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Sabino Cuadra Lasarte | Abogado

Arrebatar el poder a los dioses

Las pasadas elecciones han supuesto, a juicio del autor, una posibilidad de oxigenar las instituciones, lastradas durante años por la distancia «galáctica» que les separa de la ciudadanía a la que dicen representar. Tomando prestada una expresión de Oskar Matute en el multitudinario acto del BEC, Sabino Cuadra considera que ha llegado el tiempo de «arrebatar el poder a los dioses». En ese contexto sitúa las movilizaciones que se han extendido en las últimas semanas en el estado para mostrar el hartazgo social hacia la clase dirigente y, sobre todo, la irrupción de Bildu en Euskal Herria.

La frase que antecede, más o menos textual, fue utilizada por Oskar Matute en el mitin de Bildu, en el BEC de Barakaldo. Su prometeico contenido me hizo recordar la segunda estrofa de la Internacional, ésa que dice que «ni en dioses, reyes, ni tribunos está el supremo salvador; nosotros mismos realicemos el esfuerzo redentor».

Hay que arrebatar el poder a los dioses. A los dioses del capital, el petróleo y el cemento; a los de la toga, la sotana y el birrete; a los dioses de la guerra, el orden mundial y la seguridad ciudadana; a la santa trinidad del patriarcado, la familia y la doble jornada; a los dioses imperiales y sus patrias impuesta...

La tarea es ardua, pero todo se andará. ¡Al tiempo!

Hay mucho dios desvergonzado suelto por este mundo predicando amores, pobrezas y humildades y practicando crueles inquisiciones, poderes absolutos y verdades eternas. Lo de los reyes y sus monarquías, esa especie parasitaria y atapuercana, es algo igual de obsceno. ¿Quién no querría conocer sus declaraciones de renta, propiedades inmobiliarias y la lista de sus inversiones en fondos apátridas prestos a ciscarse en sus más sagradas banderas?

Los cientos de concentraciones, acampadas y asambleas que han recorrido de punta a punta la piel de toro, han puesto de manifiesto, en gran medida, su hartazgo por los tribunos. Por toda esa pléyade de políticos, mandatarios, líderes, gobernantes y estadistas que han hecho de lo público un mercado de privilegios e influencias en el que todo vale, empezando por la mentira y el engaño, pasando por el sueldazo y el dietón y terminando en la rica cesantía y la jubilación principesca.

Hartazgo de una democracia vacía y de un poder sobredimensionadamente saturado de sátrapas y vividores. Una vez más, y ya van varias (movidas antiglobalización, foros sociales, manifestaciones anti-guerra, huelgas generales...) la sociedad, y en primer lugar la juventud, ha demostrado que es posible plantar cara a los dioses del capital, la mentira, el imperio y la guerra. No es la sociedad la que no está a la altura de las circunstancias, sino su casta dirigente.

Casi siempre que aquella ha visto la posibilidad de afirmarse y expresar de forma directa su rebeldía e indignación, lo ha hecho. Casi siempre que ha habido espacios y dinámicas que han permitido su participación y protagonismo directo, la gente ha respondido. No sobran razones ni ganas; faltan espacios y llamadas.

En Euskal Herria, a la par que se realizaban las acampadas, miles de personas luchaban en un frente paralelo por recortar el poder de los tribunos vendedores de paces huecas, torturas reales y democracias de excepción. La explosión de Bildu ha supuesto, en buena medida, la recuperación de un espacio del que una buena parte de la sociedad había sido excluida con malas artes legales y tahuradas jurisprudenciales.

Con diferencia, el mayor fraude electoral existente en Euskal Herria era la expulsión del mapa político de esas más de trescientas mil voluntades expresadas en torno a Bildu.

Aún con todo, su legalización in extremis no debe confundirse, ni mucho menos, con la conquista de una situación de normalidad democrática. Queda mucho aún por desbrozar: ilegalizaciones, malos tratos y torturas, inhumana política carcelaria... O sea, la actual violencia realmente existente.

Por otro lado, si bien es cierto que Bildu ha permitido devolver a sus legítimos propietarios el poder de voto arrebatado por gobiernos policiales, la democracia, tal como se ha planteado en muchas asambleas y acampadas, va bastante más allá del mero poder votar y tiene también que ver con la lucha contra la partitocracia, la defensa de las listas abiertas, la práctica democrática de la consulta y el referéndum, la activación de la participación popular en el funcionamiento institucional, etc...

Al monopolio tramposo del poder se une hoy la apropiación individual y partidaria de sus prebendas. La extensión generalizada de la corrupción por las instituciones, el amiguismo en las adjudicaciones, la explosión burocrático-administrativa a fin de dar nombramiento, sueldo y dietas a afines y allegados, los sueldos de infarto de electos y designados, la pompa y el boato de los actos oficiales..., son algo vivido como un insulto por la ciudadanía.

En la medida en que el estado se hace cada vez más fuerte y la clase política se convierte en una casta, la democracia se hace cada vez más débil, las libertades y derechos son de peor calidad y la decencia es expulsada del ámbito institucional.

Las pasadas elecciones han supuesto la posibilidad de oxigenar el funcionamiento de buena parte de las instituciones (sobre todo los ayuntamientos) y recortar drásticamente la galáctica distancia existente entre éstas y las gentes a las que dicen representar. Frente al mandar mandando de burócratas y tribunos hay que reivindicar el mandar obedeciendo defendido por los zapatistas.

La democratización profunda institucional, la participación popular (plenos, comisiones, derechos de consulta y referéndum,..) y la regeneración política interna (sueldos, dietas, asignaciones a grupos,..) deberían estar hoy en los primeros lugares de las prioridades políticas. Y es que, si pensamos que es posible llevar a la práctica un programa realmente popular sin meter a fondo el bisturí en el status y modus vivendi de los cargos electos y partidos y en el funcionamiento institucional, cometeremos un grave error, porque, al final, tal como muestran cientos de historias, la inercia y corruptelas intrínsecas al sistema terminan devorando programas y buenas intenciones.

Durante las pasadas elecciones dos bocanadas de aire fresco han irrumpido en el panorama político. La primera ha sido la recuperación de un espacio político soberanista y de izquierdas antes secuestrado, expresado en la irrupción de Bildu. La segunda, manifestada a través de las acampadas y asambleas, ha evidenciado el hastío de buena parte de la población -sobre todo juvenil- por el sistema político-social existente. La profundización de ambos fenómenos es el reto de los próximos meses. Temerosos de ello, los dioses recelan, los reyes se inquietan, los tribunos tiemblan.

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