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Jon Odriozola Periodista

Opiniones y gustos

Hoy casi nadie afirma tener la certeza de algo o ignorar nada sino, simplemente, tener... una opinión, la suya, la propia, la opinión como propiedad privada

Un síntoma inequívoco en las formaciones socioeconómicas decadentes, donde nada es lo que aparenta ser, es la distancia entre la certeza y la ignorancia en el campo del conocimiento. Entre ambas categorías, los antiguos griegos idearon un concepto intermedio, dispépsico y emoliente, que llamaron doxa, es decir, «opinión».

Hoy casi nadie afirma tener la certeza de algo o ignorar nada sino, simplemente, tener una... opinión, la suya, la propia, la opinión como propiedad privada, ¿no es cierto? Y por mucho que yo diga que la opinión «propia» y/o la «pública» no son sino ecos y existimaciones de la ideología dominante, mera reverberación y diapasón del discurso dominante -el pensamiento débil, el único e, incluso, el ya olvidadísimo posmodernismo del carpe diem o todo vale con tal de no aburrirse-, se me acusará de antidemócrata y antioclóclata. Y ello porque me opongo a la ideología dominante, a la opinión pública predominante, a la doxa ortodoxa, y participo de la paradoxa heterodoxa (pero ayer ortodoxa, dialécticamente hablando, pues nunca me baño dos veces en las aguas del mismo río), es decir, de los que «opinan» que el Estado español es fascista por origen y carácter.

Lo democrático es que haya «opiniones para todos los gustos», pero dentro de un paradigma dominante (hace años, en la cadena Ser, Iñaki Gabilondo, paladín del «buen vasco» y vendedor de modélicas transiciones españolas, ídolo e icono de jóvenes periodistas potenciales y reales reproductores -siempre que paguen- de la doxa e ideología dominante y del capitalismo imperante, decía así, más o menos: «sacamos nuestros micrófonos a la calle para ver qué piensa la gente sobre el asunto que ahora nos ocupa y tal y tal... como han podido comprobar, queridos oyentes, hay opiniones para todos los gustos»). Es decir, sólo hay doxa, opinión, pero no paradoxa como, por ejemplo, quienes han votado a Bildu, votantes «paradójicos» y no dóxicos. Y, sin embargo, la paradoja real era impedir el voto a un centón de ciudadanos en nombre de la democracia y el cacareado estado de Derecho. Los votantes de Bildu no eran «paradójicos»; la paradoja es esta «democracia» que impone una doxa, una opinión, dominante que dice que el Estado español se divide entre demócratas y «terroristas» o violentos. Y no entre fascistas y demócratas. División antipática la mía, no se me escapa, de antipathos, antipatética, antidestino fatal marcado y pautado por el logos dominante.

Sócrates -que no era precisamente un «demócrata» como hoy se entiende este anfibológico y camaleónico término, como tampoco lo era su discípulo Platón- no se siente aislado de la multitud exactamente, sino más bien de la opinión (la doxa) de la multitud de la cual confiesa no hacer mucho caso. ¿Un elitista que menosprecia a las masas? ¿O uno que dice la verdad a las masas y no lo que éstas quieren escuchar? ¿Un paradójico o un dóxico sofista adulador del amo? Acabó mal. No era del Athletic como yo, ese exutorio.

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