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Dabid LAZKANOITURBURU Periodista

Dinero, mentiras y juegos de prestidigitador

A medida que pasan los meses y se enquistan los conflictos, el movimiento de revueltas árabes está siendo secuestrado en la pugna de intereses estratégicos que siempre condicionó el destino de esa convulsa región.

Y en esa encarnizada lucha, las satrapías petroleras del Golfo vuelven a constituirse en punta de lanza de los intereses occidentales. Sólo eso explica que Kuwait y Qatar, como se sabe modelos de democracia, hayan decidido insuflar millones de petrodólares a los rebeldes libios.

En Siria, Occidente trata por todos los medios de negar la evidencia de que estamos ante una revuelta armada. Y aunque ciertamente esa constatación no prejuzgue nada -no hace bueno al régimen de Al-Assad-, el intento por negarla recuerda a la estrategia que tuvo como colofón en Libia la asunción por parte de la OTAN de una misión que consiste en ofrecer cobertura aérea a «civiles armados» y en lanzar literalmente un misil a la mismísima cabeza de Gadafi.

No sorprende, contemplando el escenario en su conjunto, que Obama haya recibido esta misma semana casi en secreto al rey de Bahrein, quien no dudó en aplastar a sangre y fuego la revuelta de la mayoría chií.

Contó para ello con la ayuda militar de Arabia Saudí, que a medida que pasan los días se revela como el principal artífice del golpe de Estado encubierto que ha acabado con el dictador yemení Saleh en un hospital de Riad.

Toca ahora pagar a los trileros locales -sean líderes tribales o generales disidentes- para que, en una maniobra de prestidigitación, hurten el derecho al cambio ganado por el pueblo con su propia sangre. Como en Egipto.