ariete ribero pasó de ser el último delantero de la plantilla a titular imprescindible y ejecutor de tantos trascendentales que han sumado puntos esenciales. El canterano demostró que la solución estaba en casa, como casi siempre sucede.

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